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V Animal Súper Trail


Tras una intensa jornada de senderismo por la Sierra de las Nieves en compañía de mis amigos Gali, Rocío y Emily (que se estrenó como corredora en la Milla de La Cala), despertaba en La Rejertilla, dispuesto a afrontar mi segundo Ultra Trail, menos de dos semanas después de enfrentarme a los 101km en 24 horas.

Entre que vimos en familia la final de la Champions (con los amigos, corredores de otros clubs, los árbitros de la prueba...) horas atrás y que difícilmente pudimos dormir al compartir habitación con cerca de 30 almas, me notaba bastante espeso.

Eran las 5 de la mañana y, aunque entre anécdota y anécdota (un corredor casi rompe un somier, otro casi se rompe al cabeza al incorporarse para ir al baño...) creo que ninguno descansamos del todo, varios corredores comenzaron a levantarse, vestirse, frontal en mano, y prepararse para la carrera.

Como hasta las 7 no abriría el comedor yo decidí seguir dando vueltas en el interior del saco, intentando raspar minutos de sueño, aunque cuando creía que dormía soñaba que estaba en una habitación inmensa, esperando para despertar y correr una prueba de dimensiones épicas... total, que no sé si llegué a dormir  realmente o no.

A las 7 me puse en pie, con algo de fresco, me vestí y tras despedirme de mis somnolientos amigos (hasta después del desayuno) me dirigí al comedor.

El arco estaba ya levantado y los organizadores se movían aquí y allá, ultimando todos los detalles, pese a que faltaba más de una hora para la primera salida, la del ultra trail.


Estaba bastante lleno, pero aún había mesas libres, así que cogí un vaso, lo llené de cereales y me eché leche calentita.

Lo apuré en un momento, así que volví a la mesa para rellenármelo, pero como había cola, tuve que esperar.

Un corredor, bastante alto, se me quedó mirando un momento, y, por un segundo, pensé que sería Matt, corredor al que le llamó la atención verme con Fivefingers en la Subida a Nagüeles, que el realizó con sandalias.

Habíamos hablado y sabía que vendría a la prueba, pero se trataba de su amigo, Baptiste, que estaba a horas de estrenarse en carreras de montaña con su participación en La Bella.

Tras él vino otro muchacho, al que, de nuevo, confundí con Matt (no lo conocía aún en persona), Vla, amigo de Matt y Baptiste.

Nos sentamos juntos (Matt llegó poco después) y estuvimos charlando mientras intercambiábamos impresiones sobre la prueba, correr en montaña, minimalismo... Fue una conversación muy interesante, pero tuvimos que interrumpirla porque aun no tenía todo listo.

Volví al cuarto, preparé la camelbak, me eché una sudadera por encima y salí al exterior, donde estaban, ya casi preparados, aclimatándose a la temperatura, que prometía ser muy agradable.

Ya era de día, pero el sol no se había alzado aún en su plenitud sobre la sierra.


Desde la organización se nos recordó la obligatoriedad de portar cortavientos, ya que en anteriores ocasiones ha llegado, literalmente, a salvar vidas, y era requisito exigido por la federación.

Fui al baño por última vez antes de comenzar la prueba, me coloqué la calcomanía animal en el brazo izquierdo y, tras pocos minutos de espera que compartí con Matt, Baptiste y Vla, me adentré en el cajón de salida, impaciente por comenzar a correr.



Allí me encontré con Diego, corredor que me sigue habitualmente en el blog y que se enfrentaría también a los 57 kilómetros de rompe piernas, al que dedico esta mención por su saludo (me sigue haciendo mucha ilusión que me reconozcan).

No era la única cara conocida, el mundo es enorme y hay decenas de carreras todos los días... Fui a conocer a Manuel, corredor de Morón de la Frontera, en Portugal, tras la Corrida na Praia del Algarve Challenge 2014, y mira por donde, me lo encontré, meses después, en otra prueba.


Nos pusimos fugazmente al día, intercambiamos objetivos, siendo el de ambos terminar dentro del exigente corte de tiempo, y nos deseamos suerte.

Y como el mundo es un pañuelo, me encontré también con Felipe, corredor de Fuengirola que participaba también en la modalidad ultra de la prueba.

No se había llevado mochila ni riñonera, así que me ofrecí para llevarle el chubasquero, aunque poco pudimos hablar, ya que comenzó el minuto de silencio en honor a Adrián Narváez Bandera, tras el cual dio comienzo la prueba.

Estaba colocado en el tercer cuarto del cajón de salida, no tenía intención de ir con prisas, y tras darse la salida arranqué en dirección este, donde La Bestia nos esperaba.

Adelanté, para mi sorpresa, multitud de posiciones en el primer kilómetro, al que llegué en un nada rápido tiempo de 5:25 minutos.

Algún corredor me había reconocido ya, saludándome al adelantarme o adelantarlo yo, y en el desvío a la izquierda un miembro del público me saludó también, un muchacho con gafas de sol que me era muy familiar pero al que no acabé de ubicar.

Me giré por si venía Felipe, que me dijo que quería correr la prueba a mi lado, pero no daba con él.

"Bueno, llega ya el primer tramo de trail, seguro que ahora me coje", y en efecto, tras ascender 100 metros en el segundo kilómetro, empleando cerca de 8 minutos en ello, me alcanzó.

