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Andorra Ultra Trail Mític, 2014, Viernes, Sábado y Domingo 10-13 de Julio - La Margineda no existe, son los padres


Bony de la Pica, 08:36. km 35.

Tras un breve tramo, por primera vez desde que me crucé con Malio, en silencio, llegamos a la cima del Bony de la Pica, donde aprovechamos para recuperar aliento y conversación antes de continuar.


Teníamos "fichados" de lejos a otros corredores que llegaban y seguían sin tan si quiera detenerse, pero nosotros quisimos aprovechar las vistas y el esfuerzo de la subida.


Soy de la opinión de que ninguna subida es demasiado dura si las vistas que obtenemos en la cima son del calibre de las que se disfrutaron hasta este momento en cada pico, es impresionante.


Había algunos organizadores, no recuerdo si tomaron nota o no de nuestro dorsal en este punto, pero lo que sí recuerdo es que fueron muy simpáticos y tras bromear un poco les pedimos que nos echasen una foto, a lo que accedieron.


Para Malio, desde que le comentase un poco mis aventuras atléticas y en el blog, era o bien el "Corredor Errante" o bien "el malagueño" y nos despedimos de los organizadores mientras él inventaba chascarrillos que elevaban mi ánimo y me hacían olvidar las penurias pasadas pocos kilómetros atrás, cuando me sentía perdido.


Cruzamos la imponente cresta del pico mientras el sol comenzaba a cobrar fuerza, por lo que, pese al frío viento que acariciaba la cumbre y nos dificultaba el avance, Malio decidió parar un momento para cambiarse de ropa y ponerse más fresco.


Yo con quitarme los guantes y el buff, abrirme la cremallera de la malla superior y remangarme las mangas tenía suficiente, así que me paré un segundo para descansar y finiquitar el botellín de Powerade, así como, por desgracia, el contenido de mi camel.


Esperaba encontrar una fuente de agua pronto, ya que con el ascenso del sol comenzaba a sudar profusamente, pese a haberme desabrigado, pero por suerte las vistas contribuían a que no me centrase en pensamientos negativos.


En esta foto, que dedico a Trekking & Running Marbella por su aporte de material para la prueba (que se ve en primera plana) podéis ver como desde los aledaños del Bony de la Pica no se veía por completo el pico que teníamos enfrente, que se salía del encuadre de la cámara; no sabía si lo habíamos subido ya o tendríamos que subirlo, pero sinceramente, esperaba que lo hubiésemos dejado atrás durante el tramo nocturno.




Malio me insistió para que continuase el descenso así que, con parsimonia, emprendí el técnico trayecto que nos iba alejando de la cumbre, mientras yo "soñaba" ya con La Margineda, la que según me había dicho Malio sería la primera base de vida, próximo avituallamiento y más grande hasta el momento.


Pese a que acababa de amanecer hacía pocas horas, estaba intranquilo ante la posibilidad de tener que afrontar a oscuras la segunda noche y también tenía muchísimas ganas de "estrujar" con un fuerte abrazo.


En ello iba pensando mientras descendía por unas vertiginosas paredes verticales, zigzagueando, cuando unas voces me sacaron de mi ensimismamiento.


Eran José Luis y Marc, que se aproximaban desde atrás, y en pocos minutos, estuvieron a mi altura.


Bajaban a buen ritmo, con frescura, cualquiera diría que llevaban tantísimas horas en marcha...


Me aconsejaron coger un bastón si veía alguno tirado o aprovechar alguna rama de árbol, ya que habría descensos mucho más largos, aunque según Marc, este era uno de los más duros, debido al desnivel.


Poco a poco me fueron dejando atrás, y, como por arte de magia, vi un bastón al margen del camino.


Sin embargo estaba partido, así que tras examinarlo lo devolví al "sendero" (por llamarlo de alguna forma), y al alzar la mirada, no había ni rastro de mis recientes amigos.


Sin embargo, oía sus voces animadas en la distancia, pero el "camino" acababa...


Entonces me fijé en un pequeño saliente que rodeaba una roca incrustada en la montaña, de la que colgaba una gruesa cadena de hierro.


Era preferible no mirar abajo, menudo vértigo... Me aferré a la cadena y apoyé los pies en el saliente, esperando que no pasase como en las típicas escenas de las películas donde nada más pisar el protagonista, el saliente cede y se queda colgando del vacío.


Por suerte no fue el caso, el saliente era sólido y firme, y fui pasando mirando hacia el frente, hacia la roca, mientras mis brazos iban pasando de izquierda a derecha, apoyándose en la cadena.


