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XV 24 Hores d'Ultrafons en pista de Barcelona


...Finalmente había optado por la decisión racional y tras una noche de sueño reparador me encontraba trabajando en las crónicas del reto por Petales, mientras consultaba el puesto de mis amigos en la clasificación de las 24 horas de Barcelona...

Desperté envuelto en sudor, con la cabeza embotada y el cuerpo cortado, pero al fin, sin náuseas.

Miré el reloj; 13/12 a las 19:05... ¡aun estaba a tiempo de coger el avión!

Llamé a Mayte para ver si me había preparado el pollo a la plancha, pero nadie respondía... probablemente hubiese salido a pasear a los perros.

Estaba como un zombi y no tenía tiempo para espabilarme así que me metí en la ducha directamente, despejándose mi mente de golpe al contacto con el agua fría, que poco a poco se iba tornando tibia.

Entrecerré los ojos y recordé las frenéticas últimas horas en las que probablemente hubiese arruinado mi oportunidad de volver a participar en el Spartathlon, en 2019...

Llevaba unos días con no demasiado apetito, en el que me dejo parte de la comida del almuerzo de un día para otro en el trabajo y hacía unas horas, mientras hablaba con mi amigo Fernando Soriano, daba buena cuenta de un cuenco de arroz con atún del día anterior.

El olor era lo que ya conocía como "atún del día anterior", algo fuerte y aunque de sabor no estaba malo, hoy notaba un regustillo como picante al que no estaba acostumbrado; aun así, me acabé el cuenco completo y hasta me acerqué al Carrefour a por unas gelatinas de postre.

Ya acabando la jornada de trabajo comenzaba a encontrarme un poco mareado y falto de fuerzas, tanto que en el camino a casa tuve que pararme hasta en 3 ocasiones porque pensaba que me caía al suelo.

Tenía concertada una cita con el podólogo, de urgencia, en un par de horas, ya que una dureza que tengo entre el primer y segundo meta del pie derecho me había tenido varios días parados al molestarme mucho la presión sobre ella, pero en ese estado no iba a llegar a tiempo.

Mayte me convenció para que me echase un rato, ya que luego me acercaría ella y eso hice, pero unos intensos calambres estomacales me tuvieron dando vueltas con un mareo cada vez mayor... hasta que a la hora de coger el coche tuve que ir corriendo al baño.

Estuve un buen rato convulsionándome con vómitos, sufriendo más por el asco que me produce vomitar que por el malestar físico, que por fortuna, mejoró un poco.

Nos montamos en el coche, aun muy mareado, totalmente lacio y nos encontramos con mi padre en la puerta de la consulta podológica, donde tuve que volver a visitar el baño con urgencia.

La parte positiva era que no me quedaba ya nada por echar, estaba totalmente vacío; la mala era que me notaba febril, con la mente nublada y hecho un trapo.

Me animó además bastante que tras rasparme la podóloga el exceso de piel de la zona donde me molestaba (bastante, por cierto) el dolor se redujo notablemente al apoyar.

Ella no me iba a recomendar correr, ni mucho menos 24 horas, pero al ver lo convencido que estaba me dijo que al menos no emplease sandalias, que tomase ibuprofeno cada 8 hora para reducir la inflamación del pie y que fuese muy consciente de que si se me abría de nuevo la dureza podría provocarme un problema más serio.

Menos mal que ya tenía la maleta preparada, tanto con los Vivobarefoot Ultra III como con las Stone.

Seguía teniendo arcadas, pero ya las aguantaba porque sabía que no tenía nada en el estómago y estaban causadas por la sensación de asco que tenía encima.

Tanto mi padre como Mayte intentaron convencerme para que me quedase en casa, pero llevaba tanto tiempo esperando esta prueba... y lo peor es que yo mismo lo había fastidiado, con mi falta de sentido común...

Aun así me iba a otorgar a mí mismo una última oportunidad, ya que tenía 4 horas hasta que despegase el avión; me iba a echar 2 horas, si me levantaba a vomitar de nuevo o me quedaba dormido, no cogería el avión...

Y muy bien tendría que levantarme para que me diese tiempo físico a llegar a tiempo al embarque, ya que tenía que facturar la maleta de mano.

El agua, ya caliente, caía por mis hombros mientras comprobaba con alivio que las molestias que tenía ahora en el estómago eran de hambre, las náuseas habían desaparecido y aunque aun estaba un poco lacio ya pensaba con claridad.

Mayte, Yogur y Runner llegaron del paseo mientras acababa la ducha; ya no iba a tener tiempo de comer pollo y para convencer a Mayte y a mí mismo de que ya estaba bien decidí hacer una comida de choque.

