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I Los Montesinos Backyard Ultra

 


Después de muchos meses, por fin se podría celebrar la que sería mi segunda Backyard, en la localidad alicantina de Los Montesinos (para el que no conozca como es este formato de competición, lo explico aquí).

Llevaba inscrito desde que se planteó para realizarse en Cieza, pero la situación sanitaria hizo necesaria un aplazamiento tras otro, aunque tenía claro que si podía cuadrarlo con el trabajo, asistiría sin lugar a dudas.

Por desgracia no podría llevar apoyo, ya que Mayte trabajaba, mis padres castraban a su perra el día previo a la prueba y Álvaro, un compañero del Club Atletismo Fuengirola que se ofreció a acompañarme tampoco pudo cuadrar el viaje.

Así, nada más salir de trabajar y estrenando mi flamante Berlingo XTR, me tomé un café y me planté bajo la carpa frente al Dialprix, tras recorrer algo más de 500 kilómetros.


Nada más bajarme de la furgoneta me encontré con tres corredores locales que estaban reconociendo el circuito y tras charlar un rato con ellos, di buena cuenta de un tupper de pasta y me acerqué al bar situado tras el supermercado para tomarme un Aquarius y así poder usar el baño.

Preparado para la cena, me tomé el último Frenadol (a principios de semana había tenido mal cuerpo, faringitis y alguna noche con decimillas de fiebre, pero ya me encontraba mejor) y me preparé para mi primera noche en la furgo.

Me saludaron varios vecinos, entre ellos el propietario de la casa más cercana, engalanada con banderas de Bélgica y España, así como algunos curiosos que pensaban que la carpa la había montado yo y una vez que la afluencia de personas bajó, preparé el colchón inflable.


Cometí el error de olvidarme la almohada, así que improvisé una con una toalla, pero sería algo que mis cervicales no me perdonarían y entre las voces distantes de algunos muchachos en el cercano parque y el ocasional graznido de pavo real que interrumpía el silencio de la noche, fue llegando el alba.

Me desperté varias veces, pero dormía cerca dos horas cada vez antes de que el dolor de cuello me obligase a cambiar de postura tras consultar el reloj, hasta las siete de la mañana, cuando me sorprendieron dos operarios del ayuntamiento que me pidieron que desplazase la furgoneta para poder montar la instalación eléctrica que usaríamos en la prueba.

Fue un fallo parcial por tanto aparcar bajo la carpa, pero creo que lo volvería a hacer porque, aunque inicialmente hacía mucho calor (de hecho, tuve que bajar las 4 ventanillas para que entrase corriente), de madrugada bajó bastante la temperatura y hasta acabé echándome la funda del saco de dormir por encima y si hubiese aparcado fuera de la carpa, el relente hubiese puesto todo mojado.

Era aun muy temprano, así que me desayuné otro tupper de pasta mientras ojeaba en el móvil qué podría haber abierto para ir al baño.

No encontré mucho, así que decidí ir a una Repsol cercana y aprovechar para dejar ya el depósito lleno para el viaje de vuelta, tras lo que volví a la carpa.

Allí me encontré con Ana, concejala de deportes, y Alejandro, técnico de deportes con quien coincidí en Santander, que me invitaron a visitar la piscina municipal mientras ellos colocaban vallas y organizaban la logística del evento (desde bien temprano, se nota cuando las cosas se hacen con ganas).

Como la piscina abría a las 10, aparqué a la sombra, charlé un poco con los compañeros del grupo de la prueba en Whatsapp y traté de dormir algo, ya que me encontraba bastante somnoliento.

Hubo un par de veces que casi lo consigo, pero música procedente del campo de fútbol me desconcentró y decidí acercarme ya a la piscina.

Peio Fadrique, de Donosti, había aparcado al lado mía su Berlingo XTR (en su caso un modelo con 12 años) así que decidimos ir juntos a remojarnos y descansar a la sombra mientras charlábamos sobre carreras, nuestros trabajos, coches y la estrategia de la prueba, entre otras cosas.