Me dijo que estaba genial, que solo quería ponerse música y no atinaba a hacerlo, pero que ya estaba listo.

Yo le comenté que hoy correría sin música, dado que hay estudios que demuestran que mejoran los resultados y hay pruebas que quiero correr algún día (como la Spartathlon), en la que no está permitido, por lo que he decidido acostumbrarme cuanto antes.

Comentando este y otros temas descendimos la empinada cuesta de cemento que llevaba hacia El Burgo, adonde llegamos en 18 minutos, tras cruzar una pasarela de madera sobre el río.

Algunos Burgueños estaban ya en las calles, animándonos a nuestro paso.

Felipe ascendía por las calles del pueblo (que recorrí el sábado con mis amigos, así que ya conocía) a muy buen ritmo, pero yo comencé a andar cuando deduje que la primera tachuela estaba al llegar, y le dije que mi intención era correr por sensaciones, que entre que el GPS no pillaba señal y que mi objetivo era terminar, no iba a sufrir ya desde el inicio.

Le recordé lo que nos esperaba y no dudo en cambiar el trote por pasos largos.


El track es de la edición del año pasado, este año serían 57 kilómetros alternando los bucles, primero La Bestia y posteriormente La Bella.

A los 26 minutos de comenzar la prueba estábamos abandonando El Burgo, por el estrecho puentecillo que sirve de acceso a los conductores cuando llegan desde Ardales o Casarabonela.

Tras dejar atrás el breve tramo de asfalto volvimos a pisar tierra, ascendiendo por un carril que nos llevaría al pico que se elevaba, majestuoso, sobre nosotros: La Cabrilla.

Dos susmuráis pasaron a muy buen ritmo, que aumentaron al animarles, mientras que nosotros seguíamos a nuestro ritmo, Felipe pocos metros por delante y yo algo más retrasado, realizando los tramos de cuesta andando.

A los 50 minutos, tras salvar un par de arroyos en una zona con varios tractores, llegamos al que pensábamos que sería el primer avituallamiento, aunque en realidad era el segundo (no nos percatamos de que en El Burgo había una fuente habilitada a tal efecto), donde me tomé mi tiempo para beber, degustar las tajadas de sandía fresquitas y comerme un puñado de golosinas.

Un corredor me saludó con entusiasmo en ese punto (kilómetro 8, Cortijo de El Chorrito), no sé si porque me conocía de otras carreras o por el blog), y aunque me despedí de él para seguir tras Felipe, que avanzaba, campo a través, varios metros por delante, no tardó en alcanzarme.

La hierba era alta y estaba sembrada de ortigas y plantas que arañaban y provocaban escozor hasta las rodillas, por lo que agradecí un montón que, tras un duro ascenso, llegásemos a una zona más rocosa.


La tierra en los intersticios de las rocas estaba húmeda y se hundía con facilidad, así que teníamos que ir con cuidado, avanzando por algunos tramos de roca más como escaladores que como corredores.

Varias plantas con agujas se ocultaban entre ellas, recuerdo que el corredor que me saludó en el avituallamiento y llevaba detrás en ese momento me dijo el nombre (es típica de la zona de Yunquera, Ronda y alrededores), pero no lo recuerdo ahora mismo.

Con las piernas plagadas de arañazos y bastante fatigadas ya, llegamos a un tramo que me recordó un poco al Desafío Sur Torcal, en el que, pese a que no se podía correr tampoco, se podía ascender a mejor ritmo, la antigua Senda de los Neveros.


Seguimos ascendiendo, alcanzando a una corredora que llevaba un bidón enganchado con un cinturón a la cintura puesta a la espalda, que nos preguntó a Felipe y a mi se quería que le dejásemos paso, pero al decirle que no, pasamos varios metros juntos.

Nos comentó que había corrido también los 101, y charlamos brevemente hasta que la dejamos atrás.

Llegamos a un tramo en el que la pendiente nos concedía un respiro y recuperamos en el el tercer avituallamiento, en el kilómetro 12 (Cortijo de Melchorro), donde pedí dos veces que me rellenasen el vaso con el agua de la garrafa, ya que llegué exhausto pero no quería gastar vasos innecesariamente.

La camelbak me pesaba una barbaridad y me notaba corto de fuerzas, así que me comí un par de orejones y al llegar de nuevo a los tramos rocosos me encontré mucho mejor.


Poco después nos encontramos con un corredor sentado sobre una piedra con una pareja de protección civil al lado, diciéndole que el siguiente puerto se encontraba a 7 kilómetros, que si quería ser o no evacuado.

Le dije a Felipe "mira, 7 kilómetros y estamos en el puerto" y me respondió "si, los mismos que el paseo marítimo de Fuengirola", justo cuando la corredora nos adelantaba, pasando otro rato juntos de nuevo antes de que nos dejase atrás.

En la siguiente subida, ya a punto de coronar La Cabrilla, Felipe me dejó atrás definitivamente, y al volverme para ver si llevaba algún corredor cerca (cosa que no fue el caso) me encontré con la siguiente vista:


¡Y pensar que hacía menos de dos horas estábamos saliendo de La Rejertilla!

