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Andorra Ultra Trail Mític, 2014, Viernes, Sábado y Domingo 10-13 de Julio - Descenso al infierno


Refugio de l'Illa, ocaso. km 64.

Llegamos al refugio con la última luz del día, mientras Ramón me comenta que, por desgracia, comienza a sentir molestias en uno de los dedos del pie, lo que, a tantos kilómetros de la meta, le escama.

Me adelanto un poco hacia el refugio, y los voluntarios nos dicen que tenemos que ascender por la zona de la izquierda, así que allá que nos dirigimos.


Ya desde lejos Ramón le pregunta en catalán al muchacho que nos ha dicho que entremos por la parte izquierda que como es que hoy no se sube al refugio por donde siempre, y tras romper el hielo con ese comentario, comienza a saludar y a charlar con todos, revolucionando el refugio.


Nos piden dorsal y chip para marcar nuestro paso, y les explicamos mi situación brevemente, a lo que no ponen pegas, tras lo cual nos invitan a acceder al interior del refugio.


Nada más entrar, otros voluntarios nos preguntan si queremos sopa o café, a lo que respondo que ambos.


Ramón pide sopa también, lo que está constituyendo la base de su dieta ultrera en la jornada, según me comenta mientras me felicita por llevar el estricto régimen de comida y bebida constante, que mantiene mis fuerzas en todo momento (o lo que quedan de ellas).


Como en todos los refugios, el calor es elevado en el interior, así que me desabrigo, me termino los botellines de agua con sales y de agua con Powerade, que repongo, así como el agua de la bolsa de hidratación, y comienzo a mojar galletas María en el recién servido café.


Nuevamente, aunque no sé por cuanto tiempo, el café comienza a espabilarme, así que pido un segundo vaso.


Ramón, medio en broma, pregunta "¿hay algún podólogo en la sala? a lo que un muchacho responde "sí, mira, ese de ahí, acaba de salir".


Tras certificar que, en efecto, se trataba de un podólogo, Ramón le pide que le mire la molestia que tiene en el pie, y como yo ya estoy listo, me vuelvo a abrigar y vamos a la habitación contigua del refugio, tras dejar mi "adoptador" sus palos apoyados en la puerta del refugio, con varios pares más.


El tramo que separa la habitación del punto de avituallamiento de la habitación del podólogo no tendrá más de 5 metros, pero en ese trayecto ya me quedo helado, aunque, por suerte, la habitación está calentita, por lo que una vez dentro me desabrigo de nuevo.


Mientras el podólogo le echa un ojo al pie de Ramón, le sostengo el café, y escucho con atención y preocupación (además de estar ayudándome muchísimo, tantas horas de travesía juntos va creando lazos), pero la molestia no es grave, y tras hacer un pequeño corte y cubrirlo, está como nuevo para continuar con la carrera.


Le devuelvo el café y me dirijo al exterior, ya que comienzo a sudar debido al calor de la habitación y no quiero que el frío me golpee de pleno al salir.


Tras un par de minutos en los que aprovecho para beber un poco más en el punto de avituallamiento y comer un poco de frutos secos, Ramón recoge sus palos y estamos listos para seguir.


Antes de dar el primer paso fuera del refugio, Ramón me advierte de la dureza del tramo que vamos a emprender, y me insiste en que si veo que no puedo, me quede aquí, ya que vamos a subir a una cresta enorme que me señala en la distancia la Collada dels Pesson, y lo "gracioso" no es eso, sino el posterior descenso, muy técnico y rompedor.


Le aseguré que podía con eso y más, y que no había llegado hasta este refugio para quedarme aquí, así que, ante mi insistencia, reemprendimos la marcha.


Encendí el frontal, pero me dijo Ramón que aún se veía bien, que aprovechase para más tarde, ya que lo íbamos a necesitar.


Vamos dejando atrás el refugio y comenzamos a bordear el lago que lo nombra, retomando yo, más despejado y alertar, la vanguardia (además de por el café, creo, quiero pensar, que la caída de la noche comienza a poner alerta mis sentidos).


Nos alcanza un grupito de héroes de la Ronda Dels Cims (compartíamos el refugio como avituallamiento, como en otras ocasiones), y como no, Ramón comienza a charlar con ellos (me considero muy social y extrovertido, pero comparado con él soy hasta tímido) y, casualidades de la vida, resulta que son de una zona de Valencia que mi "adoptador" conoce de toda la vida, y comienzan a ponerse al día.


