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II Carrera Pedestre Pujerra


Esta madrugada sobre las 5 am, tras dormir algo menos de 5 horas (y acumulando 12 en las últimas 72, no recuerdo un día en el que me costase tanto espabilarme) me vestí, desayuné rápidamente y me preparé para ser recogido por Gonzalo, que finalmente pudo llevarme a la II Carrera Pedestre Pujerra.

He sopesado mucho la participación en esta prueba, ya que prácticamente todo el mundo me ha desaconsejado participar en una carrera tan dura teniendo el maratón de Málaga tan reciente y no tenía medio para asistir a la misma hasta un par de días previos a la celebración de la misma.

También tenía muchas ganas de subir a la bola de Mijas, y esta misma mañana los compañeros del Club de Atletismo de Fuengirola organizaron una subida, así que tardé bastante en estar seguro de inscribirme.

De hecho me inscribí fuera de plazo, una vez que contaba con transporte, pero por suerte aún quedaban inscripciones libres; en cuanto a la supuesta dureza de la prueba, no la voy a negar, pero me la he tomado como un entrenamiento tranquilo por la naturaleza no he ido a competir, ni muchísimo menos.

A la hora de inscribirte en la carrera, cuyos beneficios han ido destinados íntegramente a la asociación Asidoser Ronda, a favor de personas con síndrome down, podías elegir entre el recorido de 20 kilómetros o el de 30 kilómetros, siendo esta segunda prueba puntuable para la Liga Rondeña de Ultrafondo (LRU), y puesto a que mi objetivo era disfrutar de un día de deporte en la montaña, elegí el recorrido largo, ya que había que amortizar el madrugón y los kilómetros recorridos para llegar hasta allí de alguna forma.

Cerca de las 6:00 am fui recogido por Gonzalo, y mapa y ruta en mano para evitar percances de última hora, como el que nos sucedió en la Media Maratón de Antequera hace varias semanas nos encaminamos hacia Pujerra.

Hasta llegar a la carretera de Ronda no hubo problema alguno, de hecho el camino ya nos lo conocíamos de cuando participamos en la XIX Carrera Urbana de San Pedro de Alcántara en octubre.

Sin embargo, una vez que cogimos el desvío hacia Pujerra, envueltos en un manto de silencio, oscuridad y frío, llegamos a pensar que nos estábamos acercando a Mordor, en lugar de a nuestro destino, ya que el panorama que nos íbamos encontrando era, cuanto menos, tétrico.


Una vez que dejamos la carretera de Ronda no había ninguna indicación, y la única forma que teníamos de saber que avanzábamos a través del serpenteante camino eran los cotos de caza, que se sucedían uno tras otro cada pocos kilómetros, pero finalmente llegamos a nuestro destino.

Llegamos con 4 graditos, que hicieron que una vez aparcado el coche la salida al exterior fuese una idea descabellada, pero en cuanto que andamos un poco empezamos a entrar en calor.

Habíamos aparcado al lado de la panadería del pueblo, ya iluminada, y preguntamos si sabían dónde se recogían los dorsales, con tanta puntería que le fuimos a preguntar a los mismísimos organizadores, que nos pidieron unos minutos de cuartelito para acabarse el café.

Mientras tanto dimos un breve paseo por el pueblo, buscando las cuestas arriba con el objetivo de entrar en calor rápidamente, y tras algunos minutos volvimos a la panadería, donde nos estaban esperando para bajar hasta la plaza de la iglesia, donde nos entregaron el dorsal y la bolsa del corredor.

Teníamos más de dos horas hasta la salida, así que volvimos a la panadería.

Por el camino nos encontramos con varios atletas que, tan precavidos como nosotros, habían llegado con varias horas de antelación, y al ver la pinta que llevaba, enfundado en mis mallas térmicas, me preguntaron donde podían aparcar y recoger el dorsal.

Una vez dentro de la panadería, Gonzalo desayunó mientras yo ojeaba una revista que venía con la bolsa del corredor, en la que una crónica de un duatleta que había corrido en 2012 los 101 kilómetros de la legión llamó mi atención, y de fondo una televisión pequeña transmitía un documental sobre niños con cualidades fuera de lo común.