Al llegar al otro lado de la roca contemplé con desmayo como José Luis y Marc emprendían otro tramo de bajada vertiginosa con cadenas, pero ya no lo veía con reparo, sino como un desafío, la adrenalina inundaba mi cuerpo y me lancé a él a la carrera, derrapando en uno de los zigzags previos a ella debido a las piedras sueltas esparcidas sobre el suelo.


Me acordé de los ascensos en Calamorro con cuerdas, debido a los desprendimientos de tierra provocados en dicho CxM debido a la intensa lluvia, y los recordé casi como un juego de niños comparados con estas bajadas con cadenas... Lo que puede cambiar nuestra perspectiva de las cosas con la experiencia...


En cuestión de minutos me puse a su altura y al momento los había incluso dejado atrás, adelantando incluso a otra pareja antes de dejar atrás la montaña y penetrar en un bosque plagado de raíces y obstáculos (rocas, ramas caídas, árboles, piedras sueltas...) en solitario.


Mi única reserva de líquido eran los 500 mililitros de mi botellín, pero la bajada me estaba destrozando los cuádriceps, así que decidí disolver un poco de magnesio y sales para ir bebiendo poco a poco.


Justo antes de penetrar en el bosque, en el puerto de montaña, dos jóvenes que estaban acampados en el mismo, supongo que de la organización, me dijeron que estábamos a menos de 6 kilómetros de La Margineda, así que no podía estar lejos de recuperar al fin, pero sudaba tantísimo...


Había tramos en la bajada por el bosque en los que tuve que sentarme y deslizarme, como si de un tobogán se tratase, ya que el desnivel era tan fuerte y la superficie tan inestable que tras caer dos veces de culo contra el suelo, decidí que si bajaba de culo al menos me ahorraría los dolorosos impactos.


Decidí, por tanto, bajar en cuclillas y cuando necesitaba frenar, apoyar el culo y las manos, lo que no fue mala técnica, ya que en el tramo de bosque adelanté a una mujer mayor y a un corredor también veterano, extranjeros, que se apartaron al oírme bajar desde lejos para dejarme paso.


Me dolían tantísimo los músculos y estaba tan sediendo que decidí apurar de golpe el botellín, disfrutando del mejor trago líquido que había experimentado en años, pese al amargo sabor de las sales.


La bajada seguía en pendiente, no era dan dura pero mis músculos se negaban a responder, así que descendía dando pasos largos.


Los veteranos extranjeros no tardaron en hacer aparición, y, devolviéndoles el detalle, los esperé en el margen del sendero hasta que pasaron de largo.


"¡Ese malagueño!" Poco después pasaron Malio, otro corredor que no conocía y una corredora, y, pese a que pausaron ligeramente el ritmo al ponerse a mi altura, les dije que siguieran, que en breve les daría alcance (si conseguía que mis piernas respondiesen).


Tras comentar que veían increíble que hubiese superado el descenso anterior sin palos y tras desearme suerte, fueron bajando, a un ritmo bastante superior al mío.


Estaba muy cansado e iba tropezándome continuamente con las enormes ramas secas que plagaban el suelo... "malditos palos... ¡palos!"


Recordaba vagamente que Mayte me había explicado como encontrar unos palos acordes a la altura de cada uno, no recordaba exactamente como era, pero tras probar varios, me decidí por dos de altura ligeramente diferente, pero grosor similar, bastante estables y con pequeñas ramitas partidas a la altura donde ponía las muñecas, de forma que me servían de apoyo.


Bajar con ellos era una gozada, podía dar descanso a mis agotadas piernas, y, no sé si sería por la motivación que la idea me había aportado, el alivio en las piernas al cambiar de dos a cuatro apoyos o el efecto de las sales, pero comenzaba a encontrarme mucho más descansado, aunque peligrosamente sediendo.


Tras unos 10 minutos de bajada completamente en solitario, comencé a vislumbrar a lo lejos al grupito de Malio, al que le pregunté si sabían cuanto quedaba para la Margineda, con un hilo de voz, ya que tenía la garganta muy seca, a lo que la muchacha me respondió que creía que en kilómetros no sabría decirme, pero sobre una hora o hora y cuarto de tiempo.


Habían parado un momento, así que, medio en serio medio en broma les dije "bueno, nos vemos ahora... si no me quedo por el camino..."


Se lo tomaron en serio y me preguntaron que qué me pasaba, y les dije que estaba bien, pero muy sediento y sin reserva de agua, que por lo demás bien, cansado pero para llevar tantas horas corriendo, muy entero.