El mundo es un pañuelo, desde luego, hay cosas que por más que se busquen no se encuentran y luego otras que ni se imaginan y suceden como ese fortuito encuentro.


Voy avanzando mientras Ramón se rezaga un poco y les cuenta como va la carrera, como se encontró conmigo (me dice que debo aprender catalán, que si no no me voy a enterar de mucho) y continúan charlando mientras vamos cogiendo ritmo, hasta que, en una bifurcación a la izquierda, nuestros caminos, una vez más, se separan.


Ramón me comenta que la subida que estamos emprendiendo la ha realizado varias veces, la última recientemente, pero que nunca la había realizado "bien", es decir, por donde nos marcaba el balizaje de la organización.


Dicho balizaje era, por momentos, más difícil de encontrar, y cuando Ramón verbalizó el temor que llevaba ya un buen rato rondando por mi mente, se me heló la sangre en las venas (casi literalmente, la temperatura estaba descendiendo en picado).


Por inercia, continuamos ascendiendo, y vimos la siguiente baliza algo por debajo nuestra, varios metros a la izquierda, pero otra más cercana sobre nosotros, que alcanzamos superando un empinadísimo tramo que no estaba ahí para ser ascendido.


Ramón me dijo que la lógica general para poner las balizas era usar el zigzag, de forma que se recorren más metros pero el cansancio es menor (lo que me había comentado un corredor francés horas atrás, antes incluso de decidir retirarme), y me comenta que ahora es vital seguir correctamente las indicaciones de la organización, ya que un paso en falso puede significar una seria caída o perdernos en la montaña.


El bajón que me dio el pensar que podíamos habernos perdido anula completamente el vigorizante efecto de los dos cafés solos, y le pido a Ramón que tome el relevo en la vanguardia, a lo que accede sin problema.


Nos paramos para descansar y vemos como no hay ninguna luz por delante, pero un par de frontales comienzan a ascender desde el refugio.


Ramón comenta que si no salen pronto del refugio los corredores (que no eran pocos) que reposaban en él, probablemente no acaben la carrera, si no por corte horario por la dificultad que entraña atravesar el difícil tramo que tenemos ante nosotros a oscuras, y con el efecto devastador de enfrentarnos a una segunda noche.


Cuando estamos llegando a la cima decido encender el frontal, ignorando el consejo de Ramón de aguantar hasta la bajada a fin de afrontar la noche con luz y más seguridad (llevo un par de tropiezos y considero ya necesario encenderlo).


Como de costumbre, ilumina una amplia zona con intensidad, pero veo con desmayo como titila de vez en cuando, bajando de golpe la cantidad de luz que emite... quizás no haya sido buena idea poner las baterías en el frontal desde La Margineda, igual debería haberlas echado en la mochila para ponerlas ahora... ¿y si se han descargado?


Ramón me dice que me vaya preparando, que el viento va a ser devastador en la cresta, y tras una breve parada en la que el se abrigo y yo orino, retomamos el ascenso, comprobando si alguno de los frontales se acerca antes de volver a encarar la montaña, pero continúan bastante lejos.


Noto que vamos alcanzando la cresta más que porque sope viento (ahora mismo reina la calma) porque comienzo a quedarme sin respiración.


Ramón decide encender también su frontal, muy potente también, y al girarnos brevemente para recuperar el aliento, podemos contemplar la que es otra de las imágenes que quedará grabada en mi memoria para siempre: el reflejo de la enorme luna llena en el lago que dejamos atrás cuando abandonamos el refugio.


Pese a que el cielo está despejado frente a nosotros, está muy cubierto encima nuestra, donde se apiñan las nubes que vimos venir desde lejos cuando estábamos en el valle del Madriu; mal asunto.


Con un esfuerzo que pareció eterno coronamos la cresta, donde extremamos la precaución, ya que la caída puede ser mortal (no sé si Ramón exagera o es cierto, pero me fío de él, prefiero hacerle caso y llegar de una pieza a Bordes).