Con esfuerzo llegué arriba, apurando varios sorbos de agua con sales de la camelbak, estirando por fin las piernas tras una larga y tortuosa subida con un trote ligero a 1470 metros de altitud.


No duró mucho la alegría, ya que la bajada que la precedió fue muy dura y muy técnica (desde el Desafío La Capitana no pasaba ese miedo en una bajada, noté muchísimo el desgaste de tacos de las Skechers) que me hizo incluso gatear en algunos tramos.

Una vez los dejé atrás, alcanzando a un par de corredores en el proceso, pese a que ya avanzaba yo lentamente, llegué a un tramo de trail que descendía en forma de Z, en el que paré a orinar, algo oscuro pero no demasiado, y continué a buen ritmo.

En el tramo de trail me alcanzaron de nuevo los dos corredores, llegamos a una pista forestal y en ella encontramos el cuarto avituallamiento, el Collado de Casarabonela, en el kilómetro 17.

Pensaba que llevaríamos ya recorridos al menos 20, pero bueno, ya habría tramos que permitirían llevar un mejor ritmo más adelante, no le di mucha importancia.

Nada más llegar me dijeron los voluntarios del avituallamiento "¿Andrés?" a lo que respondí afirmativamente.

Me dijeron "que dice tu compañero que aligeres, es ese que va por ahí a media cuesta" y señalaron una pared por la que ascendían Felipe y otros corredores.

Recuperé con agua, fruta y frutos secos, me giré para encaramarme a ese muro y escuché "eh Juan, how are you doing?".

Me volví y vi que Matt llegaba, sonriente, al avituallamiento, provocando murmullos al aparecer con sus sandalias Mono.

Le dije que muy bien y le deseé suerte mientras ascendía por la terrible pendiente, acercándome poco a poco a otros corredores.

Alcancé a un par de ellos, diferentes a los dos que me habían re-adelantado antes de llegar al avituallamiento, y tras concluir un tramo de subida afrontamos otra bajada.

Pegué un resbalón y tuve que agarrarme a lo primero que pude, que fue una planta que tenía aspecto mullido, pero de mullido nada, sentí decenas de pinchazos en la mano derecha y al retirarla, ya equilibrado, vi que varios carrilillos de sangre manaban de la palma.

Me los lamí, raspándome la lengua con varias púas, me quité las más superficiales y, algo dolorido, continué bajando.

Llegó un tramo en el que, con cuidado, se podía alargar la zancada y trotar, en el que me encontré, fuera del sendero, a la corredora del bidón, que estaba buscando la siguiente baliza.


La divisé más abajo, y le dije que me siguiese.

La bajada era menos técnica y pude acelerar, dejándola por pocos metros atrás, y escuchando como un grupo de corredores se nos acercaba desde lejos.

Nueva bajada en z, tras la que me pasaron dos corredores, a muy buen paso, pese a que yo no iba lento precisamente en esos momentos.

Noté la presencia de otro par de corredores, pero al preguntarles si querían paso me dijeron que no, que íbamos "fenómeno", y que ya me avisarían más adelante si hacía falta.

Nos comenzamos a adentrar en unas sendas preciosas, con suelos recubiertos de agujas de pino y piñas, por donde avanzábamos raudos gracias al suave desnivel del terreno.

Era un gustazo poder pisar una superficie mullida tras el atracón de rocas que nos habíamos dado y apreté el acelerador, quizá de más, pero me sentía muy cómodo.


Pese a ello me pidieron paso los dos corredores que llevaba por detrás, ya que se les "escapaban" los compañeros, y me eché a un lado para permitir que se reagrupasen.

Cuando volvimos a ascender comenzó a acercarse la corredora del bidón, y comenzamos a hablar.

Me dijo que notaba aun las piernas cargadas de los 101, y le dije que yo me notaba muy bien, aunque es verdad que me sentía algo lento en el final de las tiradas largas.

Me preguntó si era el mismo con el que había hablado kilómetros atrás, le dije que si, tras lo que comenzamos a charlar, avanzando al mismo paso.

Ella se llamaba Arancha, era del Puerto de Santa María y estaba corriendo con su marido, que se había destacado varios kilómetros atrás.

Mantuvimos una conversación muy interesante sobre la Liga Rondeña de Ultrafondo, las carreras de montaña y temas diversos, aunque al final acabé dejándola poco a poco atrás.

En la siguiente subida casi me doy de bruces contra el suelo dos veces, debido a sendos tropezones con rocas, de gran tamaño además, y un corredor se preocupó al verme pasar, ya que me dijo que iba medio cojo.

Yo me notaba renqueante, pero más por retener en la pendiente que por el dolor, y al momento fui al suelo del todo.

Apoyé la mano izquierda antes, clavándome algunas agujas en ella; estaría celosa de mi mano derecha, ahora estaban en igualdad de condiciones.

Me levanté presto y continué bajando, adelantándome Arancha  en la bajada.

Llegando al kilómetro 24 un grupo de corredores me preguntó si era el que me acababa de caer, y les dije que sí, que me había caído, me preguntaron que si era Juan, a lo que respondí que sí, y me dijeron que era milagroso que estuviese tan bien.

Creo que me confundieron con otro Juan, mi caída no fue nada estrepitosa ni excesivamente dura.