En las mesas contiguas fueron sentándose más atletas conforme el tiempo iba avanzando.


Pasado un buen rato decidimos volver al frío mundo exterior para explorar un poco, y como ya estaba amaneciendo el paso del calorcito del local a la calle no fue una transición muy brusca (o eso o ya me había acostumbrado a la temperatura).

Empezamos a andar en dirección este, hasta salir del pueblo en pocos metros.


Después decidimos buscar el sol, que ya empezaba a despuntar, y nos salimos del pueblo en dirección norte.


Tras aprovechar los débiles rayos de sol que empezaban a calentar el ambiente levemente volvimos al pueblo, hasta salir por el oeste.


Y por último bajamos hasta llegar al final del pueblo por el extremo sur, que acababa en un mirador muy bonito.


El pueblo en sí era precioso, y las vistas increíbles, podría dejar de lado la tecnología y las comodidades de la ciudad a cambio de disfrutar de un ambiente así por un periodo largo de tiempo, aunque no creo que llegase a acostumbrarme tanto como para quedarme a vivir para siempre.

Después volvimos a la plaza de la Iglesia, donde el arco de salida estaba ya levantado, y en cosa de media hora daría comienzo la salida de la carrera de los niños.


Seguimos explorando todo el pueblo, y unos 15 minutos antes de que la carrera de los niños diese salida nos colocamos cerca para poder disfrutar de la salida y llegada a meta de la misma.

Una vez que esta acabó nos fueron dando indicaciones a los atletas de la carrera “de los mayores”, a fin de que no hubiese confusiones entre los atletas que corríamos los 30k y aquellos que corrían 20k, ya que compartíamos salida y meta y gran parte del circuito, con la diferencia principal de que en el kilómetro 10 los corredores de la carrera de 20k se desviaban a la izquierda por una subida mientras que nosotros continuábamos llaneando un poco más.

Gracias a toda la experiencia adquirida en mi debut en trail en la I Vertic Night de Málaga, que no fue poca tenía el recorrido grabado en mi mente, así como los puntos más escarpados tanto en subida como en bajada (hasta el 11,5 subida continua, descenso hasta el 16, lo más duro del 21 al 22,5 y repecho del 25 al 27).



De repente no se cabía en la plaza, estaba repleta de atletas, diferenciados por el color del dorsal según participasen en la carrera popular o en la puntuable para la LRU, y donde se podían contemplar un mosaico de equipaciones de las pruebas de ultrafondo más exigentes del panorama nacional con solo echar un vistazo (los 101 km en 24 horas de ronda, la Gran Vuelta Valle del Genal, Ultra Trail Brimz “Guzmán el Bueno”…).

De haber ido con el objetivo de hacer buena marca u obtener una buena posición la verdad es que eso me hubiese comido un poco la moral ya antes de comenzar, ya que el nivel prometía ser exquisito, pero como mi planteamiento era el de pasármelo bien y disfrutar de mi deporte favorito, me sentí hasta afortunado por poder compartir salida con semejantes “máquinas” del atletismo.

Pocos minutos antes de que la salida diese comienzo me coloqué entre la segunda y tercera fila, a la izquierda del arco de meta, ya que no quería estorbar a los atletas que sin duda iban a salir a por todas, pero tampoco tenía el planteamiento de empezar muy atrás, soy partidario de hacer una buena salida con un primer kilómetro muy fuerte a empezar desde atrás y perder tiempo en la misma.

Me daba la impresión de que las piernas se me iban a partir del frío con el impulso inicial, pero a base de saltitos y movimientos articulares conseguí entrar en calor (al menos mínimamente) antes de que comenzase la prueba.

La salida a la prueba la proporcionó el chupinazo de un cohete (fue muy original el sistema, me gustó mucho), y mientras echábamos a correr cuesta arriba, Gonzalo grababa y tomaba fotos del momento desde un mirador situado sobre la calle de la salida.

Tal y como había previsto el impulso inicial fue algo doloroso, se me cogió un poco el gemelo izquierdo, pero en cuanto di 4 pasos se pasó y pude afrontar la subida sin problema.