Vemos a lo lejos, siguiendo la línea que marca la cresta, una luz, y a varias personas, y emprendemos el camino sin hacer demasiado caso a las balizas, pero teniendo en cuenta seriamente donde apoyamos los pies a cada paso (alguna de las balizas está tumbada o parece que se ha caído por el viento, que ya si comienza a hacer acto de presencia, por lo que seguimos la ruta que, por lógica, es más segura).


Al llegar encontramos varios voluntarios, que nos saludan, y les pregunto, ingenuo, por donde sigue el camino.


Me dicen que no tiene pérdida, que es por la bajada que tengo justo a mi derecha (un empinadísimo sendero por el que dos personas codo con codo no caben sin caer al vacío, que asoma cual balcón a la mas profunda nada).


"Sí, esta es la bajada divertida", dice Ramón.


Comenzamos a descender mientras notamos como el viento comienza a arrastrar algo que nos golpea la cara, además de zarandearnos por sí mismo; un cristalito en mis gafas revela la naturaleza de ese elemento: Nieve.


Por segunda vez desde que emprendimos la salida desde Ordino, nieva, una especie de tenue aguanieve, pero ya es más que todo lo que he visto desde que abandonase Suiza el invierno pasado (recomiendo leer a quien no la haya visto mi circundación al Zugersee).


Llevo las piernas machacadas, así que decido dar un largo trago a mi botellín con sales disueltas, y, con Ramón aún liderando nuestro grupo de dos, comenzamos a bajar.


El tramo es de los más técnicos, si no el que más, que he afrontado nunca, con el aliciente de la noche, el potente viento y el aguanieve que se va intensificando conforme pasan los minutos.


Noto una vibración en el brazo y le pido a Ramón un momento; Mayte, preocupada por la hora y no tener noticias mías me pregunta como va todo, a lo que respondo escuetamente que estoy llegando.


Hasta ese momento había ido repitiendo cada acción que realizaba mi "adoptador", pero se ve que obvié alguna de sus acciones porque, nada más dar un paso, apoyo la mano derecha en la pared rocosa que vamos descendiendo y una enorme roca se desprende, aplastándome el tobillo derecho primero  el izquierdo al rebotar, y cayendo por la pendiente de forma estruendosa hasta perderse el amplificado ruido en el vacío.


Por un momento no reacciona mi tobillo derecho, me agacho dolorido para ver cómo está y veo que el pantalón está roto y tengo una pequeña herida en la zona, pero quitando la instantánea hinchazón, está bien, aparentemente.


Ramón se preocupa, pero insisto para seguir avanzando, y allá que vamos, sumergiéndonos en la oscuridad.


El teléfono vuelve a vibrar, y le pido a Ramón un momento para responder, ya que no quiero preocupar a Mayte; le digo que voy camino del kilómetro 76, que en el avituallamiento anterior tampoco podía ser evacuado directamente. Le aviso también de que comienza a nevar y el camino es peligroso, para que no se preocupe si tardo en responder, y le digo que nada más llegar al punto de avituallamiento de Bordes d'Envalira le avisaré.


El mensaje ha sido más largo y Ramón ha aprovechado para descender un poco, pocos metros, y cuando aparezco tras el giro del camino me señala dos lucecitas minúsculas a lo lejos.


"Ese es el camino que tenemos que seguir; ah, y, ¿ves las luces a lo lejos? por ese restaurante tenemos que pasar" dice señalando unas lejanísimas luces al fondo del valle que tenemos varios cientos de metros por debajo nuestra.


Justo mientras lo contemplamos, se apagan las luces, a lo que Ramón me pregunta, extrañado, que qué hora es; echo mano de mi clásico casio, remangándome cortavientos y malla térmica y retirándome mi guante.


-"Las 12 y 4 minutos"


-"Pues si que han cerrado pronto... ¡sigamos!"


El tramo que encontramos a continuación es tan inclinado y estrecho que decidimos pasarlo sentados, aferrándose Ramón con firmeza a sus bastones (me ofrece uno ante la dificultad de la bajada) y yo, que rehúso la ayuda, aunque la agradezco, a la roca, con ambas manos, tras asegurarme de que no va a aplastar ningún miembro de mi cuerpo.


Por suerte, rápidamente volvemos a la bipedestación, aunque a un ritmo realmente lento, y nos da por comentar como hay fueras de serie, véase Killian Jornet que no solo bajan tramos similares corriendo, sino esprintando, y estamos de acuerdo en que la línea que separa al intrépido del insensato es a veces muy fina.


Nosotros no tenemos ese problema, tenemos totalmente claro que queremos llegar de una pieza, y además, hay algunas balizas que no están claras del todo, así que vamos atentos.


Nos comentaron en el refugio que estaban rebalizando por segunda vez, la organización es de 10 en todos los aspectos, trato al corredor, seguridad, entusiasmo, calidad y cantidad en los avituallamientos... sencillamente sin palabras, pese a la dificultad del terreno y de portear víveres y mover personas, ha estado todo calculado al detalle desde el minuto uno.


De repente, vemos un frontal que viene hacia nosotros, y Ramón, extrañado, me pregunta si se ha girado alguno de los dos corredores que estaban ante nosotros hace un buen rato.


Le respondo que no tengo ni idea, pero que en breve lo descubriremos, ya que avanzaba hacia nosotros bastante más rápido de lo que avanzábamos nosotros hacia él, a pesar de tener la pendiente a favor.


Nos callamos un momento y el silencio es sobrecogedor... la noche ha despertado y agudizado mis sentidos, pero el sueño se hace fuerte y hace que me cueste incluso levantar los párpados... voy mirando únicamente las zapatillas (bambas, como se dice en la zona) de Ramón, y copiando exactamente sus movimientos, aunque derrapo un poco, quizás por no llevar bastones) y por momentos se me nublan los ojos; incluso me parece que veo menos, pero es el frontal, que va perdiendo energía de forma dramática.


De repente, nos cruzamos con el corredor que venía en dirección contraria, del que yo ya me había olvidado, ¡y resulta que Ramón lo conoce!


Charlan brevemente en catalán y nuestros caminos se separan.


Ramón me comenta que es un crack de las carreras de montaña, que hizo el primer día de la Ronda Dels Cims por libre, para ver a unos amigos, y que tras entrenar y trabajar, ahora se iba a meter unos cuantos kilómetros para poder ver de nuevo a sus amigos antes de acostarse.


Sencillamente me deja sin palabras una hazaña como esa, y luego otros me halagan a mi cuando les cuento que he llegado a recorrer 160 kilómetros en una semana, o que mi mejor marca personal en 50 kilómetros es escasamente superior a las 5 horas, en montaña (con un desnivel que nada tiene que ver con el de la prueba en la que me encuentro, por supuesto).


Mi "adoptador" me comenta que, por lo que su amigo ha oído, están habiendo muchos abandonos, y que posiblemente, de los corredores que dejamos atrás en l'Illa, solamente los dos que vimos al subir a la Collada dels Pesson sigan en carrera, por lo que prácticamente cerramos la Mític.


Noto como me voy durmiendo mientras avanzo, y Ramón me comenta, tras un par de derrapes, que mucho minimalismo, pero sus zapatillas tienen más grip.


Aprovecho para contarle más sobre mi blog, del que le adelanto que será protagonista en la última parte de la crónica, y le hablo de como he conseguido mi primera ayuda en forma de material gracias a Trekking & Running Marbella y Todosdescalzos.com.


Él me comenta que una amiga suya ha llegado a un nivel tal de patrocinio que le pagan dorsal, viaje y estancia en las carreras más famosas del mundo (Maratón Des Sables, Maratón del Círculo Polar, Ultra Trail Aneto Posets...).


No recuerdo su nombre ni se a qué se dedicará, pero desde luego esa muchacha me había "robado" el sueño (el onírico, no el fisiológico, aunque tras los tropezones y la vuelta a la conversación volvía a estar más despierto).


Pasamos a charlar sobre el turismo deportivo y la conversión del deporte, el atletismo y las carreras por montaña a fenómeno de masas, con la correspondiente "privatización" de carreras (pruebas de 5 kilómetros a 20 euros, medias maratones a cerca de 40 y maratones rondando la centena de euros me parecen precios abusivos y prohibitivos, parece que las empresas -sí, muchas empresas viven por y para sacar dinero organizando carreras, atrás quedan las pruebas organizadas por ayuntamientos y clubes, por desgracia- ya han perdido de vista los beneficios saludables del deporte y buscan tan solo los económicos...) y el descenso se nos va haciendo más ameno.


Llegamos a los pies del lago que parecía que había contemplado asomado a la cresta de la Collada des Pessons, una vida atrás, y comenzaron de nuevo los tramos de "trampa mortal".


Mi frontal ya tan solo iluminaba de forma ínfima, así que avanzaba lo más pegado posible a Ramón.


Estaba tan cansado que por primera vez en toda la carrera dejé de comer y beber sistemáticamente, y lo hacía solo cuando me acordaba (no tenía fuerzas ni la claridad mental para recordar cada cuantos minutos debía comer y beber, o cuando fue la última vez que lo había hecho).


Dejó de nevar y la temperatura comenzaba a ascender, aunque el lago emanaba fresquito que el viento transportaba a lo largo del valle.


Nos giramos para contemplar el vertiginoso descenso que habíamos dejado atrás, y vimos dos frontales descendiendo... Posiblemente los dos que habían salido de l'Illa poco después de que llegásemos a la cresta que le precedía.


Bajaban a buen paso, seguramente nos los encontraríamos pronto... "¡Chaf!" agua hasta los tobillos en el pie derecho y sensación de dolor profundo debido a la temperatura de la misma...


Ramón se gira al instante para comprobar como estoy, pero le digo que no se preocupe y continuamos avanzando.


Me siento como un fantasma, dejo de ser consciente de las sensaciones de mi cuerpo, avanzo mecánicamente, siguiendo a Ramón, no sé durante cuantas horas, ahora en silencio, pisando por donde el pisa y escalando y descendiendo por tramos rocosos para evitar las corrientes de agua y el barro.


Creo tener un microsueño, porque al hablarme Ramón me sobresalto y le tengo que decir que me repita qué ha dicho, ya que no lo he entendido, y me doy cuenta de que mi frontal prácticamente no alumbra.


Me dice "menos mal que me ibas a iluminar tú, ¿eh? anda, acércate más, que no es posible que veas nada..."


Escuchamos pasos y nos giramos, y vemos a los dos corredores que nos seguían, desde la distancia hace poco; ¿cómo narices han llegado tan rápido?


Les saludo en inglés e intercambiamos un par de mensajes, pero ni sé qué me dicen ni recuerdo qué les digo.


Tomo consciencia de que llevamos un buen rato en movimiento, incluso hemos dejado el lago atrás, y le pregunto a Ramón si estamos a nivel del suelo, y cuanto tiempo llevamos de carrera.


Me dice que nos quedan centenas de metros para acabar el descenso, y que no usa cronómetro, que lleva el reloj GPS solamente para orientarse y ver el altímetro, que él no gana nada corriendo más rápido o despacio o recordando la ruta, que para eso tiene los recuerdos; sabia filosofía de vida, está en peligro de extinción este tipo de ancestral runner despreocupado del reloj y de los tiempos.


Sé que ahora Ramón me va dando conversación, pero no recuerdo ni de qué hablamos ni qué le digo, solo recuerdo sus pies y las luces de las balizas a lo lejos, y el gélido dolor en mis pies cada vez que pisaba agua.


En una parada para orinar decidí coger el móvil y usar su linterna para iluminar mis pasos; no sé de donde salió ese momento de lucidez, pero fue la mejor idea en kilómetros, quizá la mejor desde que decidiese coger las ramas en la bajada a La Margineda.


Tras lo que parecen horas, encontramos, por fin, senda recta, y comenzamos a coger ritmo, mientras Ramón me comenta que debemos estar ya llegando al restaurante que cerró pasadas las 12 de la noche, del ya día anterior.


Sin embargo, las balizas nos guían dando un rodeo, y tras varios descensos más y cruzar lagos y ríos, finalmente llegamos a la orilla, donde unos amables voluntarios nos piden el número de dorsal y nos invitan a calentarnos en torno a una hoguera.


No tengo nada de sed, pero sé que llevo mucho tiempo sin comer ni beber,así que aprovecho la parada (Ramón habla mientras tanto con los voluntarios, y repone también) para recuperar, beber y acudir al baño.


Nos comunican que estamos a nada de Bordes, cuestión un último arreón antes del avituallamiento, solo debemos continuar, seguir el camino, girar a la derecha y seguir la pista de esquí.


El alivio que experimento al correr por terreno casi llano es inmenso, hasta me activa un poco.


