Ir al contenido principal

XXXVI Spartathlon


Por fin, tras 2 años esperando a conseguir plaza, 30 semanas de duro entrenamiento con más de 5.100 kilómetros en lo que iba de año y unos días previos disfrutando la estancia en Grecia, iba a comenzar la prueba.

El Spartathlon es una experiencia, una prueba física y mental que pese a rememorar el recorrido que un mensajero griego realizó hace más de 2.000 años, sigue estando al alcance de muy pocos a día de hoy.

Ya para tomar la salida hay que acreditar marcas en diversas pruebas de ultrafondo, lo que asegura la plaza a la élite y permite acceder al sorteo a aquellos que como yo superamos los requisitos establecidos, como correr más de 180 kilómetros en menos de 24 horas o 100 kilómetros por debajo de 10; luego que toque o no la plaza es cuestión de suerte.

Este año éramos 4 los españoles que participábamos en la prueba, Rubén Delgado, Francisco Javier Pérez Córdoba, Diego Rojo y un servidor.

Comenzaba a chispear mientras los cuatro terminábamos de posicionarnos en la zona de salida, donde la luz de los flashes nos mostraba como la fina pero persistente lluvia que llevaba un rato acompañándonos comenzaba a caer como una cortina.

Solo se me ve un fragmento del buff en la salida, al dejar un par de líneas por delante
Puntuales, a las 7 en punto de la mañana, comenzó la prueba; no voy a explayarme en la crónica ya que estoy trabajando en un proyecto relacionado con el Reto 1000k por el apego, pero cuando lo finalice os traeré el relato extendido de esta mítica prueba.

En la salida teníamos pendiente a favor, pero como el suelo estaba totalmente mojado y resbaladizo, puse un ritmo conservador, me situé en un lateral del camino y dejé que aquellos corredores con más fuerza o confianza tuviesen libre la zona central.

No eran las mejores condiciones para correr con sandalias, pero mi idea era usar las Pies Sucios Stone de principio a fin, ya que me fue muy bien con ellas en los 1.000 kilómetros entre Santiago de Compostela y Secadero hacía unas semanas.

No era el único minimalista, ya que en los primeros metros pude ver a varios atletas asiáticos corriendo con chanclas... si si, chanclas, de goma y sin tira trasera (es lo que las diferencia de las sandalias).

Si alguno sabe qué modelo o marca calzaban estos chicos le estaría muy agradecido si lo compartiera, ya que me encantaría probarlo (uno no escoge cualquier calzado para una cita de este calibre).

No tardé mucho en perder de vista a Rubén, pero pocos metros después me cogió desde detrás Diego Rojo, con quien iba compartiendo ritmo y conversación.

Tras dejar atrás Kerameikos nos sorprendió ver un pelotón de corredores a lo lejos, entre los que distinguí a Rubén.

El tren estaba cruzando la calle, lo que nos obligó a detenernos cerca de un minuto mientras los corredores comenzábamos a agolparnos.

A los que iban en primera posición no les afectó, ya que pasaron por delante del tren, lo que en mi caso no tenía importancia ya que mi objetivo era únicamente acabar, pero para Rubén, que tenía de objetivo 23-25 horas, era un fastidio.

Volvimos a perder de vista a Rubén en cuanto la barrera se levantó, pero Diego y yo no teníamos prisa, por lo que continuamos a ritmo constante.

Acompañado por Diego Rojo; fotografía de Nico Kierdelewic, "crew" de Patricia Scalise.
Pese a que la lluvia arreciaba, decidí quitarme el cortavientos, ya que si seguía acumulando calor iba a acabar empapado desde dentro.

Diego me echó una mano para colocarlo en la mochila sin parar, bajamos un poco el ritmo y continuamos una vez que lo colocó en su sitio.

Todo me parecía surrealista, estaba viviendo un sueño y parecía que las piernas flotaban sin esfuerzo sobre los charcos.

El ritmo ideal era cercano a 6 minutos por kilómetro, pero avanzábamos más cerca de 5-5:30 que de esos 6 minutos que teníamos como objetivo.

Diego y yo lo sabíamos, por lo que intentábamos regularnos al paso de cada kilómetro, aunque la euforia nos empujaba con fuerza.

No tardamos en coincidir con más corredores que llevaban nuestro ritmo, como con Virginia Oliveri, corredora argentina afincada en Italia que forma parte del equipo Salomon.

Es una muchacha estupenda, alegre y humilde, con quien Diego y yo tuvimos la suerte de compartir muchos kilómetros junto a otra compañera italiana.