De hecho me entusiasmé un poco y casi tiro para la parte oeste del pueblo, junto con otros 3 o 4 atletas de los que liderábamos la cabeza de la carrera en esos primeros metros, cuando el recorrido real giraba hacia la derecha, pero tras volver sobre nuestros pasos, ya algo por detrás, retomamos el camino correcto.


Ellos se lanzaron a sprint a recuperar la posición, pero a mi este anecdótico comienzo me sirvió para recordar mi propósito de correr lo más tranquilo posible.

De hecho no quise ni si quiera cronometrar la carrera, quería correr puramente por sensaciones, a lo que me pidiese el cuerpo.

Salimos del pueblo por el camino por el que habíamos accedido al mismo algo más de dos horas antes, la “ruta turística” según los habitantes del pueblo (que es igual de larga que la “nueva” pero más pintoresca), y me pegué a la derecha para dejar que me fuesen adelantando aquellos atletas con más prisa que yo.

Tampoco me pasaron una barbaridad precisamente, pero ya se notaba a grandes rasgos quienes empezaban con un planteamiento de carrera de 20 kilómetros y quienes iban pensando en los 30 kilómetros, aparte de por el ritmo, porque estos segundos iban cargados con cinturones de hidratación (e incluso mochilas) y portaban varios geles energéticos, barritas o frutos secos con ellos (y alguno incluso bastones técnicos).

Dejamos atrás el asfalto, ya entrados en calor, mientras los aromas del campo me transportaban a aquellas épocas de mi infancia que pasé en Alhama de Granada, pueblo natal de mi madre, y conforme los pensamientos se sucedían en mi mente los metros lo hacían bajo mis pies.

El terreno estaba algo húmedo y amortiguaba bastante las pisadas, y al pasar por zonas cubiertas por mantos de hoja caduca parecía que en vez de correr se flotaba (aunque algunas estaban igualmente mojadas y había que tener cuidado para no resbalarse ni hundirse en las zonas encharcadas).

Empezamos a pasar cotos de caza y me di cuenta de que, al igual que en la Vertic Night, no había señalización de los kilómetros que íbamos recorriendo, por lo que toda la importancia de toda información que había recopilado sobre la ruta se desvanecía por momentos, del mismo modo que la niebla que cubría el fondo del valle mientras el sol comenzaba a alzarse sobre el mismo.

Tampoco le di demasiada importancia, pesé “bueno, ya que vamos a correr por sensaciones, hagámoslo a lo grande”.

El día pintaba radiante, y pronto el frío previo a la salida dejó paso a un calor notable, debido a que las mallas retenían el calor que mi cuerpo producía al correr, que no era poco, y se iba calentando en los tramos iluminados.

Me remangué las mangas de la camiseta y me abrí la cremallera del cuello hasta el pecho, lo que dejaba pasar una agradable brisa que refrescaba el exceso de calor, sin embargo aún tenía los dedos agarrotados del frío, por lo que ni me planteé quitarme los guantes.

Llegamos al primer avituallamiento, en lo que me pareció un suspiro, y tras saludar a los voluntarios que se encontraban en él me bebí un vaso de isotónica y cogí una naranja.

No iba a saber cuándo encontraría el siguiente avituallamiento, así que anduve a pasos largos mientras apuraba el vaso y la naranja, muy fresca (y fresquita), cuyo jugo se deslizaba por mi garganta con una explosión de sabor, dándome alas para continuar.

Retomé mi conservador ritmo y me di cuenta de que, aunque aún seguía siendo adelantado, cada vez la frecuencia con la que un atleta me sobrepasaba era menor, y de hecho, yo estaba empezando a adelantar a algunos atletas.

También me di cuenta de que llevaba un ritmo muy serio, no tenía forma de saber cuánto tardaba en pasar cada kilómetro, pero me di cuenta de que sin variar el ritmo adelantaba a varios corredores que tras pocos metros me pasaban a mí a gran velocidad, y adelantaba de nuevo en pocos metros más, sin variar yo ni un ápice el ritmo y sin costarme mantenerlo nada de esfuerzo.