Malio se ofreció a compartir lo poco que le quedaba en su botellín conmigo, que tragué con un sonoro buche que me limpió la boca y la garganta y me devolvió la voz, y tras darle infinitas gracias y despedirme para seguir, sus acompañantes me dijeron que si quería, podían compartir también su agua conmigo.


Les dije que no quería abusar, pero insistieron y no pude negarme; pese a que lo quisiese ocultar, estaba preocupado por la escasez de agua, y comenzaba a necesitarla de verdad.


La muchacha casi me llenó el botellín, alegando insistente que no había tocado el agua desde Coll Botella, así que tras deshacerme en agradecimientos a los que quitaron importancia (tan solo dijeron "hoy por ti y mañana por mí, así somos los montañistas, tenemos que ayudarnos siempre") nos despedimos.


Vertí lo que quedaban de las sales que había usado previamente en el botellín y comencé a dar pequeños sorbitos, dejándolo hasta la mitad antes de apretar el paso.


Busqué de nuevo el punto cómodo de las ramas en mis manos y continué descendiendo.


En la distancia se veían varias casas blancas, y de la chimenea de una de ellas emanaba humo; "¡Por fin, ya se ve la Margineda!"


Estaba lejos, pero con toda seguridad, a menos de una hora, incluso a menos de media.


Con resolución y un renovado ánimo, acometí el descenso, a buen paso.


Sin embargo, pronto me alcanzaron Amalio y mis salvadores, probablemente no les hubiese alcanzado previamente por haber aumentado el ritmo yo, sino por haberlo pausado ellos... 


Bueno, recorrimos varios metros juntos y poco después me dejaron atrás, justo antes de llegar al último tramo con cadenas, primero antes de cruzar el bosque.


Cuando terminé el tramo de cadenas los vi a lo lejos, corriendo sobre la hierba, y me extrañó que rodeasen las casas y se perdiesen de vista en lugar de penetrar en ellas.


También me escamaba el profundo silencio de la zona... para ser una base de vida la esperaba mucho más animada, con vítores, aplausos, música quizás... Y sin embargo tan solo un par de personas aplaudían el paso de mis amigos y otras pocas caminaban, despreocupadas, por la zona.


Cuando llegué a su altura me extrañó que las balizas de la prueba me guiasen hasta el exterior de aquel silencioso lugar, decidí preguntar a un hombre mayor casi al final del mismo si estaba en La Margineda, y me dijo "No Margineda, Aixàs, La Margineda una hora".


Con razón estaba todo tan silencioso... bueno, al menos no podía quedar lejos...


Aprovechando la escasa sombra que quedaba fui avanzando, por un camino primero embarrado y lleno de agua, conforme rodeaba una zona de cultivo, y seco y pedregoso después.


Una cuesta enorme, sin nada de sombra se alzaba ante mi... bueno, dentro de lo malo, tras la cuesta deberá verse La Margineda...


Pues no, no se veía, lo que si se veía era una ciudad a lo lejos (que esperaba que no fuese La Margineda, ya que, aunque estaría a unos 4 kilómetros horizontales a lo sumo, habría cerca de un kilómetro vertical entre mi posición y la ciudad).


Breve descenso; nuevo ascenso; acabo el último buche de agua; sed, MUCHA sed.


Avanzo como un zombi, tambaleándome y apoyándome en las ramas, y menos mal, si no llego a tenerlas conmigo...


El camino gira ligeramente, dejando la lejana ciudad a mi derecha, lo que me hace tener la esperanza de que La Margineda se encuentra a mi izquierda y en cualquier momento me la voy a encontrar de golpe, pero la quietud en el ambiente y el hecho de que recordase haber visto en la chuleta del desnivel acumulado que había una bajada enorme en el primer tercio de la carrera (esperaba que no fuese precisamente ahora) indicaban lo contrario.


Nueva y enorme subida, en la que tengo que pararme a medio camino, pensando que no voy a poder con ella.


Decido echarme un puñado de cacahuetes a la boca y comerme una barrita y una tableta de Isostar.


No me encuentro bien, no sabría decir qué tengo, pero un malestar general inundaba mi cuerpo, además el dolor general que me acompañaba desde hacía varias horas.


Posiblemente, además de la deshidratación, que comenzaba a ser palpable, también estuviese bajo de azúcar, porque comencé a encontrarme mejor y pude acabar de subir la pendiente, aunque no sabría decir cuanto tiempo tardé en ello.


Una vez arriba, por suerte, los árboles entre los que discurría el camino me fueron dando sombra, y eso, unido a la pendiente descendente, hicieron que mi motivación comenzase a aumentar, así como mi ritmo.