Mayte se estaba preparando una pizza, que me iba a hacer a mí, mientras yo me comía unas mandarinas; si con semejantes bombas para el estómago no volvían las náuseas lo peor ya habría pasado y no debería tener problemas para volar a Barcelona.

Me comí media pizza porque se me echaba el tiempo encima, la otra media me la guardé en un tupper para el viaje y tras coger la maleta subimos al coche.

En comparación con el breve trayecto al podólogo, en el que la mera vibración del motor me molestaba, ahora me encontraba fenomenal, pero no lograba convencer a Mayte de ello.

Le prometí que si no me encontraba bien no correría y tras despedirnos entregué la maleta en el mostrador de facturación y me dirigí a la puerta de embarque.

Rubén Delgado me preguntaba como estaba y le conté la locura que habían sido para mi las últimas horas entre la visita al podólogo y las vomiteras mientras subía al avión.

Tras confirmar con Julio Pastor que en unas horas nos veríamos en el aeropuerto y despedirme de mis padres me monté en el avión.

No tuve demasiadas molestias durante el vuelo, algún calambre suelto, pero nada de náuseas ni presión estomacal; de hecho empecé hasta a tener hambre.

Contacté con Julio al aterrizar y salí al exterior de la terminal a esperarle, aprovechando para cenarme la media pizza que tenía en el tupper.

Tras mandarnos mutuamente ubicaciones decidimos encontrarnos en una gasolinera cercana al parking de la T2, ya que la zona donde me encontraba esperando tenía toda la pinta de estar restringido a taxis y VTCs.

Pusimos el navegador e intercambiando experiencias e impresiones sobre la prueba aparcamos en la misma calle del Ibis Meridiana, al que llegamos cerca de las 2 de la mañana.

No tardamos mucho en acostarnos, con cerca de 6 horas por delante para descansar antes de la gran cita.

Esa noche tuve un sueño recurrente en el que daba vueltas a la pista con total normalidad y de repente se alzaban cuestas de tierra, vegetación densa y terreno montañoso antes de completar la vuelta en la meta de la pista y volver a cambiar de nuevo el circuito...

Me incorporé un par de minutos antes de que sonase la alarma, aunque llevaba rato despierto; estaba infinitamente mejor que la tarde anterior, me faltaban un poco de fuerzas pero esperaba recuperarlas tras el desayuno.

Preguntamos por el grupo y Rubén Delgado y Manolo Rico desayunarían en el buffet del hotel, así que decidimos bajar con ellos.

El ascensor paró varias veces desde la planta 13 en la que nos hospedábamos hasta la recepción.

Un par de muchachos con pinta de deportistas se subieron primero, después un corredor danés que me confirmó que participaría en las 24 horas y por último Noora Honkala, corredora finlandesa que correría en las 12 horas.

El ascensor pararía en más ocasiones, pero como estábamos llenos continuamos bajando sin recibir más corredores.

Al llegar al vestíbulo conocí por fin conocí a Manolo Rico en persona, ya que al trabajar el 90% de los sábados nunca consigo cuadrar en los entrenamientos de 6 horas que organiza en Murcia.

Es un hombre enérgico y que transmite pasión por el deporte; mientras charlábamos sobre el Reto 1000K por el Apego y la Ruta del Cid Campeador que él realizó junto a otros corredores hace uno años noté un pellizco bajo la nalga izquierda y al girarme vi a Rubén Delgado junto a otra corredora.

Ya había varios miembros de la armada andaluza en el buffet, como Nicolás Kierdelewic, Patricia Scalise y Francisco Berbén y por supuesto muchos otros corredores, algunos de los cuales conocía de un grupo de ultrafondo que tenemos en Whatsapp pero a los que aun no ponía cara.

Decidimos sentarnos también y aprovechar el buffet para coger fuerzas, con mucha cabeza por mi parte.

Cayeron una tostada con aceite y tomate, unos cereales y una infusión de menta, ya que no quería darle mucha caña al estómago.

Durante el desayuno conocí al fin en persona a Nicolás de las Heras, entre otros muchos corredores; tenía la sensación de que iba a volver a lograr algo grande este fin de semana, ya que se le veía muy fino y muy tranquilo, dominando la situación.

Al terminal de comer volvimos a la habitación para coger las cosas y entregar la llave, no sin antes pasar por el momento de la verdad... el baño.

La deposición no era muy sólida pero al menos tenía forma y ya si me notaba con fuerzas... ¡justo a tiempo, porque en menos de 2 horas se daría el pistoletazo de salida!

Dejé la chaqueta en el coche de Julio y le ayudé a llevar su caja a la pista de atletismo.

Es una idea genial que me apunto para futuras pruebas del formato, ya que así tiene todo organizado en un espacio muy reducido y no pierde tiempo en buscar las cosas, como me pasaría a mi, ya que yo llevaba una maleta con todo desperdigado...

Me dio una alegría enorme encontrarme con Diego Rojo de nuevo en la rampa hacia la pista, quien se ofreció a llevar nuestras cosas a la carpa donde él y Mayte se habían ubicado ya, mientras Julio y yo recogíamos dorsales.

Junto al dorsal nos entregaron un chip para ponernos en el tobillo derecho, que me di cuenta de que había perdido llegando a las carpas... ¡menos mal que un miembro de la organización lo cogió y al verme con cara de circunstancia supo que era el mío de inmediato!

En la carpa me encontré con Maite Rojo, que al final participaría en las 24 horas y a Eduardo Cebrían, con quien no coincidía desde hacía ya un par de años, cuando ganó la II 24h Run de Las Palmas.

Tras charlar brevemente con ellos me dirigí al Mercadona a comprar bebida y comida y sobre todo bolsas de plástico, para organizar las cosas que emplearía en carrera.

Me encontré a Virginia, corredora argentino-italiana saliendo; esta vez, a diferencia del Spartathlon, correría su marido y ella le avituallaría.

Al igual que Nico y Patricia o Diego y Maite, se habían invertido los roles en esta ocasión.

En el supermercado compré 2 botellas de aloe vera, tres bolsas de mango deshidratado, una caja de puré de fresa y plátano y 6 botellas de 33 cl donde disolvería pastillas de sales, así como un paquete de chicles de hierbabuena.

Ya traía de casa una caja de Kinder Bueno, 2 paquetes de papaya deshidratada, uno de plátano deshidratado y sales minerales comprimidas en pastillas efervescentes... así como el ibuprofeno, importante para aliviar el dolor de mi pie derecho, que por suerte ya era solo molestia.

Al salir del Mercadona me encontré con otro compañero andaluz, Ángel, que venía a superar los 190 kilómetros largos que había cosechado en la edición anterior, buscando asegurar la plaza del Spartathlon.

Ya de vuelta a la pista comencé a organizar las cosas justo cuando nos llamaron para el briefing, así que cogí sitio en las escaleras, que al encontrarse en penumbra me dejaron helado.

Al terminar comenzaba la presentación de corredores, así que aproveché para terminar de dejarlo todo preparado y saludar a más corredores y amigos, como a Silvia Fernández y Fernando Soriano, entre otros.

Desde la izquierda, un servidor, Jose Antonio Buendia, Angel Ruiz, Fernando y Silvia
Me di cuenta a las 12 menos 5 de que no había puesto el pulsómetro, así que lo dejé buscando señal y me dirigí a la marabunta de corredores que se acumulaban ya entre las 3 últimas calles, que serían nuestro circuito durante las siguientes 24 horas.

Cogí satélite poco antes del pistoletazo de salida y comenzamos a correr.

Mi objetivo era disfrutar, especialmente después de lo vivido en la jornada previa.

Aunque no me hubiese autointoxicado yo solo, no había podido tener la continuidad que me hubiese gustado entrenando tras el Spartathlon y mi tirada más larga había sido la maratón de Málaga en la semana previa, así que sabía que a 216 kilómetros no llegaría, pero desde luego si los veía a tiro los pelearía... con mucha, mucha cabeza.

Con todo esto en mente salí a trote continuo, rápido pero no lo mantendría durante muchas vueltas.

Siguiendo, por poco tiempo, el ritmo de Fernando Soriano

Tenía la sensación de que la gente había salido excesivamente rápida, así que decidí parar y al enganchar a Manolo Rico, dejarlo por delante para llevarlo como referencia; continuamente me iba apartando para dejar paso a corredores que parecían ir a 4 minutos el kilómetro, pero yo seguía a mi ritmo constante.

Ya me habían contado durante el briefing que un corredor que este año iba con una camiseta de Sri Chinmoy pasó el año anterior la maratón por debajo de 3 horas y posteriormente petó de manera espectacular; a ese paso este año se batirían records, de km o de abandonos ya el tiempo lo diría.

Tras varias vueltas me alcanzaron Javier Pérez Córdoba y Eva Pareja, que llevaban un ritmo muy constante, así que me pegué a ellos.

Eva debutaba en la prueba y Javier decía que también, pese a haber participado en las 48 horas de Ceutí ese mismo año; de hecho, instruía a Eva sobre todo lo que necesitaba saber para participar en una prueba de 24 horas en pista, algo que tardó unos 400 metros en explicar.

Su compañía era muy agradable y junto a ellos y Maite Rojo, que nos alcanzó desde detrás, fuimos devorando kilómetros mientras ya comenzaban a formarse grupitos.

Berbén avanzaba con Nico, algo que le iba a venir fenomenal, ya que si controlaba su ímpetu tiene fondo de sobra para hacer los 200 kilómetros y Nico llevaba muy controlados los ritmos.

Fernando avanzaba a un ritmo similar al de Eduardo, adelantándonos ambos cada pocas vueltas, al igual que Posado, Bárbara, Julio, los 2 corredores con la camiseta de Sri Chinmoy y un grupo de 3-4 corredores extranjeros.

Como es obvio cada corredor tiene que parar a comer, beber o ir al baño en momentos diferentes, por lo que Javier y Eva acabaron adelantándose y Maite y yo nos quedamos más "atrás"; relativamente hablando, quizás en momentos fuésemos por delante y en momentos por detrás.

Sumando vueltas

En buena compañía
Diego estaba haciendo un trabajo excelente avituallando a Maite y se ofreció a ayudarnos a mi y a Julio en lo que necesitásemos, así que tras cerca de 3 horas y pese a que no sentía necesidad de comer ni beber, empecé a intercalar algunos buches de aloe con algún bocado ocasional de Kinder bueno.

Tenía mucha curiosidad por ver como se desarrollaban los giros, ya que no sabía como íbamos a correr tantas personas en dos sentidos.

De hecho notaba un poco de presión en el estómago, pero decidí esperar a que se realizase el giro para no despistarme y correr en sentido contrario más de la cuenta.

Consulté por curiosidad el kilometraje en mi primera parada para ir al baño, en el kilómetro 33, pero tras un rato sentado en la taza sin poder relajarme y tras expulsar únicamente aire decidí volver a la carrera.

Esperaba con ganas el momento en el que cayese la noche, acabase la prueba de 12 horas y el frío se cerniese sobre nosotros, ya que sabía que ese era uno de los momentos clave de la prueba; si llegaba a ese punto corriendo cómodo, tenía la prueba en el bolsillo.

Estaba yendo todo mucho mejor de lo que esperaba hasta el kilómetro 40, en el que esa presión ligera en el estómago se transformó en un repentino calambre que me hizo acelerar porque pensaba que no llegaba al baño, como le comenté a Paco Robles al pasar a su vera.

Hasta ese momento no había prestado atención ni a las horas que llevaba corriendo ni a los kilómetros recorridos, solo revisaba cada poco rato las pulsaciones, que llevaba entre 130 y 140, pero recuerdo perfectamente ver el km 40 mientras, sentado en la taza del váter de uno de los baños femeninos (el masculino estaba ocupado en esta ocasión).

En esta ocasión apenas tuve que apretar y eso fue como un manguerazo a presión, que notaba como me iba dejando vacío...

Sabía que como no fuese capaz de controlar eso, estaba fuera de la carrera, así que la decisión número 1 que tomé fue dejar el kinder y el aloe.

El estómago es mi punto débil como corredor, pero una cosa es tener problemas gastrointestinales durante la carrera y otra lidiar con ellos antes del inicio mismo de la prueba, como me estaba pasando.

Sabía que tenía que comer algo porque en poco más de 1 hora me tocaría un ibuprofeno y de hecho al parar para ir al baño y arrancar de nuevo me notaba palpitar la grieta del pie derecho, pero tenía el estómago cerrado...

Creo que se me notaba que me costaba apoyar bien, ya que Silvia, Diego y Berbén me preguntaron si estaba bien en cosa de pocas vueltas.

Poco a poco decidí ir metiendo coca-cola y algo de mango desecado y así llegamos al segundo cambio de sentido, ya anocheciendo, en el que llevaba el estómago realmente pesado.

Tenía el ánimo por los suelos, ya que de piernas estaba fenomenal pero me estaba entrando fatiga a ritmos cercanos a 6 minutos el kilómetro.

Ahora que el efecto del ibuprofeno me permitía apoyar el pie casi sin dolor el malestar estomacal me recordaba al que me hizo abandonar en el Spartathlon...

No sé cuanto tiempo pasó entre la visita previa al baño y la del kilómetro 63, pero de nuevo, me vacié enterito...

Se lo dije a Diego y me dijo que tomase sales y algo de pan, que él mismo me buscó; por momentos parecía que mejoraba la cosa, pero tuve que parar nuevamente en pocas vueltas, en los km 73 y 74, quizás por intentar comer sin demasiado éxito algo de pasta.

Pasamos a un nuevo plan de alimentación que iba a consistir en beber agua con bicarbonato en dosis abundantes hasta que pudiese "cerrar el grifo" y después probar poco a poco a meter sólidos.

Comencé a andar por primera vez en toda la prueba pese a estar muscularmente muy bien y me vino fenomenal la compañía de Fernando, del grupo de ultrafondo y Andrés Alañón, entre otros.

No podía apretar mucho el ritmo porque me entraba bastante fatiga pero tampoco quería andar más tiempo del necesario y comencé a agobiarme porque veía que a ese paso, cayendo la temperatura y bajando yo el ritmo, la situación se parecía irremediablemente a la caída de la noche en el Spartathlon...

En el kilómetro 76 (lo sé porque el registro del pulsómetro acaba aquí) me quité la banda pectoral, ya que hasta eso me molestaba y pocas vueltas después pasé de nuevo al baño, soltando ya agua oscura por el orificio trasero.

Pasé cerca de una hora andando por la pista como un zombi, me senté en la carpa junto a Diego y mientras sopesaba si retirarme o no.

Rubén y Diego trataban de animarme y por mi bien me decían que si lo estaba pasando tan mal que me retirase, ya que era obvio que los 216 kilómetros no estaban ya a mi alcance y tal y como estaba en ese momento ni si quiera los 180.

Sopesé la decisión varias veces, sin dejar de beber agua con bicarbonato y con sensación de hambre pero el estómago del revés, pero fijándome en Maite cuando Diego le hacía el avituallamiento me di cuenta de que parecía estar pasándolo realmente mal.

Se lo comenté a Diego y me dijo que me fijase en el apoyo que llevaba, abriendo mucho el pie; me contó en confianza que si no cambiaba la cosa no creía que pudiese aguantar las 24 horas.

Me siento en deuda con los Rojo desde su grandísimo apoyo en el Spartathlon, así que decidí que iba a recuperarme y volver a la pista, no por mi, sino para acompañar a Maite.

Me probé con un par de vueltas andando y volví a la carpa; aun no estaba preparado, seguía con fatiga y el estómago lo tenía algo pesado, así que decidí volver al baño.

En esta ocasión solo salió gas, lo que fue todo un alivio, tanto psicológicamente como estomacalmente, ya que salí muchísimo más liviano del baño y me encontraba en condiciones de correr de nuevo.

Recuperando la sonrisa.
Tras tanto rato parado ahora me molestaba bastante la zona entre el primer y segundo meta así que decidí descalzarme y dar una vuelta descalzo con Maite.

Muscularmente estaba bien, pero el suelo estaba muy frío y ya estaba casi tiritando en la carpa, así que decidí adelantar una hora el segundo ibuprofeno, que me tomé con un té que me trajo Diego y ponerme los huaraches.

Esto fue todo un revulsivo, ya que corro cómodo con las Vivobarefoot pero lo mío son las sandalias.

Tras muchas horas volvía al trote, muscularmente estaba muy bien y por el momento, el estómago me daba cuartelillo.

Charlando a trote con Berbén mientras seguíamos a Maite.
Comencé a entrar en calor y a quitarme los guantes primero y el cortavientos después, animando a Maite con "chascarrillos de 24h" (chistes malísimos que en ese contexto de lo malos que son hacen gracia) y cogiéndole la comida y bebida para que aunque no tuviese ganas, al tenerla cerca la cogiese si quería.

Dimos varias vueltas juntas pero decidió parar en la carpa; le dije que iba a dar una vuelta al trote y cuando la alcanzase, trotábamos de nuevo.

Diego me insistía mucho en seguir bebiendo agua con bicarbonato y me entregaba un botellín nuevo cada pocas vueltas; también me dijo que tomase algo de caldo, que me sentó bastante bien.

Estuvimos algunas vueltas trotiandando pero comenzaba a verla regular y una cosa era animarla y otra ya forzarla por encima de su umbral de dolor, así que en una nueva parada en la carpa le dije que cuando volviese a la pista la cogería y comencé a correr a mi ritmo.

Estaban a punto de cumplirse las primeras 12 horas de carrera y me entró curiosidad por saber si los 180 kilómetros estaban o no a tiro, ya que si no podía acompañar a Maite estaba nuevamente sin objetivo.

Había acudido a Can Dragó con el objetivo de disfrutar y llevaba muchas horas sin hacerlo y mi nueva meta de llevar a Maite todo lo lejos que pudiese parecía que se iba a terminar al concluir las primeras 12 horas de carrera.


No recuerdo cuantos kilómetros llevaba pero Diego me dijo que si mantenía un ritmo de 8:24 minutos el kilómetro de media en las 13 horas largas que quedaban, clavaba los 180.

Ese pasó a ser mi objetivo y todo mi ser se volcó para conseguirlo; no importaba si paraba a beber, comer (algo improbable) o al baño, trotando estaba yendo a un ritmo cercano a 7 minutos el kilómetro, así que si luchaba, ¡podía conseguirlo!

Cuando apagaron la música me puse los cascos y me di cuenta de que estaba en el punto que tanto anhelaba al inicio de la prueba... el ecuador.

Pese a todo lo que llevaba encima estaba trotando, ahora ya nadie me pedía paso para doblarme e incluso iba yo desdoblándome a buen ritmo y la temperatura era muy buena para correr.

A ritmo de Metallica con la sinfónica de San Francisco dieron la señal para dejar nuestros cartoncitos en el suelo y nos tomaron la medición de las 12 horas.

No sabía aun qué distancia llevaba pero en ese momento había recorrido 95,204 kilómetros.

Coincidía mucho con Nico, Berbén, Paco Robles, Ángel, Javier y Eva, así que cuando veía que el ritmo era similar me iba pegando a ellos, charlando un rato antes de continuar.

A Paco le hice el seguimiento este año en los 6 días de Francia, pero en persona lo había conocido esa misma mañana dando vueltas a la pista y ya parecía que nos conociésemos de toda la vida.

Es parte de la "magia" del ultrafondo, nos junta a los "locos" por este deporte y en pocas horas forja amistades que fuera de los ultras tardarían años en consolidarse de ese modo.

Me dio mucha pena la marcha de Maite, que por problemas articulares en la rodilla derecha decidió finalizar en las 12 horas y más aun la de Berbén, que comencé a desdoblar cuando comenzó a caminar y cuando me quise dar cuenta ya no estaba ni en la pista ni en la carpa.

Fernando y Eduardo seguían como máquinas, así como 3 de los corredores extranjeros y alguno otro suelto, pero posiblemente en esos momentos yo estaría en el top 10 de corredores más rápidos de la pista.

Sabía que tenía que ir aportando líquidos al cuerpo con la mayor regularidad posible, así que, acordándome de George Mihalakellis, me creé un ritual.

Daba una vuelta al trote hasta donde se encontraba el caldo y cogía un vaso, que iba bebiendo poco a poco durante 200 metros; dejaba el vaso en la papelera y echaba a trotar.

Hasta que no eructase, seguía trotando sin parar y en el momento en el que lo hiciese, señal de que el caldo ya se había asentado en el estómago, esperaba una vuelta completa y tomaba otro vaso de caldo.

De esa forma me aseguraba que me mantenía hidratado, que el estómago no me molestase y lo más importante, que siguiendo ese ritual iba por debajo de 8:24 minutos el kilómetro incluso si tenía que parar a orinar.

Ya rondaba, de hecho, 6:20-30 minutos el kilómetro sin dificultad en las vueltas que trotaba completas.

Me creé además una "hucha" mental y cada vez que saltaba un kilómetro en el GPS le sumaba 10 segundos y redondeaba hacia arriba (para tener una idea aproximada del ritmo), añadiendo a la hucha la resta entre 8:24 y el ritmo de ese kilómetro.

George es un corredor australiano con raíces griegas que compartió habitación con Javier y cuando supo de mi retirada por problemas estomacales estando en el hotel Apollon, en Atenas, me dijo algo que no olvidaré nunca.

Lo primero, fue que para acabar una prueba físicamente tan exigente como el Spartathlon no puedes comer cualquier cosa, tienes que elegir pocas y centrarte en ellas, creer que te van a llevar a la meta.

A lo mejor nutricionalmente hablando no valen mucho, pero si crees firmemente que eso es lo que te va a hacer llegar a la meta, llegarás.

Lo segundo, mientras subía las escaleras de dos en dos camino a la habitación, es que el mejor entrenamiento para un ultra es la propia vida, y no puede parar, el entrenamiento para el siguiente ultra comienza una vez has cruzado la meta del anterior.

Con la mente perdida en los recuerdos del Spartathlon flotaba por la pista, promediando un minuto y medio largo de margen para mi hucha por vuelta, seguía trotando y lo más importante... ¡estaba disfrutando como hacía horas que no lo hacía!

No había cogido el móvil hasta que había empezado a encontrarme mal y desde que había salido a correr con Maite no lo había vuelto a coger y vi que Fernando avanzaba caminando por la parte derecha de la pista consultándolo, mientras Silvia le acompañaba por fuera, así que me puse a animarle.

No debería estar tampoco mal, ya que tardó un par de vueltas en empezar a doblarme nuevamente, ahora cada bastantes vueltas.

Yo seguía siendo fiel a mi ritual, que iba cambiando cada hora, ya que unas horas había té, otras caldo y en algunas intersecciones en las que era afortunado y podía elegir, alternaba dos caldos con un té.

No sabía cuantas horas llevaba corriendo ni cuanto tiempo o vueltas a la pista tomaba un ritual de caldo+té completo, pero mantenía la mente ocupada, el cuerpo hidratado y la hucha mental cada vez más llena.

Cuando volvimos a cambiar el sentido miré instintivamente el reloj y vi un 126 por delante; no sabía cuantas horas quedaban, así que la cifra en sí no me decía nada, pero sabía que llevaba muchos kilómetros desde que estuve meditando si abandonar o no la prueba y me estaba encontrando fenomenal, lo que me daba alas para seguir trotando, con mucha cabeza.

No pasó nada interesante hasta que ya con el cielo comenzando a cambiar de color, en el km 155, fui al baño, tras un par de vueltas aguantando con angustia ante lo que pudiese pasar.

Salió una pequeña deposición, blandita pero con forma al menos y respiré aliviado; apenas había perdido un par de minutos de mi hucha de tiempo y decidí que era el momento de unir horas y kilómetros y ver qué había hecho y qué me quedaba por hacer.

A las 6:50 cogí el móvil para hacer unos cálculos rápidos y le escribí a Mayte; si me mantenía a un ritmo medio de 9 minutos el kilómetro, que en esos momentos superaba con creces, clavaría los 180 kilómetros.

Desdoblé un par de veces a Fernando en pocas vueltas y vi que no iba del todo bien, así que me puse a su vera aprovechando que iba a coger un té y compartimos varias vueltas al trote, hasta que volvió a coger ritmo y alejarse.

Lo mismo me pasó con Eduardo, es lo bueno de ese formato, pensaba que sería aburrido pasar 24 horas dándole vueltas a una pista de atletismo, pero nada más lejos de la realidad, cada vuelta era diferente y cada momento, único.

Promediando 7 minutos el kilómetro aproximadamente pasaron los minutos y volví a escribirle a Mayte, justo cuando una ligera llovizna caía sobre nosotros.

Eran las 8:05, tenía 3:55 para hacer 20 kilómetros; aproveché que tenía el móvil en la mano para hacer los cálculos rápidamente y podía permitirme el lujo de ir a 11:45 minutos el kilómetro, cuando en las últimas vueltas estaba promediando 7:20 aproximadamente.

El ambiente parecía comenzar a vibrar poco a poco, se veían más corredores en las calles y mucho más público en la pista, después de muchas horas "recogiendo cadáveres" pese a ir a ritmo tranquilo cada vez más corredores comenzaban a doblarme, pese a que no iba tampoco a un mal promedio... se notaba que el final estaba cerca.

Julio era uno de esos corredores, pese a haber sufrido molestias físicas apenas había abandonado la pista y cuando no avanzaba con potentes zancadas se pegaba varias vueltas al trote adelantando a prácticamente el 90% de los corredores que seguíamos en carrera.

Fernando Soriano y Ángel tenían al alcance de la mano los 216 kilómetros que les asegurarían la plaza en el Spartathlon y por mi parte yo tenía 2 horas y 55 minutos para recorrer 14 kilómetros.

Concentrado en el objetivo...
Cuando pensaba en lo mal que lo había pasado entre las horas 6 y 10 me emocionaba y se me llenaban los ojos de lágrimas, pero aun no era el momento de dejarlas correr...

Llegamos al último giro y me di cuenta de que pese a que llevaba ya cerca de 13 horas sin comer nada, ni si quiera tenía sensación de hambre; fue pensarlo y empezar a rugirme las tripas...

Probé a echarme unos chicles a la boca, pero no hice efecto, así que decidí arriesgarme con medio kinder bueno, regado con un poco de isotónica, para salirme del ritual por primera vez en muchísimas horas.

Pareció sentarme bien, así que decidí no jugármela más y beber únicamente en lo que quedaba de prueba, aunque visité una última vez el baño por precaución y menos mal, ya que con los gases se escapó una masa maloliente que llevaba varias vueltas lastrándome.