Llevaba una respiración y pulso tranquilitos, y mi cuerpo estaba extrañamente relajado, no había ni rastro de esfuerzo excesivo ni molestia por ningún lado.

Como el paso por cada kilómetro no estaba marcado, como dije previamente, no puedo ubicar los acontecimientos con gran precisión a lo largo de mi relato, pero en un momento entre pasar por el primer y el segundo avituallamiento me llamó la atención que una corredora se echó a un lado con molestias en una pierna, y otro corredor se acercó a ella preocupado, se paró y le animó a seguir, y reanudaron la marcha juntas, y mientras los pasé escuchaba a otros atletas que venían desde atrás y se paraban para comprobar cómo se encontraba la muchacha.

No es que en las carreras por asfalto los corredores sean menos altruistas, ni mucho menos, pero creo que el carácter de los corredores de montaña es mucho más cercano, cosas como esas no las he visto a menudo en competiciones en carretera.

Algunos minutos después (el equivalente a unas 3 canciones, esta vez sí corrí con música, a fin de amenizarme el paso por los tramos más duros que encontrase) escuché el característico sonido de un gps marcando un kilómetro (si me consolido como corredor de montaña quizás debería barajar la idea de hacerme con algún modelo asequible), y oí a un corredor que le decía a otro “vamos vamos, ¡que ya llevamos casi la mitad!”

En mi mente no cabía que pudiésemos haber recorrido ya casi 15 kilómetros, no puedo decir que no sudase hasta ese momento (de hecho estaba empapadito), pero aún ni si quiera notaba molestias leves en gemelos o cuádriceps, y me sentía tan fresco como si estuviese comenzando un entrenamiento con los amigos.

Llegó una bifurcación, y una corredora a la que estaba acercando tiró a la derecha, y le dijo un corredor que venía justo detrás de mí que por ahí no era, que aún no era el momento de dividirnos por kilometraje.

Ahí me asaltó la duda, “si llevamos casi la mitad recorrida y en el kilómetro 10 nos separábamos de los corredores de la carrera de 20k… ¿Por qué no ha habido bifurcación hasta ahora?”.

La duda se quedó suspendida en mi mente por unos instantes, pero se disipó rápido al llegar al segundo avituallamiento, que según un atleta estaba en el kilómetro 9,3 exactamente, en el que nos dijeron que, ahora sí, debíamos coger la bifurcación que correspondiese a nuestra modalidad de carrera.

Tras intercambiar un saludo y algunas palabras con los voluntarios del puesto de avituallamiento y coger 3 mitades de naranja (quizás fuese excesivo, pero no pude resistirme) y un par de vasos de isotónica (que ya me hacían falta, ya que estaba sudando bastante, pese a que no notaba el esfuerzo que realizaba) retomé la marcha.

Decidí aplicar un “juego mental” del que mi padre me había hablado mucho, y que leí recientemente en el libro de Haruki Murakami “De qué hablo cuando hablo de correr”, en la parte en la que narra su experiencia en el único ultramaratón que corrió en su vida: Cada vez que un corredor me pasase restaría un punto mentalmente, y sumaría uno cada vez que pasase a alguien, de forma que tuviese la mente distraída y los kilómetros se hicieran más livianos.

Me estrené con el jueguecito pasando a una pareja de corredores, lo que añadía un +2 a mi cuenta mental, pero realmente no necesitaba distracción alguna, ya que el sol ya se elevaba sobre el valle y las vistas eran asombrosas, realmente preciosas.

Algunos tramos me dejaron sin aliento, me hubiese encantado tener una cámara de fotos para inmortalizar esas obras de arte de la naturaleza, o mejor aún, una cámara de vídeo deportiva estilo GoPro, pero tendré que conformarme con atesorarlas en mi memoria y confiar en que el paso del tiempo no modifique la belleza de las mismas.

Desde ese momento y hasta llegar al tercer avituallamiento disfruté de vistas preciosas, fui adelantando a varios corredores y pocos me adelantaron, y lo que disfruté más que nada, me sentía súper liviano y avanzaba dando zancadas potentes  sin que me supusiese mucho esfuerzo físico mientras el paisaje iba cambiando a mi alrededor.