Bebí en la Espíldora, donde me encontré con Antonio, al que no veía desde hacía ya mucho tiempo (no coincidíamos desde la Media Maratón de Málaga), y me puse a su altura tras recuperar en el mismo.

Casualidades de la vida, llevaba un buff idéntico al que llevé en el Desafío Sur Torcal, que decidí dejar en casa ya que la previsión era de sol (aunque el sábado cayese una tormenta).

Fuimos comentando la prueba, la transición de asfalto a montaña... y cuando afrontamos esta cuesta, en la otra dirección (la piedra esa no se olvida fácilmente), se fue alejando poco a poco, a buen paso.


Que progresión más buena está teniendo el corredor, de aquí a unos años seguro que escala puestos en las clasificaciones tan bien como comienza a escalar picos.

Comenzamos a dejar árboles atrás, volviendo el paisaje a ser más campestre que de bosque, y me encontré a Vla sin camiseta, saltado rocas cuesta abajo mientras yo ascendía.

Me dijo "Juan go, go, go, go!" y me echó una fotografía.

Estaba por decirle que Matt venía justo detrás (o eso pensaba), pero iba sin aliento, así que sólo pude sonreírle y levantar un pulgar, en muestra de que iba bien.

Comenzamos a ascender de nuevo el pico, y a los pocos minutos Matt me alcanzó.

Salvo un par de heridas superficiales y algunos arañazos, llevaba los pies geniales y su motivación era palpable.

Nunca había corrido más de 45 kilómetros en montaña seguidos con las Mono, pero estaba seguro de que le iba a ir genial.

Compartimos varios kilómetros juntos, pero cuando la pendiente se tornó a nuestro favor fui dejándole poco a poco atrás (cuando puedo alargar la zancada con seguridad suelo recortar metros con facilidad, sin proponérmelo), por lo que pronto me volví a encontrar en solitario de nuevo, tras recorrer algunos metros con él y pasar a otro corredor, que llevaba un único bastón, continué en solitario.


Vi un cortijo a lo lejos y multitud de tractores, y me acordé de mi amigo Contadordekm y de su famoso "tractorismo".

Hoy yo mismo era un ejemplo de él, avanzando lentamente pero sin tregua por la Sierra de las Nieves, dispuesto a llegar al final aunque me costase horas.

4 llevaba corriendo en ese momento, y llegué a un lugar que me resultaba familiar, pero no llegaba a ubicar.

Me encontré con un avituallamiento con sandía, chucherías, agua... y varios corredores bebiendo en él, así que me apalanqué un poco para charlar con ellos.


Me alcanzó un corredor con el dorsal 171, con el que había coincidido ya varias veces durante la carrera (me llamó la atención porque llevaba un solo bastón, que empuñaba con la mano derecha, como comenté hace algunos párrafos) justo cuando me iba, y al darme la vuelta vi que se trataba del mismo avituallamiento del kilómetro 8, que era también el del kilómetro 24.

4 horas llevaba y me quedaban para que el corte de tiempo me dejase fuera... sabía que era exigente, pero no me imaginé que sería tan duro.

Menos mal que ahora quedaba volver a El Burgo y La Bella, si me dicen que tengo que enfrentarme de nuevo a La Bestia me hubiese quedado fuera del corte de tiempo sin dudarlo.

Salvé los dos arroyitos, avancé a buen paso por el campo y crucé por una zona que parecía de cultivo (por la que habíamos ascendido antes de enfrentarnos a La Bestia), aunque el resto del descenso no fue por el mismo camino, ya que evitamos en tramo rocoso.

Varios corredores me adelantaron raudos camino a El Burgo, preguntándome si era de la carrera larga y la corta, deseándome un corredor del "Sobre dos ruedas" mucha suerte ante lo que me quedaba y alabando mi valor.

Creo que ni yo mismo sabía a lo que me estaba enfrentando, pero prefería no pensar si quiera en ello, estaba corriendo, disfrutando todo lo que podía, aunque, por primera vez en toda la carrera, algo preocupado con respecto al corte de tiempo, que podía dejarme fuera de la competición.

El primer corte sería en el Paso de Puerto Lobo, kilómetro 34, que tendría que haber sobrepasado como máximo en 5 horas; que presión, era la primera vez que la amenaza de un corte de tiempo me rondaba, y aunque sabía que podría hacerlo, me creaba bastante incertidumbre.

Aceleré, instintivamente, el paso, llegando al puentecito de entrada a El Burgo en 4:27:00, 4 horas y un minuto después de atravesarlo camino de mi enfrentamiento con La Bestia.

Los niños del pueblo me animaron a mi paso, transfiriéndome energía al chocar manitas.

El sol caía a plomo (eran camino de las 13:00 de la tarde), así que agradecí la sombra de las estrechas calles de El Burgo.

Llegué al avituallamiento del kilómetro 30 a buen ritmo, donde recuperé con una barrita, fruta, agua e isotónica (sentía algo de hambre aunque cada 25-30 minutos me comí uno de los orejones de albaricoque que llevaba).

Lo dejé atrás y junto a él El Burgo, encontrándome a la salida del mismo a Joseph, encargado del cronometraje del HOLE (y más recientemente de los 101 kilómetros peregrinos), que me animó al salir del pueblo.

