Esta iba a ser una carrera especial, no solo por ser mi primera milla desde 2019, sino porque por primera vez desde 2017 (si la memoria no me falla) coincidiría en una carrera con mi hermana.
Otro año más volvía a Santander, este año con mi mínima reglamentaria para participar en el Campeonato de España de 50 km y con el claro objetivo de mejorar mi marca personal.
Tras una semana de parón disfrutando de la cultura y gastronomía italianas llegué el sábado de madrugada a casa y ya esa mañana realicé mi primer trote después de siete días. Tenía las piernas muy pesadas y doloridas, los casi 160 kilómetros realizados en 5 días habían pasado factura y aunque el ritmo fue bueno, me costó trabajo el entreno.
A falta de media hora para la salida ya había pasado por el control del chip y me había colocado en la parte derecha, junto al arco. Ya me había tomado el pre-entreno, había ido dos veces al baño y lo tenía todo listo, así que tampoco había mucho más que hacer.
Al fin llegaba el día en el que completaríamos aquel circuito de carreras populares que empezamos allá por el año 2020, antes de la era Covid. El planteamiento para esta carrera era sencillo, salir a 3:08-3:12 e intentar aguantar el ritmo.
Poco después de las once de la noche del viernes aterrizaba en el aeropuerto de Valencia y tras coger la mochila y salir por la puerta trasera del turbohélice, me dirigí a la salida.
Como decidí nada más cruzar la meta de la Cuna de la Legión hace dos semanas, cambié los casi 50 kilómetros del Hole por la media de Cádiz, que sería Campeonato de Andalucía de la distancia.
La cosa no empezaba bien en esta aventura, a la baja de Rubén, por molestias y Fede, que correría en Antequera, había que sumar que rocé la furgoneta saliendo del garaje con un poyete (mil veces la he sacado sin problema).