Eso sí, cada vez que me llevaba los guantes a la cara para quitarme algún pelo de la cara o secarme el sudor se me hacía la boca agua, ya que se habían empapado del olor de las naranjas, y tras recorrer varios kilómetros después de dejar atrás el segundo avituallamiento estaba sediento de nuevo.

Cuando calculé por la posición del sol y las vistas que ofrecía esa zona del sendero que ya habríamos recorrido aproximadamente la mitad del recorrido, subí una marcha la velocidad, autoprometiéndome que si empezaba a notar los músculos fatigados o alguna molestia bajaría el ritmo de inmediato, pero no apareció ningún problema.

Llegué al tercer avituallamiento (kilómetro 18 aproximadamente) con una suma mental de +8, la moral por las nubes y el cuerpo bastante bien para llevar tantos kilómetros, no estaba ni por asomo tan fresco como varios kilómetros antes, pero me seguía encontrando genial.

Como llevaba muchos kilómetros sin beber y habíamos atravesado varios tramos en los que el sol daba de pleno decidí invertir varios segundos de más reponiendo líquidos, así que bebí bebida isotónica y agua, me comí un par de medias naranjas y probé unas barritas energéticas que nunca antes había visto.

Pasé cerca de un minuto reponiéndome en el puesto de avituallamiento y charlando con voluntarios y los atletas que iban llegando y se empezaban a aglomerar ahí, viendo lo que nos quedaba aun por recorrer.

No sé exactamente de qué estaban hechas las barritas, pero tenía algo de hambre y supuse que si me la comía a bocados pequeños y la iba bajando con isotónica no iba a darme problemas.

Además tenía una cuesta que se alzaba más allá de donde abarcaba mi vista (potenciada por mis gafas de sol graduadas, claro está) extendiéndose majestuosamente ante mí, y media decena de corredores la subían como podían apoyando el peso del cuerpo en las rodillas y dando pasos largos.

Me despedí de los voluntarios y decidí aplicarme uno de los mandamientos del ultramaratoniano, “si no puedes ver la cima, camina”, y aproveché para ir comiéndome la barita y acabar de beber.

Por la textura y el sabor diría que eran frutas, cereales, miel y leche, todo junto, pero no lo sé con certeza; el sabor no estaba malo, y llenó el hueco de mi estómago, así que cumplió su misión con creces.

Cuando llevaba un cuarto de cuesta recorrido y ya no me quedaba isotónica decidí envolverla y depositarla sobre una roca, de forma que otro corredor que la quisiese la pudiese apurar, o un voluntario recoger si se quedaba ahí abandonada, y poner más empeño en la desafiante cuesta que tan relajadamente me estaba tomando.

Seguí andando, además de porque el punto más alto de la carrera estaba aún por llegar, y no muy lejos, porque estaba empezando a dar alcance andando a otros atletas que iban a su vez andando, así que hasta que llegué arriba del todo no retomé el trote, y después la marcha.

Se sucedieron varias cuestas de imponente pendiente, por lo que pasamos un par de kilómetros combinando tramos de marcha con tramos de carrera, pero yo seguía avanzando incesantemente, sumando un +11 al culminar la tercera cuesta larga.

En ese momento tuvimos un tramo más relajado, y decidí correr a un ritmo tranquilito, ya que aunque estaba bien físicamente ya si empezaba a recibir señales de mi cuerpo acusando la fatiga, especialmente de las piernas, por lo que al retomar el ritmo de carrera puse uno ligeramente inferior al que había estado manteniendo.

En ese momento me saludó un corredor que me alcanzó por detrás, el primero que vi en coche al llegar al pueblo, y como llevaba un ritmo cómodo estuvimos hablando mientras avanzábamos juntos.

Comentamos cosas sobre la prueba, el recorrido y carreras de montaña hasta que, tras desearme suerte, siguió a más ritmo.

Era el primer corredor que me adelantaba desde hacía bastante tiempo, pero pronto superé a una pareja de atletas que colocaba en +12 mi suma mental.

Ya empezaba a estar más cansado, y notaba tanto el pulso como la respiración agitadas con un ritmo inferior al que algunos kilómetros atrás mantenía sin esfuerzo.

Sin embargo no me dio tiempo a que decayese mi ánimo, ya que de repente llegamos a un punto que me recordaba a una imagen que había estado viendo en la web del Club Atletismo Pujerra cuando buscaba información sobre la carrera: ¡El jergón!


Ese era el punto más alto, me ayudaba a situarme mentalmente en el tramo de carrera que nos quedaba por recorrer, al recordar que dicho jergón se encontraba pasado el kilómetro 22, y me creaba la expectativa de descanso para mis piernas, ya que recordaba que tras el jergón había varios kilómetros de bajada antes de llegar al último repecho importante.

Me esperaba una cuesta abajo inclinada, pero no tanta, no podía bajarla corriendo porque derrapaba y saltaban piedras sueltas, ni andando, ya que se me iba el cuerpo solo y se me cargaban mucho los cuádriceps.

Medio andando medio trotando fui bajando, y en un momento dado se me pegó un atleta extranjero, al que dije que me adelantase, ya que sabía que estaba bajando demasiado despacio, pero me dijo que no me preocupase, que él prefería hacer lo mismo, y me empezó a contar sus experiencias en varias carreras de Ronda, como los 101 km de la legión, que corrió este año en poco más de 16 horas.

Según él, los primeros 70 kilómetros fueron pan comido, los 30 siguientes un infierno peor que la bajada en la que nos encontrábamos en ese momento, y el último un suplicio.

Una vez que llegamos al final de la cuesta y el terreno se igualaba por momentos me di cuenta de que lo había perdido.

Fue una pena, ya que me parecía una persona muy curiosa y me interesaban sus experiencias en el mundo del ultrafondo.

Llegaron más bajadas algunas aún peores que la anterior, y decidí emplear una técnica improvisada en la que bajaba dando saltitos pequeños sobre las zonas que se veían más sólidas, apoyando primero el pie izquierdo, a pasitos cortos y luego levantando el derecho, que elevaba en una fase de vuelo prolongada, hasta apoyar el izquierdo, dar un nuevo pasito y repetir el proceso.

Me sentía muy seguro bajando así, y resultó ser muy eficaz, ya que cuando llegamos al final de la zona de bajadas, pasado el kilómetro 25 aproximadamente, sumaba un +16 en mi cuenta mental.

Sin embargo llevaba las piernas muy cargadas ya, especialmente los cuádriceps, y la rodilla derecha se empezaba a resentir del sobreesfuerzo realizado en los interminables kilómetros de bajada.

De hecho hasta llegar al jergón había tramos que hacía más lentos para disfrutar del paisaje, pero a partir de ahí, primero por lo peligroso de las bajadas si no se miraba al suelo constantemente, y después por la fatiga, no miraba tanto el paisaje.

Se acabó por momentos la tierra, y casi me alegré, ya que habíamos atravesado zonas con un espesor de hojas caducas apiñadas de cerca de medio metro, que no dejaban ver qué había debajo y a veces ocultaban fango (en uno se me hundió una zapatilla, pero estuve rápido y la saqué antes de que se mojase algo más que la suela), pero nada más poner los pies en él me di cuenta de que prefería correr sobre tierra, ya que estando acostumbrado a correr sobre hojas y tierra mojada el asfalto parecía machacar mis articulaciones a cada paso.

Una cuesta enorme se extendía ante nosotros, y de nuevo, decidí aplicar el sabio dicho y caminar, aunque eso significó perder varias posiciones en mi suma mental.

Al inicio de la cuesta caminé por inercia, la mayoría de los corredores delante de mi iban caminando y no era capaz de ver donde acababa la pendiente debido al rasante de la cuesta, pero tras recorrer varios metros no podría haber echado a correr ni aunque hubiese querido, ya que mis piernas se empezaban a resentir de tanto subir y bajar.

La pierna derecha en especial, probé a caminar de espaldas mientras subía para alternar los músculos agonistas y antagonistas, pero ascendiese como ascendiese mis músculos no dejaban de sobrecargarse.