Llegando la hora de comer comentamos por el grupo si había más corredores por el pueblo para almorzar juntos y quedamos con Mayte y Manolo Rico en la carpa.

Allí conocí a dos Anas más, una técnico de deportes por un lado y a Ana Cristina Constantin por otro, una corredora con un currículo que haría sonrojarse al más pintado.

También estaban Fernando Soriano, que había aparcado al final de la carpa y otros corredores que ya iban llegando al circuito.

Este último, que ya había comido, se quedó pendiente de todo y los demás nos fuimos a comer a la pizzería La Posada, donde degustamos mayoritariamente ensaladas de pasta y pizza.


Allí, casualidades de la vida, coincidí con José Manuel Olías, de Alpedrete, uno de los primeros que me pidió un libro cuando publiqué "El Camino del Apego" hace unos meses, quien también correría la Backyard.

Volvimos al circuito, donde fueron llegando Julio Pastor, Ares Descalzo, Ginés Macia, José Antonio Buendía, Alberto Costilla y muchos otros, que fuimos ocupando nuestros pupitres.


La idea, muy original y práctica, era que cada corredor tuviese su propio espacio para organizar sus cosas y tenerlo todo a mano entre vueltas en el mismo recinto de salida/meta.

Tras varios viajes a la furgo, que aparqué junto a la de Fernando, dejé todo preparado y me acerqué al Dialprix para ver si necesitaba algo de última hora.


 Así fue, ya que además de un buen racimo de plátanos, vi un pack de puré de patata Maggie que me llamó la atención de inmediato, ya que, como estuve hablando con Joan Bofill en Santander, la patata es un gran alimento en las pruebas de ultrafondo.

Cogí también un brick de leche para preparar el puré, una tableta de chocolate y una bolsa de hielo, que estaban reponiendo ya que aun no había empezado la carrera y ya habíamos agotado una de las neveras.

Quedaba poco ya para el inicio de la prueba, así que nos echamos algunas fotos y poco antes del comienzo de la prueba, Manolo Rico nos fue presentando y nos colocamos en la zona de salida, separados de tres en tres.

Con Jesús Bernal y Fernando Soriano...

...Ares Descalzo y Mayte...

Y con Julio Pastor y Mayte.


Los minutos se fueron agotando, así que repasé mi estrategia mentalmente mientras me preparaba para el cencerrazo de salida.

La idea era rondar 50 minutos o más incluso por bucles, tomándome la prueba como si fuese un 24 horas y cada lapso entre vueltas una parada en el avituallamiento.

Encima llevaba dos bidones de 33 cl, uno con coca-cola y otro con Tailwind, una barrita y un gel y varios comprimidos de sales.

La idea sería comer algo cada 20', tomar un comprimido de sales a la hora y beber alternando coca-cola y Tailwind entre dos y tres tomas por hora, repondiendo entre vueltas lo que se fuese gastando.

Comenzó la prueba y bajé trotando por Calle Taray y hasta el giro del final de la Avenida Riegos de Levante, donde, viendo que el ritmo era más alto de lo que esperaba, me puse a caminar hasta el comienzo de la bajada hacia la rotonda del final, cuyo camino de ida troté y caminé a la vuelta.


El circuito no estaba siendo tan llano como imaginaba, pero lo bueno es que así el propio perfil te indicaba cuando trotar y cuando caminar, dejándote caer en las pendientes hacia abajo y caminando en las subidas.

Yendo de media a 8:30 minutos por kilómetro sobrarían tres minutos entre vueltas y completé el kilómetro cuatro en algo menos de media hora, ya casi completado el ascenso, lo que arrojaba un promedio un minuto más rápido por kilómetro y otorgaba, acabando a ese ritmo, un descanso de diez minutos al paso por meta.

Troté la bajadita por el otro extremo de la Avenida Riegos de Levante, caminando el ascenso hasta Calle la Herrada, trotando la ida por esa calle y caminando la vuelta, ascendí por Calle Taray caminando y trotando desde el giro frente al bar donde había tomado el Aquarius hacía ya casi 24 horas y caminé por Calle Romero hasta el giro, trotando parque abajo y caminando en el ascenso a meta.

Me sobraron unos 9 minutos, así que cogí una barrita y un gel para reponer los que me había tomado, rellené el bidón de coca-cola y bebí un poco de agua.

Nadie abandonó en esta primera vuelta y por lo que me dijeron Fernando y Cristina, en la Backyard mundial de Orense nadie lo hizo durante las primeras 24 horas. ¿se repetiría hoy semejante gesta?

En la segunda vuelta me di cuenta de que aunque trotábamos y andábamos en puntos diferentes, compartía muchos tramos con Ares, Mayte, Cristina y dos corredores de Crevillente, Damián y Jordi, así que hicimos "grupo burbuja".


En esta segunda vuelta había ya algo de sombra, que aprovechamos caminando en sus tramos, pero el sol seguía cayendo a plomo y el calor era sofocante.

Pese a caminar la mayor parte de la vuelta para ajustar aun más el tiempo del bucle, tenía la espalda empapada en sudor y la propia calzona se me estaba mojando del excedente de sudor que se derramaba por las lumbares, así que, completada la vuelta y en vista de que en uno o dos bucles anochecería y necesitaría menos líquidos, decidí quitarme la mochila.

Finalmente anocheció sobre las 9:30, bucle y medio más tarde, así que ya me quité también las gafas de sol y empecé a emplear menos tiempo en beber entre vueltas, aprovechando esos valiosos minutos de descanso para poner las piernas en alto y quitarme las piedrecitas que se me iban metiendo en las zapatillas.

Con el paso de los bucles varios corredores fueron cambiando de estrategia, Julio, por ejemplo, afectado por la segunda dosis de la vacuna de Astrazeneca, fue regulando el ritmo y Mayte, asesorada por Paco Robles, fue apretando el paso vuelta a vuelta para tener más tiempo para poner las piernas en alto.

Yo por mi parte seguía rondando bucles en torno a 50-52 minutos, en compañía de Ana, Damián y Jordi, que conocían bien el circuito y tenían bien estudiados los tiempos de paso y ritmos.


Tenían tan controlado todo que llevaban dos relojes, el de Jordi con el tiempo total y el de Damián con el tiempo parcial, cantando kilómetro a kilómetro los ritmos para ver si íbamos más rápido o lento de la cuenta.

Yo lo sabía por mi lista de reproducción de una hora, que activaba cada 59 minutos y se repetía siempre en el mismo orden, de forma que por la canción que sonaba, controlaba como llevábamos el ritmo.

Hicimos muy buen grupo pero por desgracia, Damián, que arrastraba una lesión, acabó retirándose.

Al completar los bucles veía a los corredores más experimentados buscando arañar minutos de sueño, como Fernando Soriano, tumbado sobre una camilla del Decathlon o Carmelo, ganador de las 48 horas de Ceutí, que descansaba recostado sobre una silla de playa reclinada y dejaba los pies en alto.

No tenía muchos minutos entre bucles al ritmo actual, pero en una de las vueltas decidí intentar dar una cabezada en la silla de camping y de hecho casi lo consigo, pero Ana tocó sin querer la campana antes de tiempo y me desconcentré.

Decidí apretar un poco el paso en el siguiente bucle para tener tiempo para sacar el colchón de la furgoneta, hincharlo y dejarlo junto a mi mesa, como así hice, y un bucle más tarde, me afané en beber rápidamente y me tumbé con las piernas en alto, apoyadas en la silla de camping.

No pude descansar por dos motivos, el primero, que el pelito del colchón me daba mucho calor y rompí a sudar, por lo que decidí quitarme la camiseta y el segundo, porque el dolor de cervicales me molestaba bastante.

Se lo comenté a Fernando y me dijo que le buscase en el siguiente bucle, que me dejaría una almohada, así que una hora y 6700 metros más tarde probé de nuevo a dormir, ahora sin dolor gracias al soporte.


Tampoco fue posible, no conseguía llegar a desconectar y me agobiaba el acuciante sueño que me acompañaba vuelta a vuelta, por lo que me tomé un leotrón deporte con el fin de mantener el sueño a raya, aunque continuaría tumbándome entre vueltas para descansar las piernas al menos.

Quedarían ya apenas dos horas para el amanecer, así que tampoco iba a tener oportunidad de dormir mucho, ya que con luz me cuesta una barbaridad conciliar el sueño.

Julio se retiró en ese bucle, tras aguantar 9 horas en carrera y varias de ellas con mal cuerpo.

Al menos yo, salvo el sueño, que parecía comenzar a desvanecerse, me encontraba bien, ahora con el torso cubierto ya que al tumbarme entre vueltas me entraba algo de frío y parecía que comenzaba a formarse neblina con el relente que caía.

Era un gustazo correr con esa sensación de fresco después del calor que habíamos pasado por la tarde, que no era sino el preludio de lo que nos esperaría al amanecer...

El sol comenzó a despuntar pasadas las 6, con once horas de carrera en las piernas y un grupo de corredores reducido ya a 25, de los 35 que tomamos la salida.

Ares estaba ya bastante saturado y me comentó que en esa vuelta lo dejaba, lo que me dio bastante pena, ya que habíamos compartido muchísimas horas y su compañía siempre es muy grata.

Sorprendentemente, el grupo de corredores de Los Rajaos continuaba a un ritmo implacable, completando vueltas en torno a media hora, que además fueron superando conforme llegaba el nuevo día, hasta el punto de completar el bucle en 28 minutos en la que fue la vuelta más rápida del circuito, pasadas ya las 14 horas de carrera.

El día nos iba a poner a prueba a todos, tanto por el calor como por el sol, que apenas tardó un bucle en alzarse sobre nosotros y otro más en disipar la niebla, dando la bienvenida a un cielo azul raso hasta donde alcanzaba la vista.

Al menos teníamos compañía con los relevos, ya que en cuestión de dos bucles se retiraron 8 corredores y cada vez quedábamos menos "Backyarders".

Entre ellos se retiraron Mayte y Jordi, así que de mi grupo burbuja solo quedaba Cristina, que seguía rodando al mismo ritmo que la tarde anterior sin esfuerzo aparente, mientras que yo lo fui aumentando con el objetivo de quitarme el sol de encima cuanto antes.

Ahora trotaba de salida hasta la rotonda del final de la bajada, después el margen derecho de la Avenida Riegos de Levante, la Calle la Herrada por completo, el descenso por Calle Taray, un fragmento de la Calle La Herrada (por el otro lado) y el descenso del rodeo al parque.

El resto, que eran las subidas y los falsos llanos los caminaba y rondaba de esta manera 40 minutos por vuelta con facilidad, lo que me daba un tercio del tiempo de cada bucle a la sombra, que empleaba para hidratarme, comer y refrescarme.




Mi ritual era el siguiente:

Nada más terminar la vuelta, me dirigía a la mesa, me quitaba la gorra sahariana (sustituí el buff por ella al amanecer) y la metía en la nevera para mojarla con el agua del fondo.

Me quitaba el GPS, el móvil y los auriculares y los dejaba cargando en la regleta que tenía junto a mi pupitre.

Después, me sentaba en la silla de camping, ponía las piernas en alto y comía un poco de puré de patata, me bebía una lata de coca-cola, tomaba un comprimido de sales con agua y me iba refrescando con una esponja que sumergía en el agua del fondo de la nevera.

Al segundo toque de campana me echaba una capa de crema de sol, me incorporaba, recogía los dispositivos electrónicos, me colocaba la gorra bien mojada de agua y me dirigía a la línea de salida, donde reiniciaba la lista de reproducción.

Pese a acudir solo a la prueba, la ayuda de los compañeros fue fundamental, ya que José Manuel Olías me dejó un mechero, Ginés sal y un cargador, Mayte un parche Nutritape que me coloqué en la espalda, Ares me preparó un recovery de Sandía, Mayte (mujer de Fidel) se encargó de traerme un bote de crema solar, Ana me consiguió coca-cola... y seguro que me dejo muchas cosas.


