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La Legión 101km24h, Sábado y Domingo 10-11 de Mayo - Bifurcación de caminos


Segundo control de pasaporte, 14:20. Kilómetro 34-35.

La breve parada en el puestecillo donde nos sellaron los pasaportes me sirvió para "hacer inventario".

Tenía mucha calor, sudaba profusamente y mi camelbak estaba casi agotado, me quedaban 2 bidoncitos con bebida a base de frutos secos y uno que estaba recargando con agua que iba vacío; La espalda me dolía moderadamente, especialmente hombros, del roce de las cinchas (había un poco de movimiento, el ajuste no era perfecto) y una piedrecita en el pie izquierda había comenzado a provocarme una ampollita, aunque aun no era preocupante.


Tras sellar continuamos el rumbo, destinando algunos metros a caminar antes de volver a la carrera; Pese a que la parada había sido breve, había bastado para notar la vuelta a la marcha.

Antes de llegar al Cortijo del Polear paré de nuevo a orinar, con gran esfuerzo, y comprobé lo que me temía: Estaba perdiendo aún más líquido.

Los calambres ya me lo estaban anunciando, así que acepté de buen grado el agua que David me ofreció para beber un poco y refrescarme.

Llegamos al octavo avituallamiento en poco más de 3:41:00, con "solo" 12 minutos de margen con respecto al tiempo aritmético previsto.

Pese a que había comenzado a sufrir más de lo que quisiera, la carrera estaba pasando fugazmente, quizá por disfrutar de cada instante a pesar del sol y el calor.

Recuperamos en el avituallamiento, donde varios atletas se refugiaban del abrasador sol, y al retomar la marcha comprobamos como la carrera estaba totalmente "partida".

No veíamos a nadie por delante, pocos corredores nos seguían por detrás, y de los múltiples equipos que habíamos visto durante la prueba (IV Tercio, Grupo Alpino Benalmádena, Zapadores de la Legión, Inmemorial del Rey, Brigada Paracaidista, Ansias Vivas...) no había ni rastro, ni delante ni detrás.

Los caminos se hacían más y más largos, comenzábamos a andar durante mucho más de lo necesario (pocos metros antes de llegar a las cuestas y poco después tras pasarlas), estableciendo marcas en el trazado para obligarnos a retomar la marcha.

Cada vez tiraba más David, que prácticamente controlaba el ritmo, yo intervenía para reducir el paso y poco más; Menos mal que íbamos juntos en ese tramo, recorrerlo en solitario debe ser extenuante mentalmente, además de físicamente.

A la escasez de sombra había que sumar que esa zona del trazado prácticamente no tenía cuestas "visibles", tenía pendiente ligeramente ascendente o descendente, y las vistas eran iguales a ambos lados del camino, extendiéndose el carril hasta donde alcanzaba la vista... Cansaba de pensar que había que llegar hasta el final para saber por donde continuaba...

Los calambres eran cada vez más frecuentes y profundos, la camelbak estaba al límite... Me bebí un segundo bidoncito, acompañado del que iba vacío, y me tomé un par de pasas y un orejón, pero ya no había remedio para paliar la situación: Había "tocado" el muro (por no decir que me había estampado contra él).

Se lo comuniqué a David, que no dejó de animarme, e incluso no tuvo reparo en andar algunos tramos para poder recuperar.

Nos adelantó un corredor con la camiseta roja de Lucena, que a los pocos metros comenzó a andar también, aunque a un paso menor que el nuestro.

Le dije a David "en cuanto lo pasemos, retomamos el trote" a lo que accedió contento, deseoso de retomar la marcha.

Sin embargo, paré un momento a orinar (había vaciado la camelbak ya del todo en los últimos minutos) y comenzamos a trotar tras el árbol que nos habíamos marcado como objetivo.

Llegando al siguiente avituallamiento (miré cuanto quedaba unas 5 veces en la tabla que llevaba colgada de la camelbak) nos encontramos con un legionario que nos metió caña, diciendo que si hacía falta se venía con nosotros, que qué necesitábamos y que le diésemos fuerte.

Por un momento pensé que se venía con nosotros, ya que se puso a nuestro ritmo durante unos 200 metros, pero se despidió diciéndonos que el próximo avituallamiento estaba al caer, y que siguiésemos así.

El Cortijo de la Manga no fue un avituallamiento, fue un oasis, al que llegamos en casi 4 horas y media para recuperar líquido como si no hubiese mañana y refrescarnos nuca, cabeza, brazos, piernas...

Salimos de él casi completamente revitalizados, aunque en los primeros kilómetros tras pasar el avituallamiento no íbamos del todo cómodos, llevábamos la tripa llena.

El paso por el último avituallamiento reducía nuestro margen a 7 minutos con respecto al tiempo de paso marcado aritméticamente para clavar 11 horas, pero para haber superado ya el maratón, me encontraba bastante bien.