Se comenzaron a ir un poco al cruzar por un parque con suelo liso donde di un par de patinazos con las sandalias, pero al volver al asfalto recuperamos su rebufo, brevemente, ya que hice una parada rápida para ir al baño.

Tardé cerca de un kilómetro en alcanzar al nutrido grupo que lideraban las chicas italianas y Diego, señal de que el grupo que llevábamos era bueno.

La zona del puerto fue increíble, con las vistas de las islas al fondo y poco después, el casco de un barco volcado presidiendo la bahía.

Embelesado por las vistas, conversando animadamente con mis acompañantes y sorprendido por la calidad de los atletas que nos rodeaban (no tardó en pasarnos el legendario Dean Karnazea) llegamos a la media maratón, en 1:53:16 según mi reloj.

Lo ideal hubiesen sido dos horas, teniendo en cuenta que los primeros kilómetros siempre vamos más rápido de lo habitual, por lo que tanto Diego como yo decidimos bajar un poco el ritmo y dejar que Virginia y su compañera se adelantasen poco a poco.

Charlando sobre experiencias en pruebas deportivas como los 101, las 24 horas de Barbanza o la Carretera de la Muerte fuimos devorando kilómetros, a ritmo muy estable, ya que salvo algún corredor que nos adelantaba o al que adelantábamos, ocupábamos siempre las mismas posiciones.

A lo lejos se encontraban Virginia, Marco Antonio Zaragoza y otros corredores, con quien coincidíamos en los avituallamientos, desde detrás llegaba ocasionalmente algún corredor asiático a los que recuperábamos la posición en las subidas.

Diego y yo nos separamos brevemente en una parada para ir al baño, pero como aproveché para bajar el ritmo no tardamos en coincidir de nuevo.

La lluvia había reblandecido la carne de mis dedos y bajo el pie derecho comenzaba a abrirse una rozadura que me escocía bastante, lo que me obligaba a apoyar la pierna derecha con zancadas más cortas para evitar el dolor.

Lo bueno es que muscularmente estaba muy entero y por el momento la lluvia iba cesando, por lo que era cuestión de tiempo que el pie se secase, la piel se endureciese y el dolor cesase.

Aun así Diego se preocupó al percatarse de mi "cojera" cuando me alcanzó, pero le quité importancia y seguimos avanzando sin más.

Pocos kilómetros después la lluvia cesó del todo, pero notaba un punto de dolor a mediación del aquiles derecho, posiblemente de forzar los apoyos; nada importante por el momento.

Llegamos al km 42 en 3:56:32 por mi reloj y poco después al maratón, donde nos encontramos Maite Rojo, quien iba haciendo el seguimiento a su hermano.

Nos acompañó hasta el cruce y quedó en verse con nosotros más adelante.

Volvíamos a estar a nivel del mar, disfrutando con unas vistas preciosas mientras nos dirigíamos al Istmo de Corinto.

Diego y yo nos separamos un par de veces en paradas para ir al baño de ambos, volvimos a unirnos poco antes de encontrarnos de nuevo con Maite Rojo, pero finalmente redujo un poco el ritmo y acabamos separándonos.

Me encontraba fenomenal, saludando a los conductores, espectadores, organizadores... 

Era como un intercambio de energía, un pequeño gesto como un saludo o un choque de manos se veía recompensado por un subidón emocional que me llevaba en volandas.

El dolor en el pulgar derecho se redujo a una leve molestia en cuanto la piel se secó, pero aun así quedé con Maite en que en el próximo punto donde nos encontrásemos me dejaría un poco de esparadrapo para cubrir la herida.

Alcancé a Virginia, posteriormente a Marco Antonio y más adelante a un corredor griego que corría por tercera ocasión y me comentó que para él el tramo más duro siempre eran los primeros 80 kilómetros.

En mi caso hasta llegar al 160 iría a ritmo conservador; iba rondando 6 minutos el kilómetro, pero no tenía dificultad alguna, con el pulso estabilizado en 140 pulsaciones.

Eché a andar por primera vez en toda la carrera en la empinada subida sobre la autovía previa al canal de Corinto, donde el corredor griego y otro corredor, checo, comenzaron a adelantarse y yo me quedé con un británico al que acababa de alcanzar, David Barker.

Estuvimos charlando sobre nuestras impresiones en los casi 80 kilómetros que llevábamos de carrera y nuestros compañeros.

Como de costumbre, el equipo británico era muy numeroso, fueron 25 componentes (David fue el vigésimo cuarto en conseguir la plaza) y la mayoría eran veteranos y se encontraban por delante en la prueba.