Crucé de nuevo la pasarela, crecido al ver que estaba recuperando minutos de margen con respecto al corte de tiempo, pero la cuesta de cemento que tan raudo bajé a la llegada a El Burgo casi 5 horas atrás me devolvió a la realidad.

A duras penas subí por ella, buscando cada dos por tres el tubo de la camelbak para dar pequeños sorbos, ya que entre el esfuerzo y el calor comenzaba a notarme físicamente menguado.

Aproveché que en la cuesta ascendía caminando y que el GPS acababa de indicarme que había captado señal para retomar el contacto con la civilización, y contacté con mis amigos y con Mayte.

Les dije que estaba a punto de completar el primer bucle (iba por el kilómetro 33).

Al final, con 23 minutos de ventaja con respecto al corte, pasé por el Paso de Puerto Lobo, tras lo que me permití un tramo andando para recuperar el aliento.

No podría dormirme, pero tenía un margen considerable, casi 4 horas y media para completar La Bestia, en la que me fui internando poco a poco.

Iba completamente solo, tanto por delante como por detrás, y salvo el público que hubo en el paso, no vi a nadie hasta que me crucé a los voluntarios de Protección Civil en las intersecciones de La Bella, la carrera de 9k y el ultra.





Estaban bien señalizados y además contaban con personas en los puntos conflictivos, un 10 para la organización en este aspecto.

Fui avanzando por La Bella, gratamente sorprendido al sentir las piernas muy frescas, sin ni rastro de calambres, tras 5 horas corriendo, y tras recorrer casi 3 kilómetros sin divisar rastro humano, comencé a oír voces por delante, a lo lejos.

Me preguntaba si Matt o Manuel habrían llegado a tiempo al primer corte de tiempo, o si sería el último corredor en carrera, lo que creó cierta incertidumbre (sentía que "sería el siguiente"), por lo que escuchar voces me confortó.

Y más aún el hecho de que en pocos minutos comencé a ver a los corredores a lo lejos.

llevaríamos unos 35 kilómetros, avanzaba a un ritmo de aproximadamente 7 minutos por kilómetro y tenía aún 22 por delante, así que de seguir solo estaba en claro riesgo de venirme abajo y acabar fuera de la carrera.

Lo que no me esperaba es que el grupito fuese más "tocado" que yo, y dejé a una pareja de corredores atrás tan pronto como los alcancé.

Un tercero, que se había separado por pocos metros, se hizo más "duro" de alcanzar, pero en una de las cuestas di con el.

Le pregunté si se encontraba bien y me dijo que sí, pero que tenía muchas ganas de vomitar y se sentía muy fatigado.

Le di ánimos y eché mano del gel que llevaba en la tira de la camelbak para alguna posible falta de fuerzas, con el fin de evitar esa sensación.

Lo fui dosificando a lo largo de la cuesta y lo acompañé con sorbos de la camelbak.

Poco después alcancé al dorsal 171, que me dijo que se le habían saltado los ligamentos de los dos tobillos, al que di ánimos antes de continuar, de nuevo en solitario.

La Bella también era peligrosa, no podías dejarte embelesar por sus encantos, ya que cuando menos lo esperases te podía dar un zarpazo.

Llegué de repente al avituallamiento del Puerto de la Mujer, kilómetro 37, donde bebí varios vasos de agua y estuve charlando con uno de los voluntarios.

Uno se fijó en que la marca de mi equipación es Viator, y me preguntó que donde estaba; le dije que en Almería, pero que yo venía de Fuengirola, y me comentó que había hecho la mili allí.

Por radiotransmisión les comunicaron que dos corredores se habían despistado y acababan de llegar a La Rejertilla, por lo que movilizaron un vehículo de Protección Civil para avisar a los demás voluntarios.

Yo bajé justo detrás del coche de Protección Civil tras despedirme del voluntario de Viator, con el estómago algo fatigado, lo que achacaba a haber bebido demasiado.

Pese a que tenía la pendiente a favor no conseguía echar a trotar, sentía náuseas y malestar, quizás por haberme tomado el gel con las sales de la camelbak, haber bebido demasiado líquido o haber subido a tan buen ritmo el tramo previo al avituallamiento.

La cosa es que la sensación no me era familiar en absoluto, pese a haber corrido varias carreras de montaña desde que comenzase a participar en ellas, en noviembre, con mi debut en la Vertic Night.

Tampoco la había experimentado en ninguna maratón, por lo que mi preocupación por quedarme fuera del corte de tiempo fue sustituida por esta nueva preocupación.

Conseguí echar a rodar tras poner todo mi empeño en mantener a raya mi estómago, cruzando la pista forestal a un ritmo, nuevamente, de 7 kilómetros la hora; conseguía estabilizarme de nuevo, aunque el corredor del 171 me pasaba sin mucha dificultad, dándome ánimos al pasar.

Llegué al inicio del tramo de subida de La Bestia habiendo perdido el rastro al corredor del bastón, aunque tras varios minutos ascendiendo (o decenas de minutos, no sabría decirlo) comencé a escuchar el eco del bastón golpeando las rocas al avanzar.

La subida se me hizo eterna, ascendía más y más mientras el camino (por llamarlo de alguna forma) serpenteaba y se enroscaba alrededor de la montaña.