Y no era el único, uno de los atletas que iba delante de mí se paraba cada pocos metros a caminar y se llevaba la mano a un gemelo, para posteriormente recuperar el ritmo con un trote suave.

Llegamos al último punto de avituallamiento, donde de nuevo me tomé mi tiempo, bebiendo y comiendo naranjas, y consecuentemente perdiendo más posiciones en mi suma mental, que estaba cayendo en picado.

Me dijeron que lo que quedaba era todo bajada ya, así que intenté recuperar el tiempo perdido en el punto de avituallamiento, pero al poner un ritmo un poco más alto en las bajadas notaba molestias en la pierna derecha, así que decidí que mejor seguiría a mi ritmo normal.

De hecho, en un par de cuestas excesivamente empinadas decidí bajar andando, ya que llevaba las piernas muy cargadas y tenía miedo de pisar una piedra suelta sin darme cuenta y que mis fatigados cuádriceps me llevasen al suelo.

Me pasaron 4 corredores en ese tramo, entre ellos el muchacho extranjero de la terrible bajada tras el jergón, y una corredora que me animó a trotar con ella y me dijo que quedaban ya sólo 3 kilómetros, pero a pesar de saber que podía seguir más rápido preferí no forzar, ya que hasta ese momento no había sufrido en absoluto, y si tenía que sufrir 3 kilómetros en una carrera de 30 mejor reducir ese sufrimiento al mínimo (competía como senior y no me jugaba absolutamente nada) y estar listo para seguir corriendo en uno o dos días.

Combinando tramos andando en las bajadas más empinadas con tramos trotando me pasó un corredor, al tiempo que su gps sonaba, marcando el kilómetro 28.

Me dije “va, sólo quedan dos, ya no puede pasar nada malo” y me pegué a él, dejándole 3-4 pasos de margen de ventaja conforme a mí.

Mi cuenta mental era de +5, lo que no estaba mal, pero que si lo comparaba con otros puntos de la carrera en los que tenía más frescura no parecía tan buena.

Hasta cerca del kilómetro 29 seguí con él, pero me di cuenta de que el ritmo empezaba a ser un poco alto para mí en las bajadas (mis piernas se quejaban demasiado), así que dejé que se fuese, y conforme se alejaba oí en la distancia el sonido del gps marcando el kilómetro 29.

Adelanté a una mujer mayor con una equipación amarillo fosforito, que o era de la carrera de 20 km o era una curiosa que decidió salir a pasear, ya que iba trotando despreocupadamente y se desgañitó animándome cuando me vio.

Empecé a reconocer la zona, y me di cuenta que era por donde habíamos estado Gonzalo y yo esa misma mañana al salir de Pujerra por el norte, así que, sabiéndome cerca de la meta, apreté un poquito en las zonas de bajada menos pronunciadas (aunque al entrar en el pueblo en sí volví a usar la técnica de bajar a saltitos, bajando a pequeños saltitos esta vez, ya que tenía los cuádriceps muy tensos y temía que si bajaba a la carrera se me pudiesen ir los pies en alguna bajada).

Pese a ello creo que llegué a bastante buen ritmo, y crucé la meta con energía tras recorrer las últimas cuestas con mayor velocidad.


Me echó una fotografía en meta una mujer, creo que de Mijas, que me conocía del Club Atletismo Fuengirola, cuyo hijo ganó la carrera infantil y cuyo marido compitió, y me felicitó por la carrera.


No tenía ni idea de que tiempo había obtenido, pero me encontraba eufórico, ya que había acabado genial, y había disfrutado la carrera prácticamente de inicio a fin, sin ni rastro de problemas de gases, molestias musculares ni nada por el estilo.

Gonzalo bajó a la plaza de la Iglesia, y nos dirigimos al coche a cambiarme mientras le iba comentando las experiencias de la carrera y vaciaba un botellín de agua que me habían dado en meta, con ávidos sorbos.

Una vez cambiado y seco (relativamente, ya que el frío y la humedad del pueblo habían dejado algunas prendas casi tan húmedas como las que me acababa de quitar, aunque por suerte no todas) volvimos a la plaza del pueblo, donde se estaba cocinando una paella de campeonato en 3 paelleras gigantes.