En nuestro caso éramos 4, todos novatos, Rubén luchando por las primeras posiciones, yo en segunda posición, seguido de cerca por Diego y esperaba que no muy lejos de Javier, ya que se resbaló nada más salir del hotel y se había hecho daño en el tobillo.

Me volví a encontrar con Nico en el puente sobre el canal de Corinto, en el que me recreé mientras apuraba las viandas del avituallamiento anterior, disfrutando de las vistas.

Con un vaso de coca-cola y una barrita de sésamo; imagen de Nico.
Eché un vistazo al reloj mientras avanzaba por la carretera, que comenzaba a empaparse nuevamente con la lluvia que nuevamente nos acompañaba; km 80 en 7:58:26 y muscularmente me encontraba mucho que tras el paso por la maratón, ¡estaba pletórico!

Con el dedo ya envuelto, aunque la humedad escocía, el apoyo no era molesto, así que tras mandar un audio a Maite, para que preparase una camiseta y crema muscular para Diego (me había olvidado de decírselo al verla) puse ritmo de crucero.

Llevaba varias horas adelantando corredores poco a poco, en un goteo lento pero constante, pero ya comenzaba a coincidir con los mismos, adelantándonos mutuamente en los puntos de control.

Había un corredor asiático, un griego muy moreno y dos corredores checos, uno de ellos Pavel Marek (no recuerdo el nombre de los demás).

En Examilia comencé a notar un poco de cansancio, por lo que bajé un poco el ritmo, pero aun así no encontraba a nadie cuando me giraba.

Al llegar a Corinto Antiguo me volví a encontrar con Maite, que me ayudó a cambiarme el esparadrapo del dedo; estaba impregnado en sangre por la zona inferior, pero llevaba un rato sin acordarme del dolor.

Fue una parada rápida, cogí unas galletas y bebí un poco de agua  y continué la marcha, dejando atrás a un corredor argentino a quien no había visto aun (me volvió a coger en la posterior subida).

Al correr con mochila llevaba más de un kilo de comida en forma de mango, papaya y piña desecada que iba tomando en las subidas y tenía dos bidones con agua, ya que en los avituallamientos tan solo tenía que coger un vaso de líquido y algo para picar, tomármelo andando y echar a correr de nuevo.

Me tomé mi tiempo tras el avituallamiento para reponer calorías, ya que el estómago llevaba un rato rugiéndome y volví al trote.

Un corredor griego con piercings de gran tamaño y muy moreno que corría con Fivefingers me adelantó, sorprendiéndome que llevase la camiseta quitada pese al vendaval que soplaba ahora.

Poco después de un kilómetro después paré para ir al baño por segunda vez; en dos avituallamientos había repuesto calorías consistentemente y en ambos casos, poco después de un kilómetro, había ido al baño de forma rápida, señal de que la comida me estaba sentando bien.

Volví al camino en compañía de dos corredores suecos, con quienes pasé el kilómetro 100, en 10:18:23 según el reloj, que ya estaba pidiendo la primera carga.

Me recomendaron un ultra en suecia (creo que se llamaba jacks) y yo les invité a la Carretera de la Muerte; compartimos varios kilómetros a buen ritmo, pero poco a poco se fueron quedando atrás, por lo que me despedí de ellos hasta el siguiente punto donde nos encontrásemos, que seguro que no era muy distante.

Comencé a distinguir a corredores que me sonaban en la distancia y poco a poco fui dando caza al corredor japonés, al griego moreno y a los dos checos.

Me sorprendió ver a uno de ellos bebiéndose una Heineken en el paso por uno de los pueblecitos (era la segunda que le veía beberse) y no pude evitar acordarme de Tenllado y Paco.

Ya si comenzaba a notarme algo cansado, como sin fuerzas, pero pese a tener hambre notaba una sensación de asco que no auguraba nada bueno.

En el siguiente avituallamiento decidí coger un gel de frutas del bosque para meter algo de calorías en el cuerpo, muy poco a poco.

Empecé a andar, intercalando el gel con sorbos de agua; el sabor era muy agradable pero aun así seguía con sensación de hambre y malestar en el estómago.

Decidí dejar de comer y beber hasta el siguiente punto de avituallamiento, donde una chica japonesa me ofreció sopa.

Estaba calentita y muy buena, con trocitos de pan flotando; en el momento de tomármela me sentí muy bien, pero poco más de un kilómetro después comencé a tener ardores y la sopa comenzó a repetírseme.