En los tramos en los que podía trotaba, en los que no, avanzaba a duras penas, con miedo a beber por si volvía la fatiga estomacal pero con muchísima sed.

Alcancé en un tramo que pude recorrer trotando al corredor del dorsal 171, bebí, instintivamente, cuando la pendiente comenzaba a ascender nuevamente, notando una nueva oleada de dolor estomacal.

La sensación era horrible, aunque conseguí mantener el cuerpo a raya durante la subida, agachando el torso, y una vez llegué arriba puede trotar sin demasiadas molestias.

En la posterior bajada el corredor del 171 me adelantó de nuevo, diciendo que tenía unas ganas horribles de acabar la carrera y se iba a dar una carrerita.

Lo alcancé en el kilómetro 43, en el área recreativa Los Sauces, donde me bebí, obligándome, un vaso de agua, y cogí unas gominolas para ver si con ellas me endulzaba la boca, que comenzaba a saberme a bilis.

Realicé un tramo con el corredor del dorsal 171, aunque en la bajada me dejó nuevamente atrás.

Cuando se perdió a lo lejos comencé a oír voces a lo lejos, de dos corredores que alentaban a un tercero para acelerar, diciendo que, matemáticamente, estaban ya fuera del corte de tiempo. 

Yo había calculado que mi margen se había reducido a apenas 10 minutos debido a mis molestias de estómago, pero iba más concentrado en correr sin vomitar que en correr rápidamente.

El camino volvió a ascender ("¿de nuevo?") y volví a la marcha.

Mi ritmo ahora era de 3 kilómetros y medio la hora en los tramos en ascenso, y en los pocos descensos en los que podía correr lo ascendía hasta cerca de 7 kilómetros la hora, pero el ritmo iba descendiendo conforme pasaban los minutos.

Ya comenzaba a notar algunos calambres, así que bebí un sorbo de la camelbak, que me provocó náuseas, pero con un osito rojo de gominola pude eliminar el horrendo sabor que inundó mi boca.

Menos mal que ya estaba casi todo hecho...

Me pasó un corredor en solitario, y pocos minutos después otros dos.

No sé si ellos habían acelerado finalmente o era yo el que estaba ya matemáticamente fuera del corte de tiempo.

Prefería no pensar en ello, aunque me parecía deprimente que tras luchar tanto mi estómago pudiese ser el motivo que me dejase fuera de la carrera; nunca he abandonado hasta ahora, en casi 7 años como corredor, si esta tenía que ser la primera carrera en la que no entrase no iba a ser por eso, aunque fuese fuera del tiempo, entraría en meta.

Me comencé a preguntar donde estarían Matt y Manuel, y como le habría ido a Baptiste en La Bella, bajé el ritmo, repiré hondo y cuando me encontré algo mejor retomé la marcha.

Ya me había desabrochado la cincha del estómago al salir del avituallamiento del Puerto de la Mujer, pero ahora me hube de desabrochar incluso la del pecho, ya que hasta esa me molestaba.

Intenté parar a orinar, sin éxito, pese a que tenía muchas ganas; no sé que era peor, si el dolor estomacal o el saber que me estaba deshidratando poco a poco y tenía por delante, si entraba dentro del corte de la carrera, una hora y media por delante, más si no.

Decidí que no iba a abandonar, ni pensarlo, y eché a correr hasta alcanzar un ritmo de 7 minutos el kilómetro, con el objetivo de aprovechar ahora que el estómago me daba una tregua para compensar en cuanto se rebelase de nuevo.

Adelanté a la pareja de corredores y vi al otro corredor en el avituallamiento.

Pensaba que estaría más atrás, por lo que el cartel de "kilómetro 48" me motivó bastante.

Me dije que no podía deshidratarme tampoco, por salud (estaba preocupado ante la ausencia de orina), así que me bebí medio vaso de agua en la Pista Cueva del Agua, pero cuando me dispuse a retomar la carrera fui incapaz.

Tenía 9 kilómetros que recorrer, no podía parar ahora... así que, pese a que cada fibra de mi cuerpo se rebelaba, las hice avanzar aprovechando que teníamos la pendiente a favor, dando pasitos cortos pero constantes.

"Soy un tractor, soy un tractor, soy un tractor..."

500 después de dejar atrás el avituallamiento mi GPS marcó un ritmo de 5 minutos el kilómetro.

Iba andando, a duras penas, y pese a que muscularmente me encontraba genial (especialmente tras cerca de 6 horas y media corriendo), el estómago me estaba matando.

Tenía 8 kilómetros y medio por delante, de mantener ese ritmo entraría con 8 minutos de margen sobre el cierre de carrera, pero... ¿y si la prueba estaba mal medida?¿y si tenía que pararme?¿y si venían cuestas y me obligaban a ralentizar aún más el ritmo?¿y si me deshidrataba?

Traté de no pensar en todos esos "y si..." mientras era adelantado primero por los 3 corredores, que se habrían reagrupado en el avituallamiento, y luego por varios corredores solitarios.

Mientras descendía, pista abajo, me adelantó otra pareja, muy preocupada con respecto al cierre de carrera.

Les dije que, según mis cálculos, en poco más de una hora llegaríamos, justitos justitos, pero en tiempo, y se alegraron bastante pero dijeron que no aguantarían otra hora más, así que aceleraron poco a poco dejándome atrás.