Observé que varios atletas se reunían en una zona de la plaza, y me acerqué a ver qué era, y me encontré con las clasificaciones.


Había tardado 2:47:25, a un parcial promedio de 5:34 minutos por kilómetro; Sé que a un ritmo competitivo (siempre y cuando me dosificase tan bien como había hecho hoy) podía llegar a bajar a 2:30:00, o más, pero con la paliza de la maratón tan reciente acabar tan fresco para mí tras correr mi segundo trail tenía más mérito que obtener cualquiera de los trofeos que ya estaban presidiendo la plaza desde lo alto de su mesa, esperando a sus propietarios.


Pregunté qué faltaba para que la paella estuviese lista, y me dijeron que 10 minutos como mucho, así que mientras se acababa de reducir visitamos la iglesia y nos sentamos un poco, aunque por descansar más que nada, no era porque el dolor me doblegase, como al acabar la maratón.

De hecho no acababa una carrera tan fresco desde que corrí la Media Maratón Ciudad de Marbella, al principio de la temporada..

Plato de paella en mano volví al coche con una sonrisa de oreja a oreja, y nos dispusimos a volver a Fuengirola mientras planeábamos una parada para almorzar a medio camino (la paella era mi “tapa”, tras el esfuerzo de correr un trail de 30 kilómetros uno no se puede alimentar solo del aire).


Salimos de nuevo por la “ruta turística”, que había cambiado completamente a plena luz del día, y revelaba imágenes preciosas, y de hecho, decidimos parar en una especie de mirador para tomar un par de fotos, como la siguiente:


Y mientras apuraba la paella para calmar mi apetito y charlaba con Gonzalo nos íbamos acercando a casa y alejando de Pujerra, un pueblo muy bonito de gentes muy cercanas cuya visita recomiendo a todo el mundo especialmente a los aficionados de las carreras de montaña, porque es una experiencia muy bonita y al participar en la carrera del pueblo se colabora con una buena causa.

Con esta entrada probablemente cierre el blog hasta la vuelta de vacaciones, ya que no tengo mucho tiempo y en todo caso debo poner al día la sección inglesa, bastante atrasada.

Pero volveré en unos días, con las pilas cargadas y lleno de energía; Espero que paséis unas buenas vacaciones y unas felices fiestas.

¡Y un feliz y próspero año 2014!

Comentarios

  1. Es la tercera vez que te saludo, ( Coche al llegar a Pujerra, durante la carrera y ahora en tu blog)........ seguro que habrá una cuarta vez, en otra carrera de montaña.
    Magnifico relato de la carrera, espero que el "gusanillo de la montaña te tire más que el asfalto".
    De mi experiencia en este mundillo, no corremos contra personas, lo hacemos contra el "TIEMPO". Por tanto, es muy normal ( y saludable en estos tiempos ), preocuparnos de nuestros compañeros,independientemente que lo conozcamos o no.
    Saludos y hasta la proxima.......( Acinipo???)

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  2. Muchas gracias Fran!
    Me gustaría mucho correr en la Acinipo, ya que no he recorrido nunca una maratón en montaña y me parece una experiencia que seguro que será inolvidable, pero como he pasado las vacaciones fuera y solo he salido a correr un día no llegaría preparado para afrontarla en condiciones. El domingo siguiente correré en Alhaurín y a ver si para el homenaje de la legión llego fuerte.
    Tu participas?
    Un saludo, y feliz año!

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  3. Saludos Juan Andrés.
    Creo que nos veremos por allí.
    No pierdas la oportunidad de "meter" a los "bandoleros" en tus futuribles.Te queda tiempo hasta Marzo. Aquí, el triunfo es terminar ( como sea....)
    Feliz año

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  4. Te refieres al UTSB de 150k? la ultradistancia me parece un mundo apasionando, pero le tengo mucho respeto por el momento (corrí mi primer maratón hace menos de un mes), sin embargo no descarto lanzarme a ella de aquí a 5 meses. Desde luego terminar ya es un logro increíble, independientemente del tiempo.
    Espero que coincidamos pronto y te vaya todo genial!

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