La retirada de Óscar Latorre en el bucle 16 fue para mi una sorpresa, pero mayor aun fe para mi la retirada de Fernando Soriano en el vigésimo bucle.

Ya solo quedábamos dos andaluces, Alejandro Muñoz, de Almería, con quien coincidí, sin saberlo en la I Spain Backyard Ultra (de hecho, nos retiramos en el mismo bucle, el decimotercero) y yo.

En una de las bajadas, que recorría con Kiko Martínez, me sorprendió que me comentase que iba cargado de cuadriceps, ya que muscularmente yo me encontraba fenomenal y él aun subía pendientes trotando, cosa que yo aun no.

Me iban saliendo cosillas, como a todos, como los muslos escocidos (nada que vaselina y un cambio de calzonas no pudiesen arreglar), un pezón en carne viva que me hizo decantarme por quitarme la camiseta cuando iba a apostar por una de manga larga, la piel achicharrada...

Tras su retirada en el siguiente bucle comencé a finalizar varios bucles como líder, alguno con hasta 23 minutos de margen, con el fin de quitarme del sol, que no daba tregua alguna y me tenía achicharrado.

Compartía recorrido con mi tocayo Juan Ramón y Alejandro, que de hecho me relevaban en algunas vueltas, mientras que Carmelo y Ana seguían rodando a ritmo constante, evitando el desgaste.

Viéndolo en perspectiva, quizás debía haberme quedado con ellos, ya que fueron los finalistas, mientras que Juan Ramón se retiró al completar las 100 millas y una vuelta después hice yo lo propio.

Llevaba desde la hora 20 agotado, no muscularmente, que de hecho seguía fresco, sino mentalmente, no hacía más que pensar en ritmos, pulsaciones, en conducir de vuelta a casa, en si conseguiría dormir tras la prueba...

En el bucle 21, de hecho, me tomé otro Leotrón, ya que llegaba desorientado al pupitre tras cada vuelta y en la cuesta de ascenso tras girar en la rotonda me iba quedando literalmente dormido.

A diferencia del primer Leotrón este no surtió efecto alguno y aunque la charla con Carmelo en la vuelta 25 me espabiló un poco, la cabeza llevaba rato diciendo basta y decidí hacerle caso, ya que empezaba a sentir hasta un poco de ansiedad ante la idea de tener que recogerlo todo tan torpe como me encontraba.

Aun me dolía el cuello, así que dormir en la furgoneta no era una opción, tendría que buscar un hostal para descansar un poco antes de coger el camino de vuelta a casa.


Una vez me retiré, y recogí mi lloriquín de mano de Manolo Rico, le pregunté a Ana si conocía alguno y me dijo que no me preocupase, que en cuanto estuviese listo me llevaba a su casa.


Con la ayuda de Juan Calderón y Fidel dejamos todo preparado en la furgo y en cuanto tuvo un hueco, Ana me acercó a su piso, donde estaba descansando Mayte, me pidió cena en la pizzería La Posada, que quedaba al otro lado del edificio y me dijo que si necesitaba algo la avisase, que podía ducharme, dormir y si necesitaba volver al circuito, se pasaría a por mí.

Estaba abrumado ante tanta generosidad y todo el agobio y la tensión que yo solo me había ido creando en la mente se esfumó de golpe, quedando solo el sueño.

De hecho, tenía más sueño que hambre, así que comí un poco, me duché y me fui directamente a la cama.

No llegué a soñar y me levanté un par de veces para ir al baño, pero me espabilé bastante, así que, sobre las tres de la mañana terminé con la cena y le escribí a Ana, sorprendiéndome con un mensaje que me comunicaba que había ganado Carmelo y Ana había sido segunda.

Apostaba más por ella y por más horas de carrera, pero las ampollas le pasaron factura tanto a Alejandro como a Ana y al final Carmelo, que tan mal lo pasó con el sol y el calor durante el día, fue el último superviviente, todo un ejemplo de constancia.