Conseguí imitarles y echar a correr, pesadamente, notando mi estómago hinchado y lleno de líquido, bamboleándose en mi interior.

La sensación era muy desagradable, pero no quedaba otra.

Por suerte el GPS tenía señal en esa zona, y cada 500 metros iba descontando cuantos me quedaban para llegar a meta y recibía feedback sobre mi ritmo.

Llegué a hacer un tramo de 500 metros a 6,6 kilómetros por hora, aunque en el siguiente no pude trotar por el dolor y acabé ese kilómetro en una media de 5,4.

Iba justito justito... Llegué al kilómetro 52 (avituallamiento del final de la Pista de Yunquera) con el sudor seco pegado a mi piel (no sabía si la ausencia de sudor sería buena o mala) y cometí el acierto o error (aún no lo sé) de beberme medio vaso de agua.

400 metros después casi caigo en redondo al suelo, atenazado por una violenta arcada, desollándome la rodilla derecha un poco al caer.

Con movimientos muy lentos conseguí ponerme de lado, mientras escupía la bilis que inundaba mi boca, con los ojos cerrados, para concentrarme mejor.

Escuché pasos y pensé que quizás un voluntario de Protección Civil se estaba acercando, pero al escuchar la voz que me hablaba supe al instante quien era.

"¡¿Juan, are you okey?! I can call the assisstance, what's wrong??"

Tenía a Matt a un par de metros, inclinado sobre mi con cara de preocupación; me alegré muchísimo de que hubiese superado el primer corte, y más aún de saber que estaba al lado.

Aunque lo hubiese conocido en persona esa mañana sentía una conexión muy buena con el, de todos los corredores de la prueba posiblemente la que más, podía considerarlo un amigo.

Cuando me dijo que si llamaba a Protección Civil negué con la cabeza y una mano (era incapaz de hablar), me eché lentamente hacia atrás, respirando hondo, y poco a poco fui vocalizando para tratar de tranquilizarlo.

Seguía con una cara de consternación terrible, así que, más por tranquilizarle a él que por encontrarme mejor, me incorporé.

Me subió una nueva oleada de bilis a la boca que escupí al suelo, y comencé a andar.

Me preguntó una decena de veces si estaba seguro de que estaba bien y si podía continuar, y cuando le dije que sí me dijo que acabaría la prueba corriendo conmigo.

Le dije que yo de correr ya, poco, que no se preocupase y que podía acelerar si quería, que estaría bien.

Al principio se resignó, pero tras recorrer un kilómetro juntos y ver que, en efecto, no pensaba correr más (por el estómago, muscularmente estaba muy bien), me preguntó varias veces si estaría bien y al final se despidió, prometiéndome que si en una hora no llegaba a meta se volvería a por mi.

Esas son de las cosas que a uno le tocan, nos conocemos ese mismo día y ya estaría dispuesto a hacerse los kilómetros que hiciesen falta para asegurarse de que estuviese bien... no tengo palabras para agradecérselo.

Lo que me hace sentir más afortunado aun es que en todas las carreras de montaña conozco al menos a una persona así, mis familiares y amigos pueden estar bien tranquilos, tengo muchos ángeles de la guarda vigilándome.

4 kilómetros para llegar a meta, Matt se aleja poco a poco, acariciando el suelo con las sandalias, avanzo a un ritmo de 4,3 kilómetros por hora (en los últimos 500 metros) y tengo 50 minutos escasos para llegar a meta... ¡Qué presión!

Empiezo a pensar en si Mayte estará preocupada, o mis amigos, pensamientos negativos comienzan a llegar en bandada a mi mente, pero los espanto y echo a trotar en una pronunciada pendiente, casi dejándome caer, y trato de mantenerlo en la siguiente recta, aunque poco después tengo que frenar y echar a andar de nuevo.

Un calambrazo estomacal hace que me tambalee y me obliga a sentarme en el suelo.

En los 101 eso hubiese sido impensable, ahí paraba porque tenía calambres hasta en las cejas, pero esta vez era debido a problemas estomacales, así que tras contar de 60 a 0 mentalmente mientras inspiraba y respiraba hondamente, me levanté, sin problema, y retomé el camino, andando.

Me pasó un corredor animándome, diciendo que me pegase a él si quería, pero negué con la mano.

Me encontré a dos voluntarios de Protección Civil, y eché a trotar por si pensaban en retirarme al verme renquear, pero se limitaron a saludarme y darme ánimos a mi paso.

3,5 kilómetros para meta, velocidad media de 3,1 kilómetros por hora; si paraba de nuevo estaría fuera, aunque fuese andando, pero no podía parar.

Recorrí otros 500 metros andando sin parar, haciendo un parcial de 4,2 kilómetros por hora, bastante mejor, pero insuficiente, así que eché a trotar.

2,5 kilómetros para meta, ritmo de 5,9 kilómetros por hora "¡así sí!" ya tenía cerca de 15 minutos de margen, "y sis..." sin incluir sobre el tiempo de corte...

Reconocí la zona donde habíamos parado Gali, Rocío, Emily y yo la tarde anterior, al otro lado del sendero, una zona de varias piedras juntas al lado de una zona con panales de abejas.