Llegamos al desvío, inicialmente pensando que nos habíamos perdido, pero las balizas disipan nuestro temor.


Desde atrás se acercan un par de frontales, que no hemos visto ni por delante ni por detrás, y le comento a Ramón que o se han despistado, o han cortado camino.


Se ponen a nuestra altura y comienzan a hablar con Ramón en francés, y el me traduce de rato a rato.


Resulta que son los "ingleses" que nos cruzamos en el lago, que, según dicen, se despistaron y siguieron recto en el mismo, por lo que no han pasado el control de la orilla del lago, o eso pensamos.


Fuera como fuese, avanzan con nosotros, inicialmente sumando luz a nuestros frontal y móvil, aunque los apagan cuando ven que con nuestra luz ven bien, lo que, al no preguntar, me parece un poco grosero (la luz de noche es un bien escaso).


No sé el motivo, pero de repente siento un frío descomunal, y Ramón me comenta que él también; comienza a soplar viento, y llegamos a la pista de esquí, llena de hierba alta y rocas.


Vamos siguiendo las balizas por el ondulado terreno ("otra vez descenso no, por favor") pero perdemos el rastro de las mismas y Ramón decide cruzar al otro lado de la verja, que nos dice que vigilemos, ya que está electrificada para evitar que las vacas y otros animales la crucen.


Con su bastón abre hueco y pasamos, sosteniéndola uno de los franceses tras pasar para permitir que él pase.


Tras un par de minutos decidimos volver a pasar la valla, que esta vez le suelta una descarga a Ramón, por lo que pasamos con mucho más cuidado, y tras desandar un poco lo andado y separarnos de la valla, volvemos a encontrar balizas.


Tropiezo varias veces, e incluso llego a caer, aunque no siento dolor, y Ramón le dice a los franceses que enciendan sus frontales, ya que me cuesta ver y el móvil tampoco alumbra mucho.


Lo enciende uno de ellos, y a los pocos metros lo apaga de nuevo; parecerá a propósito, pero no, tropiezo de nuevo.


Ramón se para y se gira, y les pide que enciendan la luz, por favor, se gira y seguimos descendiendo, pero hacen caso omiso.


Tras lo que me pareció al menos una decena de kilómetros, aunque sería tan solo una o pocas centenas de metros, Ramón se para y le dice a los franceses que sigan ellos, encienden ambos sus frontales, casi indignados, y comienzan a correr a gran velocidad, perdiéndose en cuestión de segundos; comprueba que estoy bien y seguimos bajando.


Vemos a lo lejos el avituallamiento, pero parece imposible calcular la distancia a la que está... Ramón me dice que queda la bajada, que se hará eterna, cruzar el río y ascender por asfalto, "sólo" eso.


Se me han acabado los dos botellines y aunque me queda agua en la camel, no quiero pararme a rellenar uno de los botellines para disolver sales en él porque si paro no sé si podré continuar, pero voy tan acalambrado que el dolor se suma al sueño en mi tarea de nublarme la mente.


Pese a ser un descenso nada técnico, consiste en bajar una eterna pendiente herbácea con algunas rocas sueltas en ella, sufro lo que no está en los escritos.


La acabamos y llaneamos un poco hacia la derecha, antes de recuperarla de nuevo y descender, esta vez hacia la izquierda.


El río se oye a lo lejos, rompiendo el silencio total que nos envuelve (bajamos callados, concentrados, y la hierba alta amortigua nuestras pisadas); es el sonido más dulce que he oído en muchísimo tiempo.


Le pregunto a Ramón si va bien de tiempo, y me responde que sí, que muy bien, que ahora descansará bastante en Bordes y atacará lo último, que ya está todo hecho, quedan unos 30 kilómetros, un par de repechos, uno de ellos algo duro, y la bajada y el llaneo final.


Según me cuenta lo peor ha pasado y queda solo un paseo, aunque estoy tan destrozado que aunque la idea de continuar me comienza a seducir, mi conciencia rápidamente la acalla.


Cruzamos el río y llegamos a la subida... subo corriendo como hacía horas que no corría, liberando de repente una energía que no sabía que tenía aún en mí... estaba a tan solo 100 metros de Bordes d'Envalira, simplemente no podía creerlo...


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