A las tres y media estaba ya listo, pero como Ana no me había respondido (imaginaba que estaría muy liada con los relevos y con con todo), le escribí a Manolo Rico también.

Comprobé la distancia el navegador del móvil y vi que la carpa se encontraba a apenas kilómetro y medio de mi posición, por lo que decidí caminar hasta allí y así soltar las piernas.

Me crucé con las dos Anas en la puerta, así como con el marido de la concejala de deportes, así que estuve poniéndome al día con ellas y finalmente me acercó ella a la carpa.

Todos se había portado fenomenal conmigo, así que decidí que lo mínimo que podía hacer era regalarle los dos ejemplares de El Camino del Apego que llevaba conmigo.

Eran para dos corredores que ya me los pidieron en Mula, pero debieron olvidarse de avisarme al retirarse, ya que me preguntaron antes de la prueba si los llevaba y les dije que sí, que cuando terminasen me avisaran y se los daba, pero no lo hicieron.

Si leéis esto, la próxima prueba que correré será la Subida al Veleta, os los puedo llevar allí o mandaroslos por correo.

Tras felicitar a la organización y Manolo Rico por su labor y despedirme de los compañeros que continuaban en el circuito cogí la furgoneta y me lancé a la carretera.

Tuve que parar pasado Granada porque me estaba quedando dormido, y con un café y una bolsa de respiral que me iba echando a la boca conseguí llegar a casa, "estrenando" la furgo con apenas 4 días...

La entrada a mi garaje es una rampa que gira, estrecha, y, atento por no rallar el lateral derecho, empotré el izquierdo contra la puerta.

Probé a dar marcha atrás pero estaba encajado, así que seguí recto, arañando la puerta y arrancando uno de los airbumps en el proceso.


Realmente es menos de lo que parece, pero en ese momento solo quería llorar, lo que hubiese hecho si no hubiese estado tan agotado, así que recogí el airbump, aparqué y me subí directamente al piso a dormir.

A día de hoy estoy terminando de recuperar mis patrones de sueño habituales, nunca tomo café en el día a día pero estos días he estado tomando entre uno y dos para rendir bien en el trabajo.

Ha sido una aventura cuanto menos intensa, no he superado mi mayor distancia recorrida de una tacada (215 km) al recorrer 167,5 km, ni el mayor número de horas corriendo sin parar (36 frente a 25), pero sí que ha sido la vez que más tiempo he pasado despierto sin dormir, con casi 40 horas desde que desperté en la carpa hasta que me dormí en el piso de Ana.

Teniendo en cuenta que en la furgoneta no descansé tampoco mucho la noche previa creo que está fenomenal, pero como me dijo Fernando Soriano, los microsueños también hay que entrenarlos.

En mi estreno en la Backyard hice 13 bucles, en esta segunda, 25; para la tercera, intentaré atacar al menos las 30 horas y de ahí ya se irá viendo, bucle a bucle.

Quisiera finalizar mi crónica felicitando de nuevo a Ana, Alejandro, Manolo rico y a todos los que, de una forma u otra, han organizado el evento y a todos los participantes por su compañía y su ayuda en esas largas horas, de día, de noche y de nuevo de día.

Solo tengo que hacer una objeción... para la próxima, creo que en otoño, invierno o primavera podríamos hacer muchos más bucles gracias a las temperaturas, nos arriesgamos a que llegue una Dana y nos barra del circuito, pero al menos a día de hoy acepto gustoso.

Sea cuando sea, espero que la cita se consolide y pueda acudir una vez más.

¡Nos vemos en la siguiente!

Comentarios

  1. El mantenimiento de piscinas municipales garantiza oasis urbanos seguros. Cuidar sus aguas cristalinas y entorno es un compromiso con la salud y el disfrute de la comunidad en verano.

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  2. Bravo.
    Me encanta lo que cuentas y cómo lo cuentas. Creo que has ganado un lector y probablemente un compañero para alguna Backyard.
    Saludos.

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