Me vine arriba, aceleré y pasé por esa zona a buen trote, pero mi estómago también se vino arriba y tuve que apoyarme contra un tocón de árbol, mientras varios corredores que pasaban se ofrecían a ayudarme y me ofrecían agua o geles y me daban ánimos.

Me puse en pie y seguí avanzando, por el camino que ya conocía.

Estaba a menos de 2 kilómetros de meta, pero el GPS me comunicó que había perdido la señal...

Fui andando hasta divisar la piscina natural de La Rejertilla y eché a correr de nuevo, no trotar, sino correr, con la esperanza de llegar ya a meta.

Un nuevo calambrazo estomacal me obligó a retomar el paso, y aproveché para decirle a Mayte y mis amigos que estaba a punto de llegar.

Cuando pensaba que estaba repuesto eché a correr nuevamente, escuchando a lo lejos al Speaker del evento y sabiendo que estaría a menos de un kilómetro de la meta.

De repente una convulsión hizo que cayese de rodillas al suelo, y, por primera vez en una carrera, vomitase.

No fue tan desagradable como temía (odio vomitar, llevaba más de un año sin hacerlo y antes de esa ocasión en la que contraje intoxicación alimentaria había estado un lustro sin vomitar), de hecho, sentí un grandísimo alivio, pese al dolor y el mal sabor.

Escupí, evitando una nueva arcada, me giré un poco para evitar la visión del vómito (una pasta pegajosa de orejones, trozos de fruta y algunas gominolas prácticamente intactas) y me limpié la boca con un clínex que, oportunamente, llevaba en la cincha de la camelbak.

Aproveché la posición para incorporarme un poco y oriné, de un marrón muy, muy oscuro, apenas unas gotas, lo que confirmaba que estaba en un estado de deshidratación avanzada.

Bueno, ya solo quedaba el final... me puse en pie torpemente, encontrándome extrañamente bien, y eché a correr, ligero, sin ese peso en el estómago ni esa sensación de fatiga y malestar.

Puede decirse que, pese a lo desagradable de la experiencia, casi me alegré de haber vomitado, de haberlo sabido antes no habría retenido eso que mi cuerpo llevaba horas intentando expulsar.

Ya veía a lo lejos el arroyo, la pequeña pasarela de madera y, a lo lejos... ¿mis amigos?


En efecto, desde antes de cruzar el arroyo comenzaron a animarme, como si llevasen minutos en lugar de hora esperando, con una ilusión palpable en sus gritos de ánimo.

Me dispuse a entrar a La Rejertilla, pero una organizadora me indicó que fuese hacia la derecha mientras mis amigos me decían "¡vamos Juan, última cuesta!" y me animaban a seguir.


Pensaba que aun quedaría para llegar a meta y me vine abajo, pero el que Gali me "picase" para subir la cuesta con él me animo un poco, y al ver la meta desde ella y saber que no quedaba nada, me dejé de ir.


Parecía mentira que llevase casi 9 horas corriendo, literalmente lo había dado todo en La Bella, después de que La Bestia me llevase al límite, aunque no estaba para nada extenuado, de hecho, me sentía revitalizado tras la amarga experiencia del vómito.

Llegué, brazos en alto.



Una organizadora me felicitó tras mi paso por meta y me pidió el chip, que desaté presto.


Me daba mucho apuro retener más tiempo a mis amigos, así que tras recoger mi licencia y preparar las maletas (descansando apenas un minuto, pese a la insistencia de mis amigos de que no había prisa alguna) nos dispusimos a dejar La Rejertilla.

Con un mensaje de apoyo Mayte consiguió hasta emocionarme, ojalá hubiese podido acudir, pero una infección en el riñón la tuvo encamada toda la semana y decidimos que no era prudente forzar.

Me encontré con Manuel cuando salíamos de la habitación, había llegado justo en el corte de tiempo, y estaba pletórico.

Me alegré muchísimo de que lo consiguiese, es un gran corredor y una gran persona, no se merecía menos, pese a la dureza del ultra.

Poco más hay que contar de esta gran aventura de ultra trail, la recomendaría a todo el mundo, pero es realmente exigente (al final yo llegué en 8:38:08, a poco más de 20 minutos del corte de tiempo de meta), así que aconsejo una experiencia de al menos varios meses de entrenamiento intensivo en montaña siendo ya corredor experimentado de antemano a los aspirantes de la edición del año que viene.

Pese a mi "mal" tiempo, fui el clasificado número 63 de la absoluta (la subcategoría promesa ni se contemplaba para la modalidad ultra, supongo que ante la falta de afición a la ultradistancia entre los corredores de mi edad, soy el clasificado "0" promesa).


El resto de la tarde consistió en volver a casa, votar, ir a cenar con mis amigos y con Mayte y poner punto y final a esta nueva gran aventura, de la que me recuperaré sin prisa, ya que aunque el domingo que viene acuda a Istán y el siguiente, si puedo, a la II Carrera Solidaria de Fuengirola, no tengo pensada ninguna carrera de más de 10 kilómetros de momento.

Espero que os haya gustado la crónica y espero que nos veamos pronto, si es posible, en la carrera de mi localidad, que hay que demostrar que queremos carreras, si hay voluntad, podremos organizar más, y es benéfica.

¡Un saludo a todos!

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