Primer contacto con "el muro" superado, aunque sabía que no sería el último...

Nos pusimos a un ritmo de 6:30 minutos por kilómetro e inferior, aunque llegando al kilómetro 45 comenzábamos a echar de menos el oasis que habíamos dejado atrás.

Pensé en llenar la camelbak a presión (la mochila estaba llena de cosas e iba a ser muy difícil recargarla de forma tradicional), pero como no había grifos en el avituallamiento como en los anteriores, sino más anchos, no pude probarlo.

Ya íbamos de nuevo casi sin reservas de agua, y me daba mucho apuro volver a pedirle agua a David.

A lo lejos vimos un tenderete montado y pensamos que era otro avituallamiento, pero al llegar, pocos metros pasado el kilómetro 45 nos dimos cuenta de que era un puesto de protección civil y policía.

Cambiaríamos temporalmente la tierra por el asfalto, con tráfico controlado pero no cortado, por lo que nos dijeron que nos pusiésemos a la derecha de la vía.

Vimos a lo lejos un corredor con sandalias, al que comenzamos a acercarnos poco a poco, bajando el ritmo ante la inminente cuesta que se alzaba sobre nosotros.

Al ponernos a su altura realizamos una conversación entre corredores estándar, basada en monosílabos o pocas palabras juntas que condensan frases enteras:

-Yo: ¿Luna Sandals?
-Corredor: ¡Sí!
-Yo: ¿Mono? 
-Corredor: No
-Yo: ¿Venado?
-Corredor: Oso
-Yo: Ahhhh... ¿qué tal van?
-Corredor: Por carretera normal, en camino genial
-Yo: ¡Gracias, y ánimo!

Satisfecho con la información lo dejamos poco a poco atrás, aunque no tardamos en cambiar el trote cochinero por pasos largos de nuevo.

Comentando el meritazo del atleta por correr la carrera con sandalias, y mi predisposición por hacer lo mismo si las pruebo y me van bien (problema no tengo, me falla la parte del presupuesto) nos alzamos sobre la colina, contemplando a lo lejos Alcalá del Valle, uno de los típicos pueblos blancos del sur de Andalucía.

Cuando comenzamos a penetrar en su interior nos recibieron varios niños, preguntándonos a mi y a David desde lejos de donde veníamos.

Les dijimos que Fuengirola y Córdoba, y se quedaron muy extrañados, preguntándonos que de qué nos conocíamos (si les llegamos a decir que nos habíamos conocido esa misma mañana, yo creo que no se lo creen).

Las estrechas callecillas de Alcalá nos servían de resguardo ante el implacable sol, pero seguíamos necesitando agua...

De repente, como de la nada, apareció la familia de David, diciéndonos que ya estábamos en el avituallamiento.


No estábamos exactamente en el avituallamiento, pero quedaban escasos metros ya, aunque dudamos de si girar a la izquierda, donde nos indicaba su hermano que estaba el avituallamiento, o seguir de frente, donde vimos de nuevo la señal que precedía a un control de pasaporte.

Entramos en el avituallamiento al ver salir a corredores por otro lado, y nos dispusimos a recuperar con líquido y, sobre todo, sólidos, devorando por mi parte varios gajos de naranja y alguno de plátano.


También, y por primera vez, nos encontramos con una caja entera de geles energéticos (para que luego digan que no se amortiza el dorsal de los 101, lo que no sé yo es como no pierden dinero organizándola...), de los que cogí uno, por si me hacía falta más adelante, que enganché al cinturón.

Salimos del puesto, andando, para acabar de ingerir la comida y bebida, y nos encaminamos hacia el nuevo control de pasaporte.





En este caso fue electrónico, que pasamos acompañados del hermano de David, y tras él habían puesto mangeras para rellenar los dispositivos de almacenamiento de agua, donde recargué los dos bidoncitos que llevaba ya vacíos, aparte de refrescarme un poco.

Mientras tanto el hermano de David nos animaba diciendo que iríamos entre los 50 o 60 primeros corredores y que según le habían dicho lo peor ya había pasado, aunque, al menos yo, pensaba que sería justo al contrario.

La gente nos animó también en Alcalá del Valle, pero en comparación con otros pueblos bastante menos, quizá por ser la hora de la siesta (llegamos pasando por un par de minutos las 4, escasos minutos por encima de las 5 horas desde el inicio de la carrera).

La cuesta de salida de Alcalá fue épica, una enorme rampa con una inclinación de abuso, toda una picadora humana; no nos atrevimos a subirla corriendo, la comenzamos de inicio a fin caminando con pasos rápidos, alcanzando el kilómetro 50 en el final de la misma, en escasos minutos pasando las 5 horas y 6 minutos.