Tuve que quitarme la correa del pulsómetro del pecho, ya que notaba mucha fatiga, pero aprovechando las subidas para caminar parecía que poco a poco mejoraba.

Tenía hambre y sed, pero decidí no comer y beber solo a pequeños sorbitos, aumentando el malestar tras cada sorbo, pese a ser pequeño.

El GPS terminó de cargar cuando vi a Maite en un avituallamiento; me preguntó si necesitaba algo pero realmente estaba bien, notaba cansancio pero no tenía problemas musculares, calambres ni nada por el estilo.

Había subido la cuesta andando a ritmo muy suave pero por el estómago, realmente me encontraba "bien".

Paré a ponerme el frontal, comencé a trotar y sin previo aviso un vendaval de viento y lluvia que se derramaba con intensidad me obligó a parar de nuevo para ponerme el cortavientos.

Comenzaba a anochecer, pero el cielo se iluminaba cada pocos minutos con la intensidad de los rayos que caían continuamente.

Era impresionando, un espectáculo de crueldad y belleza inigualable que me estaba llevando al punto de la hipotermia, pero aun continuaba a buen paso, para mi sorpresa, adelantando corredores a poco que trotase en los llanos.

Estaba rodeado por varios corredores asiáticos que avanzaban con pasos cortos pero firmes, ellos me adelantaban en las subidas, cada vez más continuas y yo les recuperaba en los tramos llanos o con poca pendiente.

El agua estaba muy fría y la carretera era un arroyo, con puntos por donde la corriente me llegaba por encima de los tobillos.

No era molesto salvo en los tramos donde la corriente arrastraba barros y piedras; tuve que meter los pies en un socavón para quitarme el barro que se acumulaba tanto en la suela como en los pies.

La fatiga iba cada vez a más, pese a tener hambre y comenzaba a retrasarme.

No me importaba, ya que tenía horas sobre el corte de tiempo, pero estaba calado hasta los huesos y comenzaba a tiritar con fuerza.

Si tan solo la tormenta cesase por un momento o el viento perdiese fuerza...

Sabía por el ultraentrenamiento Almería-Mezquitilla que realicé en julio, que andando poco a poco, las molestias estomacales irían remitiendo, tenía tiempo, pero a ese ritmo acabaría congelado...

Menos mal que en la antigua Nemea podía cenar a cubierto; allí estaba Maite, que me ayudó a quitarme la mochila y el cortavientos, a sentarme y me trajo comida y bebida.

Intenté comer algo de arroz y beber cocacola para sentarme el estómago, pero a cada bocado y sorbo me encontraba peor.

Comenzaba a ver caras conocidas entrando al avituallamiento, como los chechos y posteriormente los suecos, con quienes estuve charlando un rato antes de que saliesen fuera de nuevo.

De repente estaba muy agobiado, tenía mucho calor y muchas ganas de devolver, por lo que tomé la decisión de salir al exterior.

Dejé el CP 35 (km 123,3) a las 8 y 20, con cerca de 3 horas de ventaja sobre el corte, pero comencé a dudar seriamente si llegaría al siguiente corte.

Iba como un zombi, de hecho, volví a pisar la alfombra del cronometraje antes de irme y en la primera bajada en la que intenté trotar, vomité.

El choque térmico fue brutal, me castañeteaban los dientes, me temblaban brazos y piernas y tenía los dedos tan agarrotados que hasta el codo no tenía apenas sensibilidad.

Al igual que a los corredores que me rodeaban y que avanzaban como almas en pena, el viento nos zarandeaba de un lado a otro de la carretera e intentábamos, sin éxito, evitar las riadas que atravesaban la calzada.

Mientras andaba el estómago al menos me daba algo de cuartel, pero sabía que si no aumentaba el ritmo me congelaría, literalmente, así que, haciendo acopio de todas las fuerzas que tenía, volví a trotar.

No tardé en vomitar de nuevo, quedando de rodillas en el suelo, con las manos apoyadas en la carretera, temblando y con un fuerte dolor en estómago y pecho.

Como pude con las manos temblando saqué por primera vez en toda la carrera los tiempos de corte plastificados, más que nada para consultar a cuanto estaba del siguiente.

Me tuve que quitar el frontal y acercarlo ya que el agua caía con tanta intensidad que no era capaz de ver bien los números.

Debía estar a poco más de un kilómetro del avituallamiento, pero entre que volví a temblar con fuerzas y que cada vez que intentaba avanzar más rápido, ahora incluso andando, me venían arcadas, tardé 19 eternos minutos en recorrer ese kilómetro; y tenía la pendiente a favor.

Anuncié mi llegada cantando mi número de dorsal (deca-octó) y entré en pánico cuando vi que lo único que había para guarecerse del vendaval era una sombrilla que se bamboleaba con el viento.

Con un hilo de voz pedí refugiarme en alguno de los coches de la organización para recuperar el calor, ya que me estaba costando hasta andar y me permitieron entrar en un autobús que estaba al final del avituallamiento.

Pese a tener la calefacción puesta, tardé varios minutos en recuperar la sensibilidad de los dedos y aun así seguía temblando descontroladamente.

Al consultar los mensajes en el móvil había vi mensajes de familiares y compañeros; por lo visto, un huracán de nivel 2, Jenofonte, se dirigía hacia el Peloponeso y de momento solo nos afectaba el borde externo, lo peor estaba por llegar.

Increíble pero cierto, un huracán en el mediterráneo...
Si hubiese estado bien del estómago podría haber continuado, ya que al trotar generaría calor, pero en las circunstancias en las que estaba y con el tiempo que hacía no iba a ser capaz de salir de la hipotermia en la que me encontraba.

Igualmente, aun estando mal del estómago, con mejor previsión, podría haber continuado, ya que era cuestión de que pasase unas horas a ritmo suave para que lo que fuese que me había sentado mal fuese expulsado del organismo y después podría recuperar bebiendo y comiendo poco a poco.

No era el caso, de hecho tenía un intenso sabor a la sopa en la boca que me producía arcadas, así que no lo dudé y decidí preguntarle a Maite Rojo si, una vez pasase Diego por el punto de control, podría recogerme con el coche.

No sabía cuando me podrían evacuar con el bus, así que si no hubiese podido hubiese continuado, pero por suerte no tardó en responderme afirmativamente, así que tomé la decisión de abandonar.

Hay quien corre para buscar el límite; yo se muy bien donde está y el límite es mi cuerpo.

Había pasado más de 12 horas disfrutando de correr como hacía tiempo que no disfrutaba, pero las últimas 2 horas no había disfrutado en absoluto y la última media hora larga había sido un infierno como no recuerdo otro.

Maite me dijo que en breve saldría a por mí y minutos después me dijo que se encontraba tras el bus, así que me despedí de los chicos del autobús temblando, entregué el chip y el dorsal y me metí en el coche con los dientes castañeteando.

Antes de dejar el avituallamiento me trajeron unos papeles para que firmase mi retirada de la prueba y comenzó mi segunda mitad de la prueba, en la que hicimos la asistencia al titán de Diego, quien finalmente fue el único español en finalizar la prueba.

Extrañamente no estaba triste, me encontraba tan mal que no sabía que había hecho lo correcto.

Me daba un poco de pena haberme tenido que retirar estando muscularmente bien, el estómago es mi talón de aquiles y debo trabajar en ello si quiero seguir creciendo como ultrafondista, pero las cosas habían salido así y no había nada que hacer en ese momento.

Hasta cerca de las 2 de la mañana no comí nada sólido, ya que seguía con fatiga, así que aunque hubiese querido seguir me hubiesen cortado más tarde que temprano, pero tras ese Souvlaki comencé a encontrarme mejor y al menos pude disfrutar de la otra cara del Spartathlon.

Fue increíble vivir la segunda mitad de la prueba desde fuera, el Spartathlon es mucho más que una carrera, es una experiencia y se vive intensamente desde todos los frentes.

Había estado entrenando duramente todo el verano, a temperaturas superiores a 40º, doblando, con recorridos de más de 100 kilómetros cada pocas semanas, en previsión del clima clásico del Spartathlon, pero lo que vivimos ese fin de semana fue algo histórico.

Tras dormir poco más de una hora en los puntos donde esperábamos a Diego amaneció y pudimos acompañarle finalmente en su llegada a la estatua de Leónidas, en un emotivo momento que espero tener la fortuna de vivir en la edición de 2019.

Pese a que en ese punto, 36 horas después del inicio de la prueba finalizó la carrera, aun quedaba mucho que vivir de nuestra experiencia en Grecia, pero como comenté al inicio de la crónica, no voy a explayarme demasiado.

El resto de la experiencia, así como la vivencia de la carrera en mayor detalle, os la traeré más adelante.

Muchas gracias como siempre por vuestro seguimiento, vuestro apoyo y vuestros ánimos.

Este año no ha podido ser, pero aun no he dicho mi última palabra.
Un abrazo.

Comentarios

  1. Genial crónica, Juan. El año que viene a por todas. Gracias por compartir tus experiencias.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario