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II CxM Sierra Blanca


El año pasado obtuve plaza para la I CxM Sierra Blanca fuera de plazo, gracias a una ampliación de última hora para cubrir unos huecos que quedaron libres; fueron los 36 kilómetros más bonitos y sufridos que viví hasta el momento.

Este año me inscribí en cuanto tuve la oportunidad en la nueva modalidad de 42 kilómetros, que prometía emociones fuertes; estuve varias semanas pensando qué nos depararía la prueba y barajando qué material llevar.

Parecía que no iba a llegar el día de la prueba, pero finalmente, a las 5:30 am comenzó este particular San Valentín; no tengo palabras para agradecerle a Mayte su apoyo y entrega, todos y cada uno de los días que pasamos juntos.

En la anterior edición, en la prueba de 36 km pequé de novato, ya que había participado en pruebas de montaña, como la la Vertic Night o el trail de Pujerra, pero discurrían prácticamente en su totalidad sobre carriles y pistas forestales.

En esta edición, ya sabiendo a lo que me iba a enfrentar y con experiencia en pruebas muy duras, no quise dejar nada al azar, y seleccioné cuidadosamente el equipo que llevaría a la prueba, testado a fondo durante largas horas de entrenamiento y competición.


En cuanto a vestimenta, llevaría las mallas térmicas que uso siempre que corro por montaña con frío o previsión de viento, y el cortavientos que desde Trekking&Running Marbella me facilitaron cuando hice acopio de material para participar en el Andorra Ultra Trail.

En cuanto a calzado, las Skechers que Todosdescalzos.com me facilitó para participar en ese mismo ultra, junto a unos calcetines Lurbel.

Como apoyo tras las largas horas de carrera que me aguardaban, llevaría mis Arpenaz 200, que tan buen resultado pese a su bajo precio me habían facilitado hasta la fecha.

Y como material complementario llevaría dos botellines de Powerade, una vejiga con otros 2 litros de Powerade, una barra de Powerbar, unas gomas energéticas de Aptonia, junto con un sobrecito de sales de la misma marca, manta térmica, silbato y un teléfono móvil cargado al máximo, material que portaría en la mochila de hidratación SAD Extend.

También estrenaría unas polainas Kalenji, regalo de San Valentín, que, junto a las Skechers (en las bajadas del VII CxM Calamorro de la semana pasada coseché varios resbalones debido al desgaste de su suela) eran los únicos elementos de cuyo rendimiento no estaba del todo seguro, al ser una prueba de tantas horas de duración en un terreno tan exigente.

Tras vestirme, desayunar y repasarlo todo por última vez, Mayte (mi prometida), Angie (mi cuñada), Marina (mi hermana) y yo nos dirigimos al coche, dirección Marbella.

Este año la salida sería en el Parque Vigil de Quiñones, no muy lejos de la del año pasado, pero al ir de noche y debido a un error mío nos saltamos la salida, aunque llegamos con tiempo sobrado al parque donde aparcamos.

Allí me encontré con un montón de buenos amigos y viejos conocidos como Francisco Viegas, Juanma Navarro, Daniel Blanco, Jordi y Rubillo entre otros compañeros de La Senda.

Nada más saludarlos y retirar el dorsal, el 54, me encontré con mi amigo Matt y sus inseparables huaraches, con quienes no coincidía desde el Ultra Sierra Nevada; sin duda daría que hablar durante y tras la prueba.

Mi primer planteamiento era tratar de ponerme a su ritmo para ver si por fin conseguíamos acabar una prueba juntos,ya que pese a tener niveles muy parecidos siempre acabamos entrando a meta muy separados.




Una vez recogido el material vi a Súper Paco, a quien pedí una foto que llevaba esperando desde el año pasado en el II Desafío Sur Torcal, cuando me quedé con las ganas, ya que al haber cola entre los atletas para echarse una foto me parecía un poco agobiante para él, aunque no se quejase al tener tanta gente alrededor pidiéndole una instantánea.


Y curiosamente (me sigue pareciendo extraño), al momento fui yo al que pidieron una foto, Chari, corredora local a quien mando un afectuoso saludo.

Mientras amanecía, el parque se iba abarrotando, y cada vez me encontraba con más caras conocidas, como algunos compañeros del Club Atletismo Fuengirola, como José Manuel o Miguel Ángel, o del  Club Atletismo Torremolinos, como Francisco Campos (coincidimos en prácticamente todas las pruebas por montaña de la provincia).


Seguramente me deje a alguien sin nombrar durante el transcurso de la crónica o confunda algún nombre (fueron muchas horas y mucha buena gente compartiendo camino), pero en ese caso tan solo dejadme un comentario o mandadme un mensaje y lo corregiré al momento.

Justo antes de encaminarme hacia el cajón de salida, Juanma, uno de los organizadores, me comentó, bromeando "han retirado el dorsal Súper Paco, Zaid y el Corredor Errante, ya podemos cerrar las inscripciones"; creo que es el halago más grande que se le puede dar a un deportista, especialmente, de montaña.

Me despedí de mi madrugador "séquito", y me dirigí con Matt hacia el arco de salida, de la Gran Senda de Málaga (me encantó el diseño).


Tal y como me esperaba, y pese a que había contactado con la organización para asegurarse que podría correr con sus sandalias, Peri, un año más juez de la prueba, advirtió a Matt de los riesgos de correr con huaraches, le recordó que lo hacía bajo su propia responsabilidad y que, en caso de verlo conveniente, podrían sacarle de la prueba.


Creo que es necesario concienciar a los corredores, especialmente nobeles, de las dificultades de correr en un terreno tan técnico si no se está preparado para ello, y más un calzado que no es tan habitual calzar, pero habiendo visto a Matt en acción sabía que no tendría dificultades para acabar con éxito la prueba.


Querría haberme echado una foto con Zaid, al igual que con súper Paco, pero cuando lo vi pasar ya estaba dentro del corralito de salida, e intuí que querría coger buena posición, por lo que no lo retuve; a ver si el año que viene consigo esa instantánea

Se acercaban las 8 de la mañana, y con ello la hora de la salida, así que me coloqué en la parte derecha de la zona de salida, a mitad de pelotón, esperando la salida mientras los rayos de sol comenzaban a despuntar.

Mientras charlaba con Matt y deseaba suerte a mis compañeros, llegó el momento, y tras corear entre todos la cuenta atrás, como el año pasado, ¡comenzó la prueba!

Tras un descenso casi instantáneo, estábamos fuera del parque, ascendimos una pequeña pendiente, buscando nuestro ritmo y nos incorporamos a la Calle del Pinar.

Algunos aprovecharon la favorable pendiente para ganar terreno, pero yo sabía muy bien que en ese momento el esfuerzo era prescindible; si podía, ya apretaría tras salir de Ojén (tenía la referencia con el año pasado de que la dureza de la prueba era de 1/4 hasta llegar a Ojén, 2/4 de Ojén a la Cruz de Juanar y 1/4 la vuelta a meta).

Pasamos bajo un puente que me resultaba familiar, y recordé la subida bordeando el campo de golf de la Subida a la Cantera de Nagüeles...

Matt debió leerme el pensamiento, ya que me preguntó si este año repetiría, pero como me encontraré fuera esos días este año no me quedará más remedio que perdérmela... no obstante intentaré participar en una popular de 5 kilómetros en Hackney, no será lo mismo, pero al menos podré matar el gusanillo.

Mientras nos poníamos al día (llevábamos varios meses sin charlar distendidamente), nos adentramos en la primera vereda, pisando campo mucho antes que en la anterior edición.

Se trataba de un sube y baja constante pero picando hacia arriba, con algunos charcos y terreno mojado que obligaban a ir alerta, por lo que rápidamente se acabó la conversación.

Llegaba el cortavientos y las mallas térmicas de arriba con las mangas largas extendidas además de los guantes, pero comencé a sudar profusamente, así que traté de remangarme sin bloquear el estrecho camino con los bastones al resto de corredores.

Me aparté un momento, me quité el Garmin, me remangué y volví a ponerme el GPS, guardándome los guantes en los bolsillos del cortavientos; así los bastones con firmeza y volví a la marcha a buen paso, no tanto por recuperar el tiempo perdido como por ponerme de nuevo a la altura de Matt.

No obstante, aunque apreté bastante el paso, dejamos atrás la primera zona de vereda para volver al asfalto (momentáneamente) en la Avenida de la Florida, pero como seguía sin rastro de sus sandalias, relajé el paso; si lo tenía que alcanzar, horas tendría para hacerlo, si no lo hacía, tampoco iba a comenzar a un ritmo superior al que podía avanzar.

Llegamos al avituallamiento de Xarblanca, cuyos voluntarios nos animaban y aplaudían, y comenzamos a adentrarnos en el monte.

Lo primero que noté fue que en comparación con el año pasado, el terreno estaba mucho más húmedo y resbaladizo, y no sabía si era porque el año pasado llevaba las Inov-8 Oroc 340 (que se clavan a cualquier superficie) y no me di cuenta o porque realmente este año el suelo estaba más resbaladizo.

Tuve un par de resbalones en las primeros saltos entre raíces, y se me colapsaron las Skechers de barro en cuestión de una decena de zancadas, por lo que tuve que reducir la marcha.

Iba detrás de un corredor con la equipación de La Senda, pensando que los arroyos de la zona de Los Monjes tenían menos agua que el año pasado, cuando escuché voces que nos llamaban.

Iba tan concentrado en no resbalar que había puesto el automático tras el corredor, que se había desviado del camino para cruzar un arroyo que aún no debíamos bordear, así que nos tocaba volver unos pocos metros sobre nuestros pasos.

Cuando el corredor se giró me sorprendió no haberlo reconocido antes, era Raúl, antiguo compañero del Club Atletismo Fuengirola, ya montañista 100%.

Volvimos al camino correcto, y comencé a notar algo que impactaba contra mi tobillo derecho; bajé la mirada y... ¡sorpresa! una de las polainas se había roto y se bamboleaba a su antojo zancada a zancada.

No solo era peligroso por el golpeteo en sí, que tras tantos kilómetros, aunque no sea un golpe fuerte, puede provocar un hematoma, sino porque, de no tener cuidado, podía pisármela y caer; había dos elementos de cuyo rendimiento no estaba del todo seguro, las polainas y las Skechers, y tras poco más de tres kilómetros de carrera tenía problemas con ambos.

Aun así corría a buen paso, saltando los troncos con los que nos encontrábamos, disfrutando del abrazo del bosque (no se me ocurre metáfora mejor para describir esa mezcla de olor a matorral y a monte junto a la sensación de la humedad de los árboles).

La carrera comenzó a separarse, las subidas picaban cada vez más y tocaba echarle las manos a los muslos o desenvainar los bastones, aunque de momento me encontraba cómodo subiendo sin necesidad de usarlos; de hecho, me estorbaban un poco, ya que tenía las manos empapadas de sudor y tenía que ir cambiándomelos de brazo, casi me arrepentí de haber decidido usarlos.

En el tramo final de subida al Puerto de Las Pitas si eché mano de ellos, pero como el siguiente par de kilómetros fue en bajada, volví a cargar con ellos.


Derrapaba en la bajada, convencido de que el problema este año era el calzado, y no que el terreno estuviese más húmedo (de hecho, aunque todo seguía tan exuberante como siempre, recordaba oír en la pasada edición el rumor del agua en varios puntos, y este año, si había, era inaudible para mí).

Hasta la subida al Puerto de Las Pitas había ido adelantando paulatinamente a varios corredores, pero en la bajada, en la que bajé bastante el ritmo para no derrapar, fui yo el adelantado.

Algunos me saludaban al pasar o me daban la enhorabuena por mis crónicas (espero estar hoy a la altura de las circunstancias), pero hasta que no me adelantaron Jordi y Risto, de La Senda, no pude ubicar las voces de quienes me adelantaban (como iba con la mirada fija en el suelo, tampoco veía las caras).

Les pregunté como iban, y me dijeron que bien, pero Jordi iba con las plantas de los pies acalambradas desde el comienzo, así que, sabiendo, más o menos, lo que se nos venía encima, les recomendé que se lo tomasen con calma.

Durante el tramo de bajada se me perdieron de vista, pero los alcancé rápidamente al inicio del octavo kilómetro, según mi GPS, una vez volvimos a tener la pendiente en contra.

Tardé algunos metros en coger el ritmo de subida óptimo, perdiendo alguna posición (entre otros me adelantó Felipe, también fichaje de La Senda que ya comenzó a dejarme atrás en el V Animal Trail y  en pocas semanas acudirá a la Transgrancanaria, enorme la progresión de este corredor).

Cogí ritmo (aunque a Felipe no lo pude coger), y alcancé pocos metros más adelante a Jordi y Risto, con los que compartí charla y ritmo durante cerca de un kilómetro, aunque al final los fui perdiendo poco a poco.

Prácticamente no levanté la vista del suelo hasta que vi unos voluntarios a lo lejos, que nos guiaban sobre cómo cruzar por una zona de rocas que podían resbalar algo más (y estaba seguro de que el año pasado eran atravesadas por un arroyo); tras el cruce levanté la vista al frente, arrepintiéndome de no haberlo hecho antes... aun quedaban varios kilómetros para llegar a Ojén, y otros tantos para alcanzar el "techo" de la prueba, pero aun así las vistas ya eran impresionantes.

Escuché por detrás pasos a buen ritmo, pero al preguntar si querían pasar me respondieron que todavía no.

A los pocos pasos la voz preguntó "¿tu conoces a mi primo, no?" traté de ubicar la voz, pero no me sonaba, y mientras dudaba, replicó "sí, Cristóbal, ¿sabes quien digo?"

Pregunté si era Cristóbal Doblas, de Alhaurín, y en efecto, ése era... ¡el mundo es un pañuelo! estuvimos charlando sobre la última edición de la carrera por montaña en el Calamorro y la Travesía Jabalcuza-Jarapalos, pero conforme ascendía la pendiente la conversación fue disminuyendo, y cuando me quise dar cuenta no oía sus pasos.

No obstante, en cuanto el terreno comenzó a ser descendente, el primo de Cristóbal me adelantó de nuevo, y poco después, Jordi y Risto.

Les estuve comentando que me notaba inseguro en las bajadas con la zapatillas y me comentaron que en La Senda tienen liquidación de stock, así que estuvimos charlando sobre varios modelos y marcas.

En el ascenso, nuevamente, los fui dejando atrás, y poco después alcancé al primo de Cristóbal, mientras recordaba mentalmente el camino y me concentraba en acompasar marcha, apoyo de bastón y respiración.

Sin darme cuenta había llegado al descenso previo a Ojén donde una valla separaba el camino de una finca; mis ojos se desviaron por un momento del camino al ver el envoltorio de un gel tirado al otro lado de la valla, y al llevar los bastones en el brazo derecho, en ese momento de despiste se engancharon con la valla. 

Tuve que pararme para sacarlos, bloqueando el estrecho camino por momentos, creando un "tapón" en cuestión de segundos.

Me disculpé con los corredores que esperaban y retomé la marcha, cogiendo los bastones ahora con el brazo izquierdo y agachándome por los pelos en el cable señalado con cinta (gracias al aviso del corredor que me antecedía).

Escuchaba a lo lejos las voces de Jordi y Risto, pero no llegaban a ponerse a mi altura; en el posterior ascenso perdí todo rastro de corredor, tenía enfrente Ojén, bajo mía la carretera y el tráfico, y a mi alrededor la inexpugnable naturaleza.

Es una de las cosas tan bonitas de la prueba, al ser tan agrestre y técnico el recorrido, puedes estar a 30 segundos del corredor que llevas delante o tener a un corredor 30 metros detrás, y ni verlos ni oírlos, sintiéndote solo en ese maravilloso entorno natural.

La ruta cambió de campo a través a sendero y comenzó la bajada hacia Ojén, en la que me adelantó "El Último Bandolero", o eso rezaba su camiseta.


Pese a haber vaciado casi por completo uno de mis botellines de Powerade, estaba sediendo, así que aproveché el avituallamiento de Ojén para beber copiosamente y comer un poco, tras saludar a Peri, concentrado en nuestros dorsales, y Daniel, que nos animaba a nuestro paso.

Los voluntarios me reconocieron y animaron también, advirtiéndome de que la subida este año iba a ser más dura; les agradecí el aviso y dejé atrás el avituallamiento, sabiendo que, pese a llevar más de dos horas en camino, la carrera no había hecho más que empezar.

Recuperé el paso con zancadas amplias, luego marcha y por último trote, tratando de alcanzar a un muchacho alto que me acababa de adelantar, en primera instancia, y al último bandolero, como siguiente objetivo.

Éste corredor, aparentemente, iba "sobrado", lo mismo se giraba para echarnos una foto, o al paisaje, que se ponía a nuestra altura o aceleraba para posteriormente pararse de nuevo; se le veía en su salsa, disfrutando como si no le costase esfuerzo alguno avanzar, mientras que yo comenzaba a notar el peso de la mochila en la espalda.

Hicimos grupo durante algunas centenas de metros, pero en una zona con rampas de las que los jóvenes (y no tan jóvenes) colocan para hacer virguerías con las BMX (donde ya comenzaba a picar la cuesta), fui quedándome poco a poco atrás.

Para ellos era como si el firme no hubiese cambiado, pero yo tuve que echar mano a los bastones, y en la zona del Arroyo de Almodán los acabé perdiendo.

Sabía que no estarían muy lejos, pero ascendían a buen paso por el técnico terreno, sin mucha dificultad, mientras que yo incluso tenía que colocar los bastones sobre las rocas en algunas zonas para ayudarme de las manos y subir.

Hasta antes de llegar a Ojén me había preguntado por qué se me había ocurrido traerme los bastones, pero ahora estaba encantado; había zonas en las que parecía que había escalones horadados en el terreno, para facilitarnos el avance, pero aun así, de no ser por el apoyo de los bastones, con semejante grado de inclinación era más fácil subir reptando que andando.

De nuevo estaba solo en el mundo, y decidí darme un respiro, parando (aunque mis gemelos no podían descansar, era casi más difícil mantenerse erguido en la pendiente que seguir avanzando), respirando hondo, bebiendo un poco y contemplando las vistas.

A lo lejos vi a un corredor avanzando hacia arriba, así que decidí continuar con más calma el ascenso (no sabía cuanto nos quedaría aun por delante) y apretar un poco el paso cuando se pusiese a mi altura, que en compañía las penas son siempre menores.

Cuando me alcanzó fuimos charlando, como vi que llevaba unas Merrel, sobre minimalismo en general, carreras por montaña, la pendiente que teníamos frente a nosotros, y sobre todo, las vistas... impresionantes, valían con creces el esfuerzo de cada paso que ascendíamos para poder disfrutarlas...

Parecía que no acababa, pero finalmente el ascenso llegó a su final; por desgracia, ya que me di cuenta al comenzar a bajar de que tenía un agujero enorme entre la membrana y la suela de mi zapatilla izquierda, de forma que, como calzaba medio número de más para no sentir la presión al correr tras la hinchazón propia de este tipo de pruebas al pasar tantas horas en marcha, si en los giros no prestaba atención, podía salírseme el pie por ahí.

Me acordé de Matt, sus sandalias y las Luna Sandals Oso que había dejado en casa... ese tipo de problemas nunca me hubiese pasado con ellas...

Puse todo el cuidado del mundo en la bajada, notando como comenzaba a notar como calambres en la planta de mis pies, para mi sorpresa (nunca antes me había pasado), por lo que fui ayudándome de los bastones para ir frenándome.

Me alcanzaron y dejaron atrás en un suspiro Jordi, Risto y el primo de Cristóbal Doblas, a quienes alcancé en el avituallamiento del inicio de la Senda Pozuelo, donde recuperé rápidamente para no enfriarme y que mis pies empeorasen de nuevo.

Allí me encontré a Marco, otro de los nuevos fichajes de La Senda, con quien coincido en muchas pruebas, sobre todo de montaña, y me sorprendió que me dijese que se retiraba, ya que es un corredor con mucho fondo y bastante experiencia, pero me comentó que no se encontraba del todo a gusto hoy, y sabiendo que le quedaban, como poco, otras 4 horas de carrera por delante, prefería dejarlo en ese momento.

Me despedí de él y los voluntarios del avituallamiento y bajé nuevamente por el sendero, que de inmediato comenzaba a picar hacia arriba.

Al mirar al suelo para calcular el puno de pisada y apoyo de bastones de los próximos metros, me di cuenta de que la membrana de mi zapatilla derecha también estaba desgarrada, en la parte izquierda y derecha, así como la izquierda, que además del enorme agujero en la zona derecha, tenía dos pequeños orificios en la parte izquierda.

No llevaba ni dos minutos en marcha cuando me adelantaron Jordi y Risto, sin demasiada dificultad; traté de ponerme a su ritmo, pero el dolor en los pies se acrecentaba, así que decidí aminorar un poco el ritmo y, en cuanto se ensanchase un poco la vereda, disolver un sobrecito de sales en uno de mis botellines, que había rellenado con agua en el avituallamiento.

A los pocos minutos encontré la oportunidad, en un punto en el que, tras una pequeña bajada, volvíamos a ascender.

Eché el sobrecito en el botellín, guardé el plástico en el bolsillo trasero de mi malla y esperé a que se disolviese flexoextendiendo las rodillas y los brazos y comprobando cómo me encontraba en general.

En ese momento apareció, una vez más, el primo de Cristóbal, que me dijo "esto no puede ser, no vamos a parar de adelantarnos en todo el día", y medio en serio medio en broma (no sabía cómo iba a reaccionar el cuerpo tras la parada) le dije "tira tira, que ahora te pillo en la subida"

Eché un ojo al GPS... casi 4 horas de camino, me parecía raro haber empezado ya con calambres habiendo bebido y comido de forma regular...

Saqué un montón de tierra y piedrecitas de las Skechers, me bebí medio bidón a pequeños sorbitos y recuperé la marcha, notando el quejido de mis piernas y tríceps al tratar de ascender trotando.

Escuchaba desde detrás voces conocidas, pero al girarme no veía a nadie, así que continué mi ascenso concentrado en donde pisaba, acompañando cada zancada de un apoyo de bastón y tratando de mantener una respiración rítmica, volviendo a coger el ritmo que llevaba antes de la parada.

Los calambres en las plantas de los pies habían desaparecido, así que, bastante motivado, aceleré el paso y perdí las voces, aunque un poco más adelante, a pocos metros de comenzar la bajada, volví a escucharlas.

Eran Francisco Campos, del Torremolinos, y Ramón, con quién realicé una tirada nocturna a través de la Sierra de Mijas en Julio, preparando el Andorra Ultra Trail.

Iban poco a poco, a su ritmo, intercambiando sus impresiones sobre la prueba y adelantando corredores casi sin proponérselo, como a mí.

Me preguntaron que como iba, y les dije que había estado un poco acalambrado, pero como era en la planta de los pies, no podían echarme un cable, ya que tenían cremas y réflex, pero con las zapatillas puestas, era una faena.

Les dejé paso en la bajada, en la que tenía que ir con cuidado en cada apoyo para no derrapar, que no se me saliese el pie izquierdo (aunque fuese parcialmente) de la zapatilla y no me entrasen piedras dentro (las polainas, quitando que se me rompieron a los pocos kilómetros de prueba, mantenían su cometido, impedir que entre membrana y calcetín entrasen piedras y otros elementos, pero con agujeros a ambos lados de la membrana no eran de mucha utilidad).

Como es lógico, no podía prestar atención a todo al mismo tiempo, y tras un par de derrapes dejó de importarme que me entrasen piedras dentro de las zapatillas; algunas entraban y otras salían zancada a zancada, pero si no prestaba atención podía irme de bruces contra el suelo (gracias a un repentino y certero apoyo de bastón me salvé de más de una caída).

Algunos corredores se acercaban por detrás, así que les fui dejando paso mientras, en una rápida mirada para orientarme, observé en la distancia el siguiente punto de avituallamiento. 

Escuché a lo lejos en ese momento "¡¡Ese Errante bueno!!" y un corredor que venía bastante lejos empezó a contarme un chiste algo subido de tono, que, la verdad, me ayudó a olvidar el creciente dolor de las plantas de mis pies (no eran calambres en sí, era el dolor producido al pisar sobre las piedras de dentro de las zapatillas de forma repetida).

Al pasar a mi lado me saludó y me dio ánimos, aunque no lo reconocí; no obstante, el tatuaje de su pierna izquierda, entre cruz y flecha que apuntaba hacia el tobillo, me resultaba familiar... avanzaba apoyándose en un único bastón, dando potentes zancadas, riendo y animando a un grupo de corredores que venían detrás de mi.

Tras un moderado ascenso llegamos al avituallamiento de Casa Puzla, donde aproveché para recuperar con varias tajadas de pomelo, dátiles, algo de isotónica y mucha agua.

A una corredora de rojo le estaban dando un masaje en una camilla, y un bastón abandonado parecía indicar que posiblemente el camino de algún corredor hubiese acabado ahí...

Nos advirtieron desde el avituallamiento que recuperásemos bien, que ahora venía una subida dura dura, así que eso hice.

Cuando estaba a punto de retomar la marcha, el corredor del tatuaje y el chiste subido de tono vino corriendo, desde le inicio de la pendiente hacia el avituallamiento, preguntando por su bastón.

¡Era de él! Fue el primero en reírse de su descuido, alegando que ha llegado a volverse hasta más de un kilómetro a por el en alguna prueba.

Traté de seguirle el ritmo, sabiendo que con semejante compañero de camino el tiempo se me iba a pasar volando, pero la pendiente era realmente dura y él avanzaba con mucha más frescura, así que recuperé mi ritmo y vi como desaparecía en la distancia, tras las rocas.

Digo tras las rocas porque por momentos la carrera parecía una prueba de escalada, veía las balizas pero tardaba varios segundos en calcular mentalmente la ruta, ya que había zonas donde costaba encontrar los apoyos para los bastones, que directamente alzaba al "peldaño" superior y recogía tras ayudarme de brazos y piernas para escalar literalmente algunos segmentos.

Sabía que no podíamos estar a mucho más de 1000 metros sobre el nivel del mar, pero la subida me recordó completamente al ascenso al Comapedrosa, en el Pirinero Andorrano; solo faltaban los neveros, y de hecho, las vistas eran hasta más espectaculares aquí, ya que en la Mític ascendimos de noche, en medio de un fortísimo viento e incluso algo de ventisca, por lo que tan solo podíamos ver hasta donde alumbraban nuestros frontales.

Cuando la pendiente comenzaba a ser un poco más piadosa (aunque nada "corrible", al menos tras tantas horas de carrera), escuché que me saludaban desde detrás.

¡Era Daniel! me había extrañado no haberlo visto antes, ya que tiene una forma muy peculiar de vestir y se le reconoce rápidamente.

Hoy llevaba su habitual coleta, una camiseta de un grupo de rock, Extremoduro, si mal no recuerdo, un pantalón pirata y un Arpenaz 200, como los que yo llevaba.

También, al comienzo de la prueba, llevaba dos, pero cuando comenzó a hacerse necesario el uso de los bastones, le dejó uno a su hermano, y por eso ahora ascendía por ese tramo tan complicado con tan sólo uno.

No tenía mucho apetito, de hecho, en el avituallamiento había comido porque sé que es necesario, aunque nuestro cuerpo no quiera que comamos ni bebamos nada en esos momentos (o así lo percibamos), pero Daniel me ofreció un puñadito de avellanas que me vinieron bastante bien.

Avanzamos a la par hasta que comenzó un leve descenso, seguido, nuevamente, de otro ascenso, donde un fuerte viento arreciaba de cara ahora que avanzábamos en dirección oeste (teniendo como referencia al sol, justo enfrente nuestra en ese momento); ahí, tras adelantarnos una corredora que, para mi sorpresa, ni avanzaba apoyada en bastones ni los llevaba encima, él apretó un poco más el paso y me quedé atrás.

No obstante en esta ocasión no me sentía solo, ya que oía pasos detrás; en más de una ocasión pregunté a quien estuviese detrás si quería paso, pero no respondía ni afirmativa ni negativamente, así que continué al ritmo que consideraba adecuada para afrontar ese ascenso.

A lo lejos, el Torrecilla nos observaba, aun nevado, y cuando comenzamos a descender por la ladera de la montaña, el sol se ocultó parcialmente tras él, dejándonos a la sombra.

El viento cobraba fuerza y por primera vez desde el inicio de la prueba tuve algo de frío, así que apreté el paso más por entrar en calor que por adelantar a Daniel y a la corredora, que ya se perdían en la distancia.

Al acelerar yo, los pasos que me seguían aceleraron también, y pregunté nuevamente si querían pasar, pero un muchacho con pinta de extranjero y no hablar demasiado español me comentó que era un buen ritmo; a lo lejos se acercaba otro corredor, que también venía con bastones.

Cuando volvimos a afrontar una pendiente ascendente, ahora en el otro lado de la montaña que tanto nos había costado "escalar" (y con unas vistas extraordinarias, dicho sea de paso), los pasos comenzaron a perder vigor, y en uno de los giros escuché un pequeño tropiezo.

Era el corredor extranjero, que me dijo que estaba bien, pero se paró a estirar.

Yo seguía a mi ritmo, hasta que casi me arrolla un corredor que en un leve rozo descendente (no más de 10 metros) pasó a la carrera sin avisar, y tropezándose, de hecho, al adelantarme; le pregunté si estaba bien, pero siguió de largo.

A los pocos metros volví a oír pasos detrás, y pensé que se trataba del corredor extranjero, pero era el de los bastones que poco antes venía detrás; el extranjero nos seguía, no desde demasiado lejos.

Comenzamos a charlar, y cuando nos quisimos dar cuenta le pregunté si el muchacho extranjero seguí detrás nuestra, pero no, lo habíamos perdido.

Pasamos al lado de un Pinsapo, una especie de abeto en peligro de extinción endémica de la Península Ibérica y el Rift, y mi nuevo compañero de camino me preguntó si quería oír una historia, a lo que, por supuesto, accedí.

Me contó que tras la II Guerra Mundial, Charles de Gaulle estaba amenazado de muerte, y el General Franco le propició asilo en un lugar de difícil acceso para que nadie pudiese localizarlo; casualidades de la vida, ese lugar fue el Refugio de Juanar, dirección a la que, más o menos, nos encaminábamos en ese momento.

Por lo visto, en su estancia en Juanar Charles se sorprendió enormemente de que existiese un lugar tan parecido (según contaba) a los Alpes en el sur de España, y quedó prendado de la belleza del lugar; la verdad es que imponía, con Pinsapos ahora cada vez más cerca uno de otro y las montañas alzándose a nuestro alrededor.

Como llevábamos ya bastante rato juntos pero no conocía su nombre, me presenté, y mi acompañante hizo lo propio; Jesús era su nombre, y ya prácticamente no hubo quien nos callase.

Le ofrecí en varios momentos adelantarme, pero me comentaba que iba bien, que si el quería avanzar la me avisaría.

Me preguntó que cuantos kilómetros llevábamos de camino, y le dije que, según mi GPS, casi 27.

Él me dijo que no podía ser, ya que había un avituallamiento en el kilómetro 26 (que aún no veíamos) y su GPS aun no había llegado tampoco al kilómetro 26.

Le pregunté que de qué marca era el suyo, y como me dijo que Suunto, sabía que era mejor fiarnos con el suyo; tan solo llevábamos un desfase de cerca de un kilómetro, pero psicológicamente se puede hacer muy duro.

Casualidades de la vida, su GPS y el mío fueron regalos de navidad (bueno, el mío en realidad de cumpleaños, pero pilla muy cerca), y hablando sobre las funciones de los GPS y nuestas experiencias con ellos, afrontamos un nuevo y duro ascenso.

Sabíamos que el avituallamiento estaría cerca, pero no se veía aún, y llevábamos los dos las piernas ya muy cargadas; de hecho, en uno de los pasos para ascender se me cogieron los abductores de la pierna derecha, desde la rodilla hasta la ingle, y de no haber llevado bastones me hubiese sido imposible completar el ascenso.

Por la maldición, a mi compañero le había pasado igual (me lo confirmó tras pocos segundos), pero por suerte, tras otro doloroso paso, vimos el puesto de avituallamiento, a menos de 5 metros de nosotros.

El avituallamiento nos vino de lujo, no pudimos renovar los bidones, ya casi agotados, ya que ese punto era, a priori, únicamente para beber agua (a dos kilómetros escasos, según el voluntario, encontraríamos otro donde sí podríamos rellenar los bidoncitos), pero que tenía también una miel del terreno que me supo a gloria, literalmente.

Mientras recuperábamos y charlábamos con el atento voluntario, llegaron dos muchachos de protección civil, huyendo del viento que asolaba la otra cara de la montaña, el corredor extranjero, con bastante mala cara, y otro corredor, jovencito, con el cortavientos del Ultra Trail Valle del Genal, que llegó, se sentó en una silla y dijo que ahí se quedaba.

Tratamos de animarle, pero nos dijo que sabía que le esperaba delante y que estaba preparando el Ultra Trail Sierra de Bandoleros, así que mejor se retiraba en el refugio; se le veía muy resuelto en su decisión, así que no le insistimos y nos despedimos de él, el voluntario, el corredor extranjero y los miembros de Protección Civil.

Como había estado todo el rato detrás de mí, aun no había visto nunca a Jesús, que ahora se colocó delante, y vi que llevaba una riñonera y un portabidones cosido al pantalón; un buen truco, según me comentó, mucho más cómodo que llevar bamboleándose por separado esos elementos.

También llevaba el track de la prueba impreso, como suelo hacer yo en los ultras, así que, aunque no tuviese experiencia corriendo por montaña (me comentó que había corrido varias ediciones de los 101 Kilómetros de Ronda, pero nunca nada parecido a lo que estábamos enfrentándonos hoy), se le veía muy previsor, y preparado.

Me confesó que había tenido una crisis en el ascenso entre el avituallamiento de la camilla, donde pensó quedarse a darse un masaje y el que acabábamos de afrontar, pero le ayudé a disipar sus dudas sobre acabar y, con un ritmo bastante conservador pero sin pausa, seguimos avanzando.

Incluso trotamos un poco cuando el terreno nos lo permitía, mientras hablábamos del origen de pruebas curiosas, como los 101 (según me contó, se originó a raíz de un "pique" entre dos pelotones), o el triatlón (una discusión entre marines americanos).

Sin darnos cuenta nos encontramos en el siguiente avituallamiento, donde Daniel (organizador, no el corredor), nos animó y preguntó como íbamos.

Nos habíamos preocupado un poco porque tras ver a Peri alguien le comentó que ya se acercaba el corte de carrera, pero nos confirmaron en el avituallamiento que se trataba del corte de la prueba corta; personalmente me quitó un peso de encima.

Recuperamos bien y repusimos provisiones, ya que ahora tocaba el ascenso a la Cruz de Juanar, y lo recordaba muy duro de la anterior edición.

Este año, entre que ascendimos por otro lugar, los ánimos a golpe de bocina desde la misma cruz de un voluntario y la charla con Jesús, se me hizo mucho menos duro.

Al comienzo de la subida me contó él un par de historias (es Licenciado en Historia, entre otras cosas), primero, la de una placa que encontramos camino a la subida, y posteriormente, el origen de la propia cruz.

La placa se debe a un hombre que falleció en la romería anual hacia la cruz, de forma que se colocó para honrar su memoria, y el origen de la propia cruz fue aún más curioso.

Hace muchos años se originó una devastadora tormenta que pilló a un pequeño barco con gente muy querida por el pueblo faenando; todo el pueblo se encomendó a la Virgen del Carmen, patrona de los mares, para que les devolviese a sus pescadores sanos y salvos, y de hacerlo, subirían una cruz a la cima de la montaña, a modo de promesa.

Los pescadores se salvaron, la cruz se construyó y colocó en su lugar actual, y tras charlar sobre esas historias y después comentar las hazañas de Zaid, Killian o Luis Alberto Hernando (discutíamos si serían capaces de subir corriendo a la cruz de Juanar), llegamos a la cima, donde una bandera de España ondeaba al viento y un grupo de voluntarios nos animaban con todos sus pulmones.

De nuevo disfrutamos de unas vistas preciosas, este año más despejadas que el anterior, por lo que se alcanzaba a ver toda la costa... realmente imponía.



Casualidades de la vida, el óptico de Jesús estaba echando una mano en la cima, nos acompañó para mostrarnos por donde continuaba el camino y comenzamos a bajar.

La charla derivó en competiciones en los que ambos habíamos acudido, la evolución del deporte, las carreras por montaña...

En un momento dado me noté bastante acalambrado, pesado, muy cansado, y Jesús lo notó, ya que vio que me costaba seguirle el ritmo, así que me ofreció agua con sales que llevaba en su bidón, y cada pocos kilómetros me ofrecía de nuevo.

Aun así, cada vez que me preguntaban, tiraba de humor (quejarse tampoco soluciona nada) y salí al quite con alguna frase ingeniosa, como con un grupo de voluntarios que encontramos al bajar de la cruz, que nos dijeron "¡qué buen tiempo lleváis!" a lo que respondí "¡sí, soleado!" (gracias por la imagen José María).




Pasado ese tramo, sin embargo, en una de las paradas para recuperar hasta me costó coger el bidón, al tener ya las manos temblorosas y cansadas de apoyarme en los bastones durante tantas horas (y también porque la forma del bidón era triangular) pero tras el descanso y algunos tragos ya me noté mejor.

Una vez bebí retomamos el paso sin prisa, y Jesús me comentó que si no hubiese sido por mí no sabía si hubiese sido capaz de llegar hasta ahí, así que ahora le tocaba a él "tirar" de mí.

Realmente tampoco había hecho tanto, es cierto que en algún momento podía haber apretado un poco más, pero la compañía siempre es de agradecer, especialmente en pruebas tan duras, así que hubiese sido absurdo apretar el paso con casi un cuarto de prueba aun por delante para rascar segundos al reloj a cambio de continuar en solitario.

Precisamente de eso continuamos hablando, de la obsesión de algunos atletas por las marcas, la politización del deporte, su evolución de forma de vida saludable a negocio en algunas ramas... y continuábamos bajando, bajando, bajando...

En el avituallamiento de Casa del Guarda me "obligué" a comer varios dátiles y una de las barritas que llevaba, pese a que no me apetecía nada, pero acabé con el estómago embotado y no me sentó del todo bien; las sales que Jesús me ofrecía cada pocos minutos, en cambio me dieron la vida, y a diferencia de las de Aptonia que yo había traído hoy conmigo, éstas estaban hasta buenas.

Mientras continuamos con el trayecto hacia la meta (ya descartadas como tiempo de entrada a meta las 8 horas), el tema de conversación derivó a los viajes y el atletismo, y de ahí, a los corredores tarahumara del Colorado y el libro Nacidos Para Correr; sabiendo los peligros a los que se enfrentan los atletas en esa zona (coyotes, osos, pumas...) me sentí hasta más animado por saberme seguro en la sierra.

De hecho, pese a que había tramos en los que más que correr o marchar escalábamos y recorríamos lugares donde no había ni rastro de civilización en decenas de kilómetros a la redonda, me sentí completamente seguro todo el tiempo, había multitud de voluntarios desplegados, miembros de protección civil, un camino perfectamente desbrozado y balizado...

Además, como comentamos Jesús y yo, si ya las estábamos "pasando putas" él y yo, no queríamos ni imaginarnos los muchachos y muchachas que hubiesen estado antes limpiando el camino y balizándolo... esa labor es, desde luego, impagable, aunque corriesen mil personas la prueba creo que ese esfuerzo humano no se amortizaría económicamente hablando.

Unos pasos lejanos llamaron nuestra atención, y vi a Miguel Ángel Matilla, compañero del Club Atletismo Fuengirola, que bajaba a buen ritmo, aunque, según decía, reventado.

Le pregunté por José Manuel, corredor y piragüísta marbellí al que me extrañó no haber visto aún en carrera, y me comentó que cuando él lo había adelantado iba bastante mal, que no sabía si pasaría el corte de carrera.

En ese momento el "fantasma" del corte me invadió por momentos, ya que el límite de la prueba eran 10 horas y ya habíamos pasado las 8 de carrera, pero no quedaban ni 10 kilómetros, así que aunque fuese andando (tampoco tenía el cuerpo para mucho más en ese momento), teníamos que acabar.

Jesús, al contrario que yo, se estaba viniendo arriba, había superado su crisis personal y ya visualizaba la meta, bajaba muy animado, esperándome cada pocos metros, y llevando la conversación casi todo el rato, ya que yo, pese a ir a un ritmo de unos 14 minutos el kilómetro y a menos de 140 pulsaciones, no conseguía recuperar el aliento.

En una pequeña parada para recuperar con las sales que le quedaban a Jesús (disolvimos otra pastilla en uno de mis botellines, ya que me había bebido yo casi toda su agua y ya no le quedaba), nos alcanzó un amigo suyo, Carlos, si mal no recuerdo.

Aproveché la pausa también para avisar a Mayte que en breve llegaría y, entre que a mí las sales comenzaban a darme más vitalidad y a que a él el reencuentro con su amigo terminó de elevarle el ánimo al máximo, comenzamos a acelerar el paso; una vez dejamos atrás el pedregoso lecho del arroyo que nos llevaba nuevamente a la zona de Los Monjes, comenzamos a trotar.

Les comenté que no sabía como de mal iría el año pasado por esa zona, pero me di un cabezazo con una rama y casi pierdo hasta el gorro que llevaba, e intercambiando esas y otras anécdotas, apretamos el paso por las zonas que habíamos recorrido en sentido inverso hacía ya casi 9 horas.

Sólo bajábamos el ritmo al cruzar los arroyos, y llegó un momento en el que incluso vimos a un par de corredores por delante; "no, si al final hasta adelantaremos a alguien..."

Los alcanzamos tras pocas zancadas, y de repente, ¡me di de bruces contra el suelo!

Había pisado una zona de terreno muy blandita, y entre que la suela de las Skechers estaban prácticamente pulidas y, al estar el terreno desigual, el pie me "bailó" dentro de la zapatilla, saliéndose parcialmente por uno de los grandes boquetes, caí, golpeándome en el codo derecho en una roca situada a la derecha del camino, donde posteriormente golpeó mi cadera derecha, y magullándome la mano con las piedrecitas ocultas dentro del barro.

Los bastones volaron, pero por suerte, salvo yo, no hubo heridos.

Jesús y su amigo me esperaron y preguntaron como estaba, pero les dije que siguiesen, que no sabía si podría acabar corriendo la prueba, pero que si era capaz, en el asfalto ya los alcanzaría; como los corredores a los que acabábamos de alcanzar venían a pocos metros de nosotros sabía que, en caso de necesitar ayuda, la iba a tener, pero estaba dispuesto a acabar por mi propio pie, aunque fuese usando los bastones a modo de muletas.

Me puse en pie a duras penas, comprobé que podía mover bien los dedos, aunque con dolor, y sin pararme a mirar el codo y la cadera recogí los bastones y comencé a andar.

Los primeros metros los recorrí cojeando, aunque casi me dolía más el codo que la cadera (me resultaba muy doloroso apoyar el peso del cuerpo en el bastón derecho), así que, casi sin pensarlo, eché a trotar.

Parecía que el golpe me hubiese "espabilado", sería por el subidón de adrenalina de mi organismo los segundos previos a darme el topetazo (odio ese momento cuando sabes que estás a punto de caerte y no puedes hacer nada por evitarlo) o por saberme ya al lado de la meta, pero de repente, tanto la fatiga como el dolor estaban desapareciendo, tan solo notaba mucha calor manando de todos los poros de mi cuerpo y el sudor empapando mis mallas.

Por primera vez desde hacía horas, y pese a la caída, marqué un parcial de un kilómetro por debajo de 10 minutos, ya comencé a ver a lo lejos a Jesús y a su amigo; "¡vamos, que esto hay que acabarlo!" y, ante la sorpresa tanto de ellos como mía, me puse a su altura.

Recorrimos los últimos metros de monte, bebimos casi de un trago en el avituallamiento de Xarblanca, donde nos animaron a "grito pelado" los voluntarios y encaramos el descenso hacia la meta por la Avenida de la Florida.

Según mi GPS habíamos pasado, por pocos minutos, las 9 horas de carrera; ya no quedaba nada...

Pensaba (o quería pensar) que ya todo lo que quedaba sería por asfalto, ya que tenía los pies que literalmente se me caían a cachos (los pies rozaban contra la suela de las Skechers, ya que el roce e impacto con las piedras que se metían dentro durante horas se habían "comido" los calcetines, las polainas iban cada vez peor y no sabía si llegaría con los pies dentro o fuera de las Skechers).

No obstante, y como me estaba temiendo, nos introdujeron nuevamente por la última vereda, donde encontramos a dos corredores con banderitas, supongo que miembros de CardioSport.

Ya hasta la más leve inclinación del terreno era un suplicio, y al dejar atrás la vereda y volver al asfalto toda mi fuerza y motivación cayó en picado... ni si quiera los gritos de ánimo de Jesús y su amigo consiguieron ponerme de nuevo en marcha, así que subísolo la última cuesta de asfalto, que ahora parecía más dura incluso que las subidas que había afrontado en montaña horas atrás.

Al llegar a al intersección con la Calle San Rodolfo, corriendo siempre por dentro de los conos, ya que pasaban coches esporádicamente, un voluntario joven me dijo "¡venga, que no quedan ni 100 metros y ya acabas"! y le dije "bueno, si son solo 100 metros habrá que acabar corriendo, ¿no?" y comencé a correr.

La calle se me hizo interminable, pero llegando al final vi la esquina del arco de La Gran Senda de Málaga, el pasillo de entrada a meta, y Marina y Ángela esperando al comienzo del mismo...

Llegué a la entrada, pisé la alfombra y experimenté un momento de intenso clímax emocional, tanto que ahora al recordarlo se me mezclan los recuerdos y no sé que fue antes y qué fue después...






Recuerdo como anunciaban mi llegada desde megafonía, a Angie corriendo a mi lado para entrar en meta, a Juane Viegas colocándome mi medalla finisher nada más llegar, a Dolores, presidenta de Mujeres en las Veredas dándome la enhorabuena, a Jesús, con el que me fundí en un abrazo, a Juanma, que me pidió las primeras impresiones nada más terminar la prueba, a Fran Viegas, que me contó que había acabado con un esguince de segundo grado, pero seguía al pie del cañón echando un cable...

Fueron multitud de caras conocidas, muchísimas palabras de ánimo y felicitación y un momento precioso para finalizar una prueba que, tanto por dureza y belleza como por organización y calidad humana de todas y cada una de las personas involucradas en ella, no olvidaré jamás.
















Tras compartir con todos ellos ese momento culmen de felicidad y mis primeras sensaciones ahora que había completado la prueba, por primera vez en casi 10 horas, pude abrazar a Mayte, que se había pasado esperando medio San Valentín a que este corredor bajase de la montaña.

Cogí asiento, le pedí a mi hermana (yo no era capaz ya de coordinar movimientos de psicomotricidad fina) que le echase una fotografía al estado en el que habían llegado mis pies y fui al baño a cambiarme como pude, sufriendo tirones y dolores con cada minúsculo gesto.


La ropa interior y mallas estaban completamente empapadas, solo con apretarlas un poco, sin llegar a retorcerlas, soltaban sudor, me noté como una pluma cuando pude cambiarme.

Ya solo quedaba disfrutar de la compañía de Daniel (organizador) Jesús y Carlos y otros muchos que me acompañaron mientras degustaba un buen plato de paella, mención aparte de Mayte, Marina y Angie, que prepararon todo al milímetro para que cuando llegase el coche estuviese en el aparcamiento del parque, tuviese la ropa para cambiarme a mano y comida y bebida por si llegaba con hambre... sin palabras, con semejante equipo logístico es imposible fallar.

Le pregunté a Daniel si se sabía algo de Súper Paco, ya que en uno de los avituallamientos escuché a dos voluntarios decir que seguramente no llegase a tiempo al siguiente control, y en efecto, así fue, pero, haciendo gala de su increíble resistencia, pidió que le dejasen bajar por sus propios medios.

La organización tuve además el detallazo (entre otros, como dejar abierta la meta más de media hora adicional, para permitir que los últimos corredores llegasen a tiempo) de mandar algunos voluntarios para que acompañasen a Súper Paco en el descenso a Marbella.

Una vez comí me despedí de todos, y aunque me hubiese gustado redactar esta crónica en ese momento, lo que quedaba de San Valentín y de fin de semana quedaba a disposición de Mayte y mi familia, que se lo habían ganado con creces.

Muchas gracias a la organización por este pedazo de prueba, a los voluntarios por ese incansable ánimo y férrea voluntad, a todos los corredores con los que compartí camino y, por supuesto, a Mujeres en la Veredas por su encomiable labor.

No he participado en muchas pruebas por montaña, ya que hasta final de 2013 fui únicamente corredor de asfalto, pero ahora con 6 ultras, una media maratón de montaña (2 con esta prueba) y 9 carreras de montaña en las piernas, que esta es la prueba más dura en la que he participado, únicamente superada, desde mi punto de vista, por la Andorra Ultra Trail Mític.

Si sigue contando con este apoyo e ilusión, es cuestión de que el boca oído haga su efecto y la difusión de la prueba se extienda para atraer corredores de todas partes en próximas ediciones, ya que derrocha calidad para ello.

Por mi parte, esto es todo en esta edición; ¡hasta el año que viene!


Comentarios

  1. Yo hice la de 29 km y como el año pasado, súper dura. Me imagino la larga y no me extraña nada lo que pasastes. Pero la terminaste como un campeón. A seguir asi, me gusta mucho leerte, no tiene precio tu blog. Nos vemos.

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    1. ¡Muchísimas gracias!

      La verdad es que es de las pruebas más exigentes que he corrido hasta la fecha (personalmente la coloco en el top 2), pero la organización, el recorrido y las vistas hacen que el esfuerzo de cada paso valga la pena con creces, el año que viene, salvo causa de fuerza mayor (cruzo los dedos) estaré de nuevo allí.

      ¡Gracias por el comentario!

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  2. Hola J.A.
    gracias por esta crónica de la que me he servido para hacerme una idea de la prueba larga antes de enfrentarme a ella por primera vez este pasado sábado. Aunque lo defines muy bien hay que pasar por ahí para realmente comprender la dureza del recorrido. Pese a ella, los paisajes y la organización son de cine por lo que es una prueba que me incorporo al calendario. Por cierto que la completé en huaraches.
    Un saludo

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    1. Mi más sincera enhorabuena, me alegro muchísimo de que mi crónica te haya sido de utilidad para completar una prueba preciosa pero realmente exigente, como has podido comprobar en carnes propias.

      ¡Un abrazo compañero!

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  3. Hola me ha encantado leerte. Estoy inscrito en la CXM SIERRA BLANCA de este 2018 en la de 15 km, tan sólo he hecho una trail, la hice el año pasado, concretamente 13 km Sierra Bermeja de Estepona. Es cierto que estoy en un club de entrenamiento y participo en Carreras Populares y medias maratones, ayer corrí mi Novena media maraton en Sevilla. Mi pregunta es si la de 15 km es muy exigente. Estoy leyendo en varios foros que es muy técnica. Gracias

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  4. ¡Hola Fran! La prueba pese a ser mucho más corta que una media es mucho más dura que muchas medias no ya de asfalto, sino de montaña, pero aunque sea técnica es realmente bonita.

    Si vas sin prisa y con objetivo de disfrutarla se te acabarán los kilómetros sin darte cuenta.

    ¡Un abrazo y suerte!

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    1. Hola Juan, tengo especial interés en acudir también porque quiero saludar personalmente a Paco Contreras Muñoz, ya que fue compañero mio de la facultad e hicimos las prácticas juntos en Coín, en el colegio Pintor Palomo. Hasta hace poco no me he dado cuenta que era hijo de Super Paco.
      Nos vemos el Sábado. !Un abrazo y gracias!

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