Fue para mi un nuevo récord en recorrer 50 kilómetros, de hecho, recorrí los 48.800 metros del HOLE en 5:21:10 (pese a tener que parar en Montejaque por tener problemas con el dorsal), por lo que estaba más que claro que estaba yendo demasiado rápido.

De hecho, se había ampliado en más de 5 minutos el margen de tiempo que llevábamos con respecto al tiempo previsto de carrera, aunque estaba a punto de caer en picado...

Llegamos al final de la cuesta y no fui capaz de arrancar de nuevo, pese a los ánimos de David.

Tras varios metros caminando consiguió que pusiese un trote cochinero, tenía más fuerza su voluntad que la mía, estaba KO de nuevo, no esperaba un topetazo con "el muro" tan cercano, y menos tras haber recuperado hacía un kilómetro escaso...


"¿Sería el sol?" me preguntaba, mientras nos comenzaban a adelantar algunos atletas solitarios de manera progresiva.

El muchacho de las sandalias pasó de nuevo, como si nada, con sus pasitos cortos pero consistentes, como si llevase toda la vida haciéndolo... Parecía tan sencillo avanzar viéndole correr a él...

Y yo por mi parte tenía cada fibra de mi cuerpo en tensión, los pies doloridos, las piernas acalambradas, la mente obnubilada... pero sin saber cómo, me puse de nuevo en movimiento.

Me costaba bajar de 7 minutos el kilómetro hasta con la pendiente a favor, y de hecho, bajamos una de las últimas antes de que la pendiente se igualase andando completamente.

En la entrada a Setenil llegué a 8:30 minutos por kilómetro, pese al apoyo incondicional de los lugareños, que animaban dejándose la voz.

Pasada una zona llena de cafeterías y bares, al lado del río del curioso municipio que parecía que edificaba en el propio tajo, noté que no era capaz de más, y no pude evitar comenzar a andar.



David me proponía marcas para volver al trote, aunque fuese suave, continuamente, la siguiente farola, el siguiente niño, el siguiente coche... pero no había manera...

Me dijo que se estaba enfriando, que lo cogiese en el punto de avituallamiento que estaba poco más adelante, y le dije que lo intentaría.

Conforme se alejaba intenté volver a la marcha, pero hasta que no lo perdí de vista no pude poner el cuerpo en movimiento.

Casi a 10 minutos por kilómetro iba avanzando, y al escuchar la multitud animar cerca del punto de avituallamiento surgieron fuerzas en mí de la nada, y crucé el puentecito a sprint, subí los escalones de la izquierda a saltos y troté subiendo la cuestecita que nos llevaba al punto de avituallamiento.

Nada más llegar metí la cabeza bajo uno de los grifos durante varios segundos... estaba ardiendo y la sensación era increíble...

Después me bebí un vaso de refresco de cola que me ofreció un caballero legionario, uno de agua, uno de isotónica, me comí varias onzas de chocolate, naranjas...

Estaba dispuesto a recuperar a tope, aunque me daba un poco de apuro por David, que esperaba, animándome sin tregua, a que estuviese listo.

Volví a los grifos a rellenar los bidones, me mojé la cabeza de nuevo, cogí un par de gajos más de naranja más y continué con él y un amigo suyo.

bajamos unas escaleritas, una pequeña pendiente, y nos colocaron una pulsera de Mapfre en el brazo, con una luz de posición  roja enganchada a ella.

Me extrañó porque eran poco más de las 5 y 20 (había superado por primera vez la expectativa de la media aritmética en un avituallamiento en Setenil, por poco más de 10 minutos, certificando mi estado de "cadáver" en movimiento desde el punto de vista psicológico.

La cuesta que afrontamos al salir de Setenil no era excesivamente complicada, pero no era capaz de hacerla trotando, así que comencé a andar.

David también, pero daba pasos ágilmente, mientras yo arrastraba los pies, a un ritmo de más de 15 minutos por kilómetro... parecía una cuesta eterna...

Cada vez estaba más lejos, le dije que no se preocupase, que siguiese, y comenzó a alejarse poco a poco, volviéndose a cada poco para ver por donde venía... Pero ya estaba claro que ahí se bifurcaban nuestros caminos...

Paré un momento para ir al baño, por suerte, siendo la orina algo más clara que en otras ocasiones, aunque aún bastante amarilla.

Volví al camino y ya no le veía; ahora vendría lo duro de verdad, no tenía fuerzas para alcanzarle, estaba en el kilómetro 57 de 101 y lo más duro estaba comenzando ahora, conmigo completamente acabado...

Al menos la música, que tan olvidada había tenido durante todo el camino, estaba conmigo, ayudándome a evadirme de los pensamientos negativos que rondaban mi mente, y del fustigador sol que abrasaba todo a su paso.

410 metros más tarde, mi móvil se apagó; Ahora sí que estaba completamente solo.

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