Nunca había corrido empleando palos, y aunque las ramas no eran palos en sí, el cambio de dos a cuatro apoyos me vino fenomenal, apoyaba primero las ramas, daba zancadas largas y en los tramos de zigzag, las usaba para pivotar y mantener el equilibrio, de forma que avanzaba rápidamente con gran seguridad.


De repente vi a un hombre mayor venir desde lejos, que sacó una cámara y comenzó a hacerme fotos.


Me imaginé como sería ir por la Sierra de Mijas, ajeno al mundo, y que de repente irrumpiese un corredor con ramas y un dorsal en el pecho, cargando con un frontal en la cabeza, pese a ser de día (tanto a José Luis como a Marc o a Malio les sorprendió, pero prefería llevarlo en la cabeza que en la mochila, sin lugar a dudas); Sería una imagen digna de fotografiar, sin duda.


El hecho de que el hombre estuviese a tanta altura hizo brotar la ilusión en mi pecho, ya me veía vislumbrando La Margineda en cualquier instante...


Me paré a preguntar que a cuanta distancia estaba; el hombre no hablaba español, pero logró decirme que a unos 300 metros chapurreando un poco.


"¿300 metros? ¡eso está tirado!" 


Sin embargo, cuando llevaba cerca de 10 minutos bajando, entre los árboles, pude vislumbrar lo que creía que era, finalmente, La Margineda...


Quizás aparte de no hablar español el hombre confundiese el metro con el decámetro... por lo menos habría 3 kilómetros hasta la meta, y creo que no me equivocaba mucho al pensar que de esos 3 kilómetros, uno sería vertical...


Me concentré en los descensos previos que llevaba en el cuerpo, y decidí que, definitivamente, este no era tan duro como otros previos, el sendero era relativamente ancho y el firme bastante estable, sin embargo, el ir zigzagueando viendo a lo lejos el objetivo, desde las alturas, mermaba mi ánimo.


No quería mirar el reloj, así que no sabía si estuve minutos o horas descendiendo...


Mentalmente notaba que comenzaba a divagar, por lo que repetía mentalmente el número de Mayte, a modo de mantra, tanto para tranquilizarme sabiendo que podía contactar con ella si el móvil se quedaba sin batería (no sabía cómo estaría aguantando el Quechua Phone) como para comprobar que seguía "cuerdo".


Me comenzaba a doler la cabeza, tenía la boca pastosa y tenía un calor horrible... pero no podía parar, no ahora, estaba cerca, lo sabía...


No sé como, pero al atravesar un arroyo, estando ya inclinado y con el botellín destapado, vencí la tentación de hartarme de beber... Realmente al levantarme, con un pequeño mareo, no recordaba ni si quiera, haber visto el arroyo, pero aunque sabía que era real y no una ilusión (emanaba fresquito) no quería jugármela tanto.


Metí la mano en él; el agua era transparente, muy fresca, aunque poco profunda, y aproveché para refrescarme los brazos y la cara, pero los numerosos relatos de atletas que han tenido que abandonar en ultras tras beber agua de ríos, arroyos e incluso charcas rondaban mi mente, así que hice de tripas corazón y continué avanzando, tras volver a tapar el botellín.


No recordaba haber estado nunca tan sediento, a pesar de entrenar durante horas en Málaga en pleno verano, a temperatura de incluso 40 grados, como si nada.


Parecía que no avanzaba, pero tras un rato comencé a ver más y más cerca la ciudad.


Unas canchas y un gran edificio aparecieron entre los árboles, a poco más de una centena de metros verticales por debajo de mí, y cuando estaba a unos 50 metros verticales del complejo, dos hombres aparecieron ante mi, de la nada, y comenzaron a aplaudirme y a darme ánimos, no sabría decir en qué idioma.


De repente, a lo lejos vi un trozo de asfalto; casi me alegro de ver que estaba, no a nivel del mar, pero, al menos, a nivel de civilización, de nuevo.


Más gente aguardaba en la zona, aplaudiéndome al pasar, y al llegar al asfalto, por intuición, giré a la izquierda.


Una ligera pendiente se elevaba ante mi, y allá que fui, sujetando los palos con mi mano derecha mientras aceleraba el paso todo lo que me era posible...


Una baliza certificaba que estaba en el camino correcto, aunque, ¡qué largo era el camino! a media pendiente tuve que echar mano a los palos, con los que me ayudé hasta que la pendiente cambiaba de rasante y se igualaba...


Y entonces, a lo lejos, vi a Mayte, sentada en unas escaleras, con cara cansada pero expectante...


Leer La trampa de Morfeo

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