Tras un buen rato sin que volviese a chispear, de nuevo caía una llovizna suave sobre nosotros, desvelando en la distancia un precioso arcoiris que parecía no querer perderse nuestras últimas horas de lucha.

Cuando anunciaron por megafonía que quedaban 2 horas para el final de la prueba estaba a 7 kilómetros y medio (posiblemente 7.100 metros, por el breve retraso al pasar por meta) para llegar a los 180.

Tenía claro que seguiría en movimiento una vez llegase a los 180, necesitaba saber que había llegado, pero no me iba a detener.

Recordaba que Diego acabó en la ambulancia a pocas vueltas de llegar a los 180 kilómetros que le dieron el pase al Spartathlon que finalmente fue el único español en acabar y me daba miedo sufrir un desvanecimiento estando tan cerca y más después de todo lo que había pasado.

Tras decirme Mayte que me había visto con el móvil en la mano a través de las webcams decidí guardarlo ya (estaba haciendo cálculos que para nada servían realmente) y hacer lo que había venido hacer por el tiempo que quedaba... ¡correr!

Cuando podía me pegaba a Eduardo, Fernando o Ángel, todos dentro de sus mejores marcas ya y sumando más vueltas, pero tras los acelerones paraba a beber el ritmo, recuperaba fuerza con media vuelta al trote y volvía a la carrera de nuevo.

Siguiendo la estela de Ángel
Berbén había vuelto a la pista, coincidí varias vueltas con Eva y Javier... ¡parecía increíble que llevásemos ya 23 horas dando vueltas juntos!

¡Olé!
Entramos en la recta final y los corredores en cabeza iban como balas y otros que hacía horas que no veía habían retornado para sumar más vueltas.

Cogí mi cartoncito y supe que ya estaba todo a punto de acabar y volví a emocionarme.

No quería mirar cuantos kilómetros llevaba, solo quería correr hasta que acabase todo... en compañía de tantos amigos y tras tantas horas y kilómetros.

El último kilómetro lo completé en 4 minuto, cayendo lagrimones a borbotones por mis mejillas mientras dejaba en el suelo mi cartoncito y me fundía en un abrazo con Javier, Eva, Julio, una corredora a quien no conocía pero con quien llevaba horas y horas compartiendo ánimos vuelta a vuelta...

Se formó un pasillo en la zona de meta y fuimos acercándonos entre aplausos y vítores en un momento realmente especial en el que me costaba mantener las lágrimas en su sitio.

Emocionado
Chocando manitas


Llorando como un niño... ¡feliz!
Fue todo un torrente de emociones y sensaciones mientras recibíamos nuestra medalla, nos felicitábamos y nos echábamos alguna foto, pero no podíamos recrearnos tampoco, ya que al día siguiente la mayoría trabajaríamos.

Desde la izquierda, Maite, Javier, servidor y Diego

Junto a Silvia Fernández, que aguantó 24h pendiente a nosotros ¡GRACIAS!
Julio se ofreció a llevarnos a Mayte, Diego y a mi al aeropuerto, así que tras recoger la bolsa del corredor y despedirnos de los corredores que teníamos a mano (había muchos desperdigados con sus amigos y familiares por toda la pista) pusimos rumbo al aeropuerto.

No se si volveré a ser agraciado en el sorteo del Spartathlon o no, pero tengo claras 3 cosas...

La primera, que en cuanto pueda coincidir con estos pedazos de atletas, cogeré un coche, tren o avión para correr con ellos.

La segunda, que tengo que repetir una prueba en el formato de 24 horas en cuanto tenga la ocasión, ya que la experiencia ha sido increíble y si pude remontar esos momentos tan duros y recorrer finalmente 187,569 kilómetros creo que puedo dejar el listón aun bastante más alto.

La tercera, que es algo en lo que tengo que empezar a trabajar ya es en un listado de alimentos sólidos y líquidos que me sienten bien en pruebas de ultrafondo, para ceñirme a ellos y no probar cosas extrañas; ya se que el agua con bicarbonato, caldo de pollo Aneto y el té funcionan ¡a seguir corriendo para descubrir más!

Muchas gracias a todos por vuestros ánimos y seguimiento tanto en carrera como a través del móvil y Redes Sociales, dicen que el ultrafondo es un deporte solitario, pero con vosotros animando es de todo menos solitario.

¡Un fuerte abrazo!

Comentarios

  1. Que gran experiencia y que suerte he tenido de compartir kilómetros contigo, con el gran corredor errante. El ultrafondo no es solitario, si así lo fuera no lo practicarán personas